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¿La malvada gratuidad?

Por: Roberto Flores


Señor Director:

Pareciera ya ser un mantra incuestionable para algunos rectores universitarios: los aranceles fijados por la gratuidad están desfinanciando a sus instituciones. Llama la atención que ellos, académicos con una extensa carrera en la investigación, sólo consideren cuánto está actualmente entrando a las arcas institucionales por gratuidad, sin hacer mención alguna a elementos complementarios que también se modificaron con la entrada en vigencia de este beneficio.

Llama la atención, precisamente, porque estos elementos adicionales implican que no podamos realizar un análisis ceteris paribus. Sería incorrecto concluir que una institución en gratuidad se encuentra peor que otra sin gratuidad sólo porque el monto entregado por alumno es menor, como ocurre en algunas instituciones. ¿Por qué? ¿Cuáles son estos elementos?

Por ejemplo:

1) Liquidez: La gratuidad introdujo gran liquidez al sistema gratuito. Una alumna financiada con crédito significaba un retardo importante en la entrada de recursos frescos a la institución. Es más, el monto se dividía en dos semestres. En cambio, la “malvada” gratuidad se asigna y transfiere anualmente. Ello implica que las instituciones disponen de un gran volumen de liquidez, inexistente en el antiguo sistema.

2) Pérdida por deserción: La deserción de los beneficiarios con crédito (particularmente el CAE) y el no pago de su deuda constituía un elemento complejo para las universidades. Éstas debían garantizar los montos de los desertores morosos hasta por un 90%. Con la entrada en vigencia de la gratuidad, este costo se elimina.

Además, los estudiantes en gratuidad presentan medias de deserción muy inferiores al promedio del sistema. En el primer año de ejecución de la política, por ejemplo, la deserción de los beneficiarios fue de casi 10 puntos porcentuales más baja que el promedio de las mismas instituciones. Sin embargo, este es un factor que a nadie parece importarle. Entonces, desde el punto de vista de las universidades, no sólo se elimina un costo (garantía por morosidad), sino también éstas retendrían a un mayor porcentaje de sus alumnos.

3) Pérdida por morosidad: En ausencia de ayudas estudiantiles que tuvieran una cobertura del 100% del arancel real, los estudiantes debían asumir un copago durante sus estudios. En estos casos, las instituciones manejaban un cierto nivel de riesgo asociado al no pago de dichos montos. Con la gratuidad este riesgo se elimina.

4) Reconocimiento: La gratuidad, al ser un beneficio que se entrega con una acreditación mínima de 4 años, se asocia con calidad. Ello sin duda corresponde a un factor de diferenciación respecto a instituciones fuera del beneficio.

Al observar los estados financieros entregados por las mismas universidades, es posible distinguir que en la mayoría de los casos, entre los años 2015 y 2017, no hay variaciones negativas significativas. De hecho, todo lo contrario. Ello seguramente responde a la buena gestión realizada por sus unidades, sin embargo, también refleja que no estamos frente al apocalipsis que se tiende a mostrar de manera majadera en los medios.

Obviamente, si somos rigurosos, no se puede asegurar que todos los rectores se equivocan y que para todos los casos la gratuidad es el mejor regalo que cada institución pudo recibir. No obstante, el nivel de análisis alcanzado en la discusión sobre financiamiento es, por decir lo menos, superficial. Sería esperable que los rectores, con el rigor y altura que se espera de ellos, no se queden solo en cuentas ligeras de sumas y restas. Por otro lado, es de suma relevancia que, a través de estudios propios o publicaciones que aglutinen a varias instituciones (CRUCH, CUECH, G9, etc.) y con una visión sistemática e integral que incorpore, entre otros, los elementos antes mencionados, puedan entregar evidencia que sustente sus apreciaciones.

Roberto Flores

Ingeniero Civil Industrial

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