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El nuevo politeísmo

Por: Luis R. Oro Tapia


Señor Director:

La sensibilidad identitaria es oriunda de la derecha. Pero desde ella migró a la izquierda y es en ésta donde, en los últimos años, ha tenido su mayor floración. ¿Cómo explicar su propagación? ¿Cómo explicar el surgimiento de tantos ídolos tribales, sectoriales, etarios, alimentarios, etcétera? ¿Cómo explicar la eclosión de tantos dioses mundanos? Dioses irascibles que se recelan entre sí y que se husmean con miradas centellantes. Creo que en parte (una parte mínima, por cierto) se explica por lo que en otro lugar he denominado Teología Popular. Ésta prospera después de la muerte de Dios. En efecto, sobre las ruinas del sepulcro de Dios está surgiendo un panteón politeísta, el cual no se parece en casi nada al de la Antigüedad Clásica.

El principal problema del actual politeísmo es que no se aviene, paradojalmente, con la actitud politeísta, ya que casi todas las divinidades tienen aspiraciones obsesivamente monoteístas, de hecho, cada una de ellas tiende a excluir rabiosamente a las demás divinidades. El panteón del nuevo politeísmo descree del pluralismo. Pero eso no es todo, pues el nuevo politeísmo además incita rencorosamente a odiosidades insólitas, las cuales tienen, por decirlo metafóricamente, visos de hostilidades tribales. Así, paradojalmente, es un politeísmo intolerante y en tal sentido recusa de sí mismo.

Este politeísmo en nada se parece al politeísmo del mundo pagano, porque el actual retoña sobre los escombros del cristianismo. Quizá, por eso, no es del todo completamente ajeno a él. Por cierto, las nuevas divinidades en sus venas llevan algunas gotas de la savia del cristianismo. Probablemente, algunas de ellas adoptaron del cristianismo la idea de víctima y la transmutaron en victimismo. En todo caso, los dioses del nuevo politeísmo incorporaron a su naturaleza tres propiedades del monoteísmo judeocristiano: el mesianismo, las pretensiones de exclusividad y el considerarse portador de una verdad absoluta, total e incontrovertible. En ello radica, precisamente, su potencial de animosidad y de belicosidad como, asimismo, su capacidad para malquistar la convivencia sociopolítica y, finalmente, para erosionar el orden público.

Luis R. Oro Tapia

Politólogo

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