El arte como reparación de la pobreza simbólica
Señor director:
Un grupo de jóvenes tomando vino en Bellavista fue el panorama con que se topó Andrea Pérez de Castro, directora del festival de teatro familiar FAMFEST la semana pasada. Tenían aproximadamente 16 años y era visible que vivían situaciones de marginalidad. Conversando con ellos se le ocurrió invitarlos al teatro. Se emocionaron, fueron y uno de ellos, a la salida, le preguntó si había alguna posibilidad de que él pudiese invitar a la polola al teatro.
Según el reciente informe “Análisis de la Situación de la Niñez y Adolescencia en Chile”, presentado por UNICEF, más de 1,2 millones de niños, niñas y adolescentes viven con dos o más privaciones simultáneas: hacinamiento, malnutrición, falta de acceso a salud o espacios recreativos. En campamentos, el 77% convive entre plagas y basurales, y el 41% debe compartir cama. En este contexto, hablar de teatro, museos o conciertos puede parecer un lujo. Pero no lo es. Es una urgencia.
Hay una dimensión invisible: la pobreza simbólica. La falta de acceso a experiencias que expandan el horizonte, que conecten con el arte, la belleza, la imaginación. Hoy la mayoría de los niños están solos frente a una pantalla. Sus cuidadores, si tienen la suerte de tenerlos, trabajan hasta tarde, llegan agotados a hacer labores domésticas. Las calles o las plazas no son una opción frente a la violencia de los barrios en que viven, menos para las niñas que sufren más encierro, según el análisis del Informe de motivaciones e intereses culturales de niños y niñas entre 7 y 11 años, realizado por el Consejo Nacional de TV, de diciembre de 2024.
Sin embargo, hay formas de aportar en ese contexto y el mundo de la gestión cultural ahí tiene una responsabilidad y una ventana para impactar socialmente a familias completas y sus entornos. Desde FAMFEST se ha abordado este desafío desde los colegios con la colaboración de las municipalidades de La Pintana y Lampa, donde más de 7.200 niños y adolescentes fueron beneficiados como espectadores de obras nacionales e internacionales. No se trata sólo un indicador numérico, las obras ofrecieron relatos sensibles, poéticos y profundamente significativos. La neurociencia lo ha demostrado con claridad: el acceso temprano a estímulos culturales activas zonas del cerebro vinculadas al lenguaje, la empatía, la imaginación y la autorregulación emocional. Según estudios liderados por la Universidad de Arkansas, niños expuestos a obras teatrales desarrollan mayor tolerancia, comprensión de emociones complejas y habilidades de pensamiento crítico. El teatro y el arte no solo entretiene: enseña a ponerse en el lugar del otro, a leer el mundo desde múltiples perspectivas, a construir sentido.
La investigadora y neuroeducadora Mary Helen Immordino-Yang ha demostrado que las experiencias estéticas profundas activan el sistema límbico y la corteza prefrontal, áreas clave para el desarrollo moral y la toma de decisiones y ello, en contextos de vulnerabilidad, puede ser un factor protector frente a la violencia, la desesperanza y la exclusión.
Exponer a niñas y niños y adolescentes a estímulos artísticos es una política pública inteligente con enormes externalidades positivas. Es apostar por una ciudadanía más empática, más crítica, más creativa frente a los problemas. Es reconocer que el arte no salva del hambre, pero sí puede proteger emocionalmente y, en un país donde uno de cada tres niños de entre 10 y 14 años quiera acabar con su vida o hacerse daño, eso importa. Importa mucho.
El arte cuando llega a territorios excluidos, a niños y niñas privados de belleza, imaginación y juego, repara. También inspira futuros más esperanzadores.
Claudia Pizarro, alcaldesa de La Pintana
Andrea Pérez de Castro, directora de Famfest
Jonathan Opazo, alcalde de Lampa
Juan Carlos Silva, abogado, ex subsecretario de las Culturas y las Artes