Cuando el boicot se convierte en exclusión
Señor director:
El antisemitismo no comienza con violencia, sino con gestos que se celebran como valientes y silencios que se vuelven cómplices. Chile no puede permitir que el repudio legítimo a una guerra se transforme en rechazo a un pueblo.
Chile ha sido históricamente un país de acogida. Aquí encontraron refugio quienes escapaban de guerras, persecuciones o dictaduras. Por eso, lo que está ocurriendo en Pucón no puede pasar inadvertido: algunos comerciantes han decidido declarar sus locales “libres de genocidas”, negando la entrada a personas por su origen israelí o por su fe judía.
Soy chilena, orgullosa esposa y madre de judíos. Y como tal, me duele y me avergüenza ver que en mi propio país surjan expresiones de antisemitismo disfrazadas de activismo político. Nadie discute el derecho a opinar ni a condenar los abusos en cualquier conflicto; pero una cosa es expresar una postura, y otra muy distinta es excluir seres humanos por lo que son o representan.
El antisemitismo no siempre se presenta con violencia. A menudo comienza con frases, gestos o letreros que legitiman el desprecio. Se instala en conversaciones, en redes, en silencios que se vuelven cómplices. Esa es precisamente la forma más peligrosa del odio: la que se normaliza.
No podemos permitir que el repudio legítimo a una guerra se transforme en rechazo a un pueblo. No se combate la injusticia cometiendo otra. Y cuando el boicot se convierte en exclusión, dejamos de ser una sociedad democrática para convertirnos en una que señala y separa.
Las autoridades deben actuar, pero también la ciudadanía. Guardar silencio frente al antisemitismo es abrir la puerta al miedo. Chile debe ser un país libre de odio, no de personas.
Porque hoy el estigma recae sobre los judíos. Mañana podría recaer sobre cualquiera.
María Soledad López Oyarzo
Santiago, Chile