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El club de los rectores de Chile Opinión

El club de los rectores de Chile

Alberto Mayol
Por : Alberto Mayol Sociólogo y académico Universidad de Santiago
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Ante la evidente estrategia del Club de los Rectores del pacto conservador-empresarial, que han preparado un escenario de fortificación tan evidente de sus principales autoridades para evitar otro 2011 con un Gobierno de Sebastián Piñera, se hace necesario tener una conducta ordenada y sólida a la hora de combatir esas visiones. Y más que seguir pensando en los problemas locales, es necesario mirar el escenario nacional y ver qué puede hacer cada rectorable en dicho escenario. Es esa, creo yo, la obligación de quienes votamos para elegir un rector.


2018 es un año clave en el sistema universitario de Chile, pues hay elecciones en varias e importantes universidades (o hay designaciones de rectores). Este año se definen (o ya se han definido) los actores que harán frente (o harán bloque) durante el Gobierno de Sebastián Piñera al Ministerio de Educación y a sus esfuerzos por profundizar el actual modelo educativo.

Aclaro que la mirada que se otorgará en esta columna parte de una posición específica dentro del sistema, no me declaro un analista neutro: la posición que defiendo es la de quienes creemos que el modelo universitario chileno debe modificarse de manera significativa y que los modestos avances en el Gobierno de Michelle Bachelet son insuficientes para potenciar la universidad como espacio público, de reflexión y de producción de cultura y democracia.

Aclaro además que venimos insistiendo desde siempre en la necesidad de la educación gratuita y el fin de la comercialización de ella. Desde esta base es que procedemos a analizar el escenario universitario y este año, donde la mayor parte de las universidades del CRUCH enfrentan procesos ‘eleccionarios’ (hay varias universidades del CRUCH que no tienen elecciones, de ahí las comillas).

La historia de la educación chilena en los últimos años está marcada por el pacto ‘empresarial-religioso’ que permite controlar el escenario político desde la UDI hasta la DC (y más allá). El pacto educativo, en todos estos años, nunca ha sido simétrico al pacto político, aunque la inercia de este último lo afecte. Y es que, si el pacto político de la ‘democracia de los acuerdos’ terminaba en un triunfo conservador, el pacto educativo comenzaba en un triunfo conservador y de ahí en adelante se veía hasta dónde llegaba la goleada.

[cita tipo=»destaque»]Es fundamental que los jugadores de las universidades estatales tengan el peso y la estatura suficiente para enfrentarse al Gobierno de Sebastián Piñera. Al respecto resulta obvio que los nombres de Ennio Vivaldi en la Universidad de Chile y Juan Manuel Zolezzi en la Universidad de Santiago son esenciales para este propósito, básicamente porque sus competidores son de ligas menores y no resultan relevantes sus acciones para un Gobierno de derecha. El asunto de la estatura de los rectores es decisivo. Pero también es fundamental que esos nombres (y tantos otros) puedan trabajar en conjunto y con una inteligencia al servicio de la causa común.[/cita]

En resumen, para no abundar aquí en el contexto, la educación chilena pasó a perder autonomía, libertad e igualdad y quedó en manos del club que administra Chile: los resabios de la oligarquía, el empresariado y un par de funcionarios del club. En el sistema universitario se distinguen muchos ‘rectores del club’, no solo en el mundo privado, sino incluso en el público. Para que el club pierda su control es indispensable que existan ‘rectores de Chile’, antes que una red nutrida de actores con clara orientación a que el cambio de modelo educativo se fortalezca. Y en ese aspecto el año 2018 puede traer novedades, en una dirección u otra.

En aquellos lugares donde hay elecciones de rector han surgido diversos debates con miras a esta elección. Llama la atención la miopía de estos debates que parecen desatender casi deliberadamente los elementos estructurales que aquí solo alcanzamos a bosquejar. Quizás se deba a que, desgraciadamente, la política se ha vuelto local y, por tanto, privatizada. Y aunque la sensibilidad ante lo local es relevante, no es menos cierto que su apología involucra el fin de la política. El ‘asunto de algunos’ reemplaza al ‘problema de todos’. He aquí la derrota de los esfuerzos por la universalidad. Esto, en una universidad, es una derrota del espíritu mismo de la institución y de su capacidad histórica. Haciendo un esfuerzo, entonces, por no caer en la miopía de lo local, los siguientes puntos son los que me parecen más relevantes a la hora de observar las elecciones de rectores en Chile y la problemática de cómo quitar poder a los ‘rectores del club’.

La estructura de conservación del actual sistema universitario, de creación dictatorial y perfeccionamiento transicional, es hoy muy sólida. El ‘club’ está muy firme luego de su sismología de 2011. Están los grupos recalcitrantes de defensa, que van desde el bloque empresarial duro hasta el grupo conservador por excelencia, donde destaca la Pontificia Universidad Católica y su talentosísimo rector actual.

Pero esto es solo el comienzo. Hay también universidades que buscan la influencia política, como la Adolfo Ibáñez, la del Desarrollo, que son interesantes ejemplos. Pero este grupo conservador (la política educativa del club) alcanza incluso los espacios del progresismo: la Diego Portales por el progresismo laicista, la Alberto Hurtado por el progresismo religioso.

Ambos progresismos se ejercen solemnemente desde la puerta de la universidad hacia afuera (hacia el interior sería impropio). E incluso la Alberto Hurtado, cada tanto, incurre en pecado también en la vía pública y apoya solemnemente al club en las cosas importantes. Para mayor solidez de esta ya formidable estructura conservadora, la construcción del autodenominado G9 permitió a las universidades católicas, pero sobre todo y preferentemente a “la católica”, tomar control de las universidades ‘privadas-públicas’ de regiones (la de Concepción y la Austral particularmente). Como se ve, el grupo conservador tiene el tablero copado, pues además tienen la mitad del mundo en el CRUCH y, por tanto, se han granjeado juego por dentro y por fuera de dicho Consejo.

El siguiente punto es que, más allá de lo copado del tablero, siempre vale la pena preguntarse con qué piezas se juega en este tablero. Es decir, si vemos hoy que por los conservadores están sentados en sus respectivos puestos de rector personajes con la influencia de Ignacio Sánchez, Harald Beyer, Carlos Peña, Carlos Williamson, Federico Valdés, José Antonio Guzmán; la pregunta es simple: ¿qué conjunto de rectores enfrentará a este equipo por el otro lado? Es esta, a nuestro juicio, una pregunta central. Y cómo esos jugadores, luego de enfrentar a los conservadores, harán algo para ganar.

El sistema de universidades tiene, como toda configuración política, dos variables esenciales que determinan la situación de sus actores: energía y significado. La energía en el sistema la otorgan distintos aspectos: la importancia de una institución (la Universidad de Concepción pesa más que la de Atacama o Magallanes, por ejemplo), la relevancia específica de un rector (Carlos Peña, Ennio Vivaldi, Harald Beyer, Juan Manuel Zolezzi valen por sí mismos) y los elementos contingentes que siempre existen (crisis, denuncias, etc.). El significado o posicionamiento lo entrega la línea política que defienden los actores y la capacidad de comprender hasta dónde proyectar esa línea (y hasta dónde no). Un punto importante es que el posicionamiento o significado es irrelevante sin energía y que la energía se disipa sin posicionamiento.

Considerando esta base analítica, el escenario actual de elecciones merece el siguiente análisis. En al año 2018, son 15 de las 27 universidades del CRUCH las que enfrentan el final del período de rectorado y asumen las elecciones o proceso de selección de la nueva autoridad (o la renovación de la anterior). Considerando este escenario, la pregunta es qué resulta conveniente para quienes desean un sistema universitario público, con agenda de verdadera gratuidad y de consolidación del espíritu universalista y racionalista básico de estas instituciones. Es decir, qué es conveniente para enfrentar a los ‘rectores del Club’ desde los rectores que puedan defender la educación pública chilena. Y frente a esto las respuestas que sugerimos son las siguientes: es indispensable que las universidades estatales mantengan una acción coordinada y fortificada, lo que hasta ahora no ha ocurrido de modo consistente.

Es imprescindible fracturar el G9 y reconocer los intereses de las universidades de Concepción y Austral, incorporándolas a la red estatal. La salida del anterior rector de la Universidad de Concepción y el arribo de Carlos Saavedra es una gran oportunidad si este nuevo rector, muy talentoso, da espacio para el trabajo estratégico hacia fuera de la universidad (cuestión difícil en tiempos donde los sofisticados académicos quieren más cariño en lo local que relevancia histórica) y si comprende que la PUC usa su universidad como elemento desestabilizador de la educación pública.

Es fundamental que los jugadores de las universidades estatales tengan el peso y la estatura suficiente para enfrentarse al Gobierno de Sebastián Piñera. Al respecto resulta obvio que los nombres de Ennio Vivaldi en la Universidad de Chile y Juan Manuel Zolezzi en la Universidad de Santiago son esenciales para este propósito, básicamente porque sus competidores son de ligas menores y no resultan relevantes sus acciones para un Gobierno de derecha. El asunto de la estatura de los rectores es decisivo. Pero también es fundamental que esos nombres (y tantos otros) puedan trabajar en conjunto y con una inteligencia al servicio de la causa común.

Es muy evidente que los controladores del Club han evaluado fundamental poner una guardia pretoriana de alto nivel en sus universidades. Su acción política se vio coronada con la presentación de las universidades privadas sobre el lucro en las universidades. Frente a esa guardia pretoriana, que suma recursos sorprendentes y un ‘dream team’ de rectores, las universidades estatales pueden responder con estatura y estrategia o, sencillamente, apostar al voluntarismo.

Soy académico de la Universidad de Santiago y naturalmente con este acto hago público mi voto. Es un ejercicio útil, a mi juicio, e incluso muy relevante, pues no son pocos los activistas de campañas de rectores que han escrito sesudas columnas sin decir su preferencia (como si esa omisión dotara de credibilidad sus dichos), columnas cuyo objetivo en todo caso era denostar rivales. También hay de esos candidatos a rectores que se esfuerzan comunicacionalmente contratando incluso periodistas de medios importantes para lograr prensa a partir de los contactos del contratado (y es que, a falta de peso en el sistema, no es malo aparentarlo).

Ante todas esas técnicas prefiero algo más simple: argumentar mi visión del sistema universitario, de los rectores en general y manifestar mis preferencias, no solo en la universidad donde trabajo, sino también en otras donde me parece relevante el devenir de los posibles sucesos. Y es que educar también es gobernar. Por eso, ante la evidente estrategia del Club de los Rectores del pacto conservador-empresarial, que han preparado un escenario de fortificación tan evidente de sus principales autoridades para evitar otro 2011 con un Gobierno de Sebastián Piñera; se hace necesario tener una conducta ordenada y sólida a la hora de combatir esas visiones. Y más que seguir pensando en los problemas locales, es necesario mirar el escenario nacional y ver qué puede hacer cada rectorable en dicho escenario. Es esa, creo yo, la obligación de quienes votamos para elegir un rector.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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