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La difícil candidatura de Lula: ¿preparando la cancha para la derecha? Opinión

La difícil candidatura de Lula: ¿preparando la cancha para la derecha?

Francisco J. Leturia
Por : Francisco J. Leturia Profesor Derecho UC, Abogado, Doctor en Derecho
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La pregunta natural de por qué la izquierda ha persistido en la candidatura de Lula, sabiendo que muy probablemente será inviable, tiene una respuesta simple: la ausencia de un plan B para las elecciones. Todas las esperanzas del PT (Partido de los Trabajadores) están puestas en que, o se autorice su candidatura (poco probable) o que esta sea anulada pocas semanas antes de la elección, facilitando la transferencia de votos al poco carismático actual candidato a vicepresidente, Fernando Haddad. Los miembros de su comando se excusan diciendo que, dadas las circunstancias, era lo único que les era posible hacer.


La estrategia que han seguido los partidarios de Lula (insistir en su candidatura, pese a que la ley lo prohíbe) puede tener efectos colaterales que no han sido suficientemente analizados, y que pueden terminar beneficiando a su principal adversario: el derechista Jair Messias Bolsonaro.

En nuestro país, la noticia que más se ha destacado en relación con las elecciones brasileras, ha sido que la ex Presidenta Bachelet, junto con varias figuras de su sector, han solicitado su excarcelamiento/anulación de la ley/anulación de condena por corrupción, para que así pueda sortear el obstáculo legal que le impide competir. Pero en Brasil estas gestiones prácticamente nadie las conoce, ni siquiera en ambientes políticos.

Lo que sí se conoce bien en Brasil es que la popularidad del Presidente Temer (ex vicepresidente de la destituida Dilma) no supera el 5%; que la cifra de homicidios ha alcanzado más de 60 mil por año (con la tasa más alta de su historia); que 18 de las 50 ciudades más peligrosas del mundo están allí; que hay 13 millones de desempleados; que hace pocos días el gobierno envió tropas a la frontera con Venezuela para contener la crisis de inmigración y refugiados; que la indignación por la corrupción política/empresarial que operó por años es generalizada y que, acusado de participar en ella, Lula fue condenado y ya paga penas de cárcel (solo que cuesta explicar por qué no hay muchos más políticos procesados).

[cita tipo=»destaque»]Cuesta entender la performance de Jair Messias Bolsonaro sin ejemplos. Por hacerlo más didáctico, describámoslo en una situación habitual: un foro televisivo (a muchos de los cuales llama «fake news»), donde la entrevistadora le cuestiona que proponga nombrar militares a cargo de las escuelas públicas, que quiera facilitar el porte de armas, que rechace el matrimonio y la adopción homoparental, que desprecie a la ONU, que quiera seguir el modelo económico chileno, que sea racista, machista… antes de que termine la larga lista de cargos, un tranquilo y sonriente Bolsonaro suele responder: “Al menos no me ha llamado corrupto”. [/cita]

En Brasil, una persona condenada por delitos de corrupción ni siquiera puede dar entrevistas. Así lo dice la ley «ficha limpia», promulgada en su momento por el propio Lula. Por tanto, pedir que se lo autorice a competir equivale a sugerir, o que no se respete la ley (ya no hay tiempo para cambiársela) o a invitar al Tribunal Electoral a que, obrando más allá de sus facultades, valide la tesis conspirativa, que afirma que los Tribunales brasileros, en primera y segunda instancia, se coludieron, casi sin pruebas, para sacar de carrera al candidato más popular.

Sea como sea, e independientemente de lo que se resuelva, el diagnóstico de sentido común sobre Brasil es compartido: el país atraviesa una crisis institucional mayor y la confianza pública está por el suelo. En simple: la gente común se pregunta si son corruptos todos los políticos, incluyendo a Lula; o si solo son corruptos la mayoría de los políticos, excluyendo al ya condenado Lula, pero incluyendo al Poder Judicial, que se prestó para participar en una maquiavélica trama, inventando delitos para alterar la voluntad popular. Un menú de posibilidades nada alentador.

La pregunta natural de por qué la izquierda ha persistido en la candidatura de Lula, sabiendo que muy probablemente será inviable, tiene una respuesta simple: la ausencia de un plan B para las elecciones. Todas las esperanzas del PT (Partido de los Trabajadores) están puestas en que, o se autorice su candidatura (poco probable) o que esta sea anulada pocas semanas antes de la elección, facilitando la transferencia de votos al poco carismático actual candidato a vicepresidente, Fernando Haddad. Los miembros de su comando se excusan diciendo que, dadas las circunstancias, era lo único que les era posible hacer.

El «asunto Lula» captará, por las próximas semanas, el grueso de la atención mediática. Pero cuando quede despejado (20 días antes de la elección), muchos de los actuales indecisos (cerca el 50%) dirán: «Qué ‘porra’. Quiero algo realmente distinto».

Y ese es el fértil territorio que espera aprovechar Jair Messias Bolsonaro. Un ex capitán de ejército, carismático y polémico, a quienes muchos han llamado el «Trump brasilero», y que parece haber encontrado, con su estilo sencillo y sus propuestas simples y radicales, una fórmula que le está dando resultados. En las últimas encuestas, pelea el primer lugar (sin Lula) y nadie duda que pasará a segunda vuelta.

Cuesta entender su performance sin ejemplos. Por hacerlo más didáctico, describámoslo en una situación habitual: un foro televisivo (a muchos de los cuales llama «fake news»), donde la entrevistadora le cuestiona que proponga nombrar militares a cargo de las escuelas públicas, que quiera facilitar el porte de armas, que rechace el matrimonio y la adopción homoparental, que desprecie a la ONU, que quiera seguir el modelo económico chileno, que sea racista, machista… antes de que termine la larga lista de cargos, un tranquilo y sonriente Bolsonaro suele responder: “Al menos no me ha llamado corrupto”.

Inmediatamente destaca que fue uno de los pocos parlamentarios que votó en contra del financiamiento estatal para las campañas políticas y que, por lo mismo, rechazará utilizar el fondo que el Estado le ha asignado. Y hace ver que el insignificante tiempo que tiene en la franja televisiva, comparado con aquel del que gozan los candidatos de los grandes partidos, es la prueba que confirma, una vez más, la sospecha general de que «los políticos se han repartido el país entre ellos, perjudicando al ciudadano común». Fin del problema. Siguiente pregunta.

Con su peculiar estilo, Bolsonaro es uno de esos candidatos que hacen perder el control y la paciencia al progre militante.

Pero las pasiones parecen estar muy encendidas como para hacer un poco de autocrítica y reconocer que el fértil territorio donde está logrando crecer ha sido generado por el ruinoso final de los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores).

En otras palabras: el éxito de Bolsonaro no se entiende sin la crisis brasilera, de sus políticos y particularmente, del PT. En cierto sentido, Bolsonaro es el último heredero del trabajo de Lula.

A mayor fuerza, como última ayuda, la estrategia electoral de mantener la candidatura de Lula, mantendrá la temática de la campaña en torno a la corrupción, lo que puede seguir facilitando el crecimiento e, incluso, la elección, de Bolsonaro, BolsoMito o, simplemente, «O MITO» (como lo llaman sus partidarios). (Continuará…).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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