Publicidad
Archipiélagos en movimiento: Izquierdas gaseosas y derechas evangélicas Opinión

Archipiélagos en movimiento: Izquierdas gaseosas y derechas evangélicas

Publicidad
Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
Ver Más

En principio y dado el estado de cuestionamiento moral a las estructuras conservadoras, la derecha no tiene alternativa viable si prescinde del texto de Piñera y su apertura gradual hacia Evópoli. No hay gobernabilidad posible si la idea es reponer una derecha de visos neoconservadores y retrotraer la discusión a un programa neogremialista en una sociedad de ambientes líquidos. Y aquí el mapa se comienza a mover. A manera de hipótesis, si la UDI hace un giro endogámico, será Evópoli el que en el mediano plano podría capitalizar un «centro liberal», abrazando un tibio pluralismo de derechas, como una zona de crecimiento que está al margen de los universos transicionales de la derecha.


Dante sostuvo en su Divina Comedia que «el más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral». Ergo, habrá «algo» que aventurar sobre el Chile Actual en un terreno pantanoso. Habrá «algo» que arriesgar en medio de «sujetos gaseosos» y «minorías evangelizadoras» (orden ético), propios de un tiempo difuso. Qué tan cierto es que el capitalismo gerencial (management) terminó por devastar el campo de «lo político». Cuán realistas son las tesis tremendistas que ven en Bolsonaro la eminencia gris del continente, verdadero Mistófeles en tierras poscomunistas.

Sin bien hay que leer en detalle la nueva geopolítica regional y sus efectos, abunda una circunvalación de términos en los progresismos de turno: fascismo, neofascismo, protofascismo, microfascismo y todos los anteriores. Se trata de una izquierda (con especial hincapié sostenida en el «consenso de Whashington») sin «retrato de futuro», librada a un lirismo que proyecta obstinadamente un «estado de la lepra».

Ello no guarda mayor sentido cuando conocemos procesos tibiamente similares como el caso de Ollanta Humala, a saber, el tránsito de su original condición etnocaserista y luego un político que pasó de la prosa al verso neoliberal. Lula, el hijo de tornos, también vivió tal proceso en un contexto que guarda otros matices. Pero de bruces arremetió una izquierda de alta densidad en su simbolicidad y planos de retorización, que comienza a agudizar nuestro presente fáustico leyendo la totalidad histórica en su conjunto, donde cada acto está ubicado en una sucesión objetiva de confabulaciones (neo)imperiales. ¿Fascismo o Socialismo?, se preguntaba Theotonio dos Santos hace 45 años.

Ahora bien, qué hacer en nuestra parroquial escena cuando las coaliciones de turno, y a no dudar nuestras elites, carecen de horizontes, mitos y textualidades –NO reactivas– que puedan desbordar tibiamente la facticidad del mercado, construir mediaciones sociales, y resituar las cosas en una perspectiva de futuro (sí, de futuro). Cuán profunda es la crisis con un peregrinar de capataces simbólicos del presente. Me refiero a esas generaciones muertas que oprimen el cerebro de los vivos y que gozan de todo tipo de redes corporativas, enlaces elitarios y recursos mediáticos: desde Pancho Vidal a nuestro Bolsonaro, el Sr. Kast.

[cita tipo=»destaque»]En principio y dado el estado de cuestionamiento moral a las estructuras conservadoras, la derecha no tiene alternativa viable si prescinde del texto de Piñera y su apertura gradual hacia Evópoli. No hay gobernabilidad posible si la idea es reponer una derecha de visos neoconservadores y retrotraer la discusión a un programa neogremialista en una sociedad de ambientes líquidos y libidinales. Y aquí el mapa se comienza a mover. A manera de hipótesis, si la UDI hace un giro endogámico, será Evópoli el que en el mediano plano –y NO antes, cabe remarcarlo– podría capitalizar un «centro liberal», abrazando un tibio pluralismo de derechas, como una zona de crecimiento que está al margen de los universos transicionales de la derecha (Lavín, Larraín, etc.)[/cita]

De suyo enfrentamos un presente híbrido, mutante, donde las identidades políticas están en pleno proceso de contaminación, fusión y travestismo. Pero es necesario consignar algunos acontecimientos. Contra toda la piratería argumental de los politólogos de la plaza, indexados y dados al afrancesamiento, el clivaje transicional no ha caído en todas sus dimensiones. Entonces, ¿por dónde crecen los partidos de la transición que fueron fundados para y desde la matriz Boeninger y que al mismo tiempo deben resguardar determinados avances de la propia modernización?

Qué hacemos con la tipología PPD si recordamos su genética instrumental, cuya sala de parto fue la transición, cuál sería el diseño de un PPD postransicional –pragmático y ajeno a todo cuerpo doctrinal– más allá de apelaciones genéricas, a saber, progresismo, justicia social, distribución de la riqueza. En qué dirección se expanden los nuevos discursos y qué ritos y gramáticas invocan ante una colosal crisis de legitimidad y deterioro institucional.

En suma, aquí está en juego la producción de recursos semióticos y aparatos emotivos que puedan vitalizar la alicaída política institucional y proyectar el esperado relato con algún grado de credibilidad pública. Relato sin ardides. Por su parte, el campo del socialismo renovado –de escaso margen refundacional– permanece silente después de la muerte de Lagos en aquel Domingo de La noche cuchillos largos: «Tú también, Brutus, hijo mío».

A propósito de riesgos, y de decir «algo», si bien el atrismo asomó como una rica fuerza innovadora y de articulación entre izquierda institucional y el polo deliberativo, todo indica que su paradero final –altamente probable– será agudizar una competencia de oligarquías políticas con una insular legitimación ciudadana. Y ello pese a toda la propaganda crítica, so pena de que nos «hundamos separados». Tras una fase de iconografías populistas y vértigos verbales, el sistema político expulsa a la ciudadanía de todo presente y la reduce a un target financiero.

De un lado, prima una realidad líquida (subjetividades plásticas y ludópatas) y, de otro, se agudiza como nunca antes la competencia partidaria, exacerbando exponencialmente la fractura con la ciudadanía y expandiendo los procesos de elitización. Todo ello migra en el marco de un rebrote de minorías invertebradas o evangélicas (sin programas ni partido) y esencialmente antiestablishment. Ergo, habría que seguir la huella de esta compleja triangulación que parece ser el escenario provisorio en el corto plazo, a saber: una a) sociedad gaseosa en el plano socio-cultural, de b) minorías duras o evangelizadoras en el terreno ideológico y que fomentan c) insurgencias de collage no encarnadas en un sujeto masivo o espinoso (beligerancia sin sujeto político-hegemónico).

A la sazón, el mundo integrista (UDI) experimenta un fenómeno parcialmente similar, a saber, una fuerza guardiana de la era transicional que padece el agotamiento de sus energías gremialistas. No es fácil descifrar la viabilidad de una racionalidad conservadora-punitiva en un contexto que mezcla nihilismo y secularización. A modo de síntoma, muerto Bellolio –el mismo que apoyó un minuto de silencio en el marco de los 45 años de la UP– la «Coca» de Bolsonaro se impondrá en las internas de la UDI, haciendo una especie de trato friccionado con la extrema derecha. Pero, nuevamente, ¿se trata de una recomposición institucional o, bien, de una revolución conservadora? Incluso el discurso sanguíneo de Acción Republicana puede ser un «pretexto» para producir algún grado de aglutinamiento en la desmedrada izquierda institucional y producir una ofensiva aglutinante –remeciendo la distribución elitaria forjada en el bipartidismo de los años 90–.

En principio y dado el estado de cuestionamiento moral a las estructuras conservadoras, la derecha no tiene alternativa viable si prescinde del texto de Piñera y su apertura gradual hacia Evópoli. No hay gobernabilidad posible si la idea es reponer una derecha de visos neoconservadores y retrotraer la discusión a un programa neogremialista en una sociedad de ambientes líquidos y libidinales. Y aquí el mapa se comienza a mover. A manera de hipótesis, si la UDI hace un giro endogámico, será Evópoli el que en el mediano plano –y NO antes, cabe remarcarlo– podría capitalizar un «centro liberal», abrazando un tibio pluralismo de derechas, como una zona de crecimiento que está al margen de los universos transicionales de la derecha (Lavín, Larraín, etc.).

Por fin, a modo de breve sinopsis, el Frente Amplio, la biodiversidad y sus ideólogos orgánicos. Resulta enigmático descifrar cuál será el derrotero de un movimiento político donde no existe claridad respecto a su «cohesión discursiva». Cómo ponderar el aporte de una coalición que aún no se constituye como coalición en el sentido fuerte del término. Es viable un movimiento que aún está en deuda con un relato en construcción y que, pese a su exitosa plataforma electoral, aún no representara una tercera fuerza política. Pero concedamos un escenario ideal o idílico, un camino amistoso que se aleja de la Realpolitik. Vayamos por un «tipo ideal».

Si el FA es idealmente capaz de elaborar un texto aglutinador en las próximas municipales, podría alcanzar (dicho ligeramente) entre 15 y 20 municipios adicionales, y ello al precio de establecer acuerdos muy puntuales con la actual Concertación. Más aún como la expansión demográfica de los partidos de la transición está en una zona grisácea (desde el PPD a la UDI), el dilema es la demografía de extensión de los partidos transitólogicos.

El FA, a la hora de constituirse como una coalición consolidada, podría reducir sustancialmente la fuerza electoral de partidos de genética (pos)transicional. Ello sería una forma de derogar o «llamar a retiro» las voces anquilosadas de Pancho Vidal, Ominami y Clarisa Hardy. El corolario de este escenario ideal sería un Frente Amplio que, en el mejor escenario, podría competir en las presidenciales del 2026 con la derecha. A decir verdad es un escenario bastante improbable, pero tampoco se trata de una robinsonada.

En una sociedad cincelada «desde arriba», como dice Gabriel Salazar, los partidos políticos sobrevivirán junto a las elites. A ello se agregan los obstáculos esperados por el ambiente político, a saber: la falta de disciplina política, una heterogeneidad indomable, hasta los deseos explícitos de RD por establecer una nueva trama de pactos. Estos serían los factores del esperado desgajamiento del FA.

Por fin, nunca podremos subestimar las fuerzas institucionales y la capacidad elitaria de un menguado «socialismo de clase» que, aunque averiado, tiene a su haber una masa crítica más reducida, pero igualmente observante e incidental sobre el nuevo mapa político. Un think tank como Chile 21 importa más como articulación de prebendas, vínculos interelitarios con la elite conservadora, pero es casi irrelevante como producción de un nuevo pensamiento político. Por ello, negar la lucidez política y el sentido de oportunidad de transitólogos con oficio como Martner, Escalona y Ricardo Solari –con agendas y matices mediantes– sería perder el «principio de realidad». Se podrá imputar que durante casi tres décadas han estado en «posiciones de poder» y en redes transversales con la derecha chilena, pero desconocer las capacidades de proyectar escenarios y construir plataformas compartidas –extremadamente elásticas– sería desconocer las claves del proceso político chileno.

Quizá podemos improvisar un retorno al Fausto de Goethe para iluminar nuestro atribulado presente: «Detente, eres tan bello». Ergo, ¿Diablo o Demonio en el Chile Actual?

Diablo –dirá Goethe si tiene entidad propia y disfruta de una realidad autónoma o, bien, Demonio (Demon, alter ego) si es parte de nuestra existencia fáustica donde «time es money» y donde el pacto (neoliberal) es solo por vivir un instante de plena felicidad… un momento fugaz, «detente». El aliento para todas las empresas fáusticas que desarrollamos en nuestras vidas activas, al precio de privatizar la subjetividad, de desdoblarnos, es padecer el extrañamiento que produce la legitimidad de la boutique de bienes y servicios. En un marco donde priman subjetividades suntuarias e identidades selfie, esta combinación ha sido determinante para consolidar una hegemonía cultural que seguirá construyendo rutas de penetración centradas en el hiperacceso y la sobremasificación.

En suma, no hay dos respuestas frente a las interrogantes que arroja Goethe: Demonio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias