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Del empate político a la moral: Jaime Guzmán, el gran hermano Opinión

Del empate político a la moral: Jaime Guzmán, el gran hermano

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Si bien, el hecho de otorgar asilo político a Palma Salamanca enfureció a la derecha que, mediante las tremendas cajas de resonancia que poseen a su disposición. Lo realmente significativo de la polémica/trifulca es que Jaime Guzmán, una vez más está de regreso, como en sus mejores tiempos, siempre vigilando y acechando a la democracia chilena y sus instituciones, haciéndonos, una y otra vez, retrotraernos  a un pasado que, sinceramente quisiéramos superar: el de los horrores de la dictadura chilena y de todos sus mitos.


Hay una notable entrevista de un medio francés – creo de 1976 – a Jaime Guzmán. Este, en un francés algo rudimentario contesta la pregunta del periodista, sobre la posibilidad de retornar a un régimen democrático en Chile, del siguiente modo: “creo que es imposible… pues estamos conscientes que los problemas del país no pueden ser resueltos por asambleas irresponsables”. Enseguida, elaborará su tesis, que recogerá con posterioridad la constitución de 1980, de que las naciones deben ponerse a resguardo de las mayorías irresponsables y ocasionales mediante diversos subterfugios.

Incluso, solo algunos días después del golpe señalaba en una de sus primeras minutas a la Junta, que su éxito “está directamente ligado a su dureza y energía, que el país espera y aplaude. Todo complejo o vacilación a este propósito será nefasto. El país sabe que afronta una dictadura y lo acepta… Transformar la dictadura en dicta-blanda sería un error de consecuencias imprevisibles”. 

Durante toda la transición los chilenos nos hemos enterado, una y otra vez, de cómo, Guzmán se las arregló para que nunca las mayorías lograsen hacer transformaciones profundas: el consejo de seguridad primero, los senadores designados luego, distritos y circunscripciones construidos sobre la base de favorecer a la derecha en aquellos lugares donde les fue bien en el plebiscito de 1988 y, el Tribunal Constitucional y quorum altos, siempre.  El autor intelectual de la constitución del 80’ lo resumió de la siguiente manera “Había que asegurar que, si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque -valga la metáfora- el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.  

[cita tipo=»destaque»]Y, es que, tal vez, la pesada herencia de su responsabilidad en el Golpe haya tenido relación con las crisis personales que enfrentaron en distintas etapas de su vida y que, hoy, cuando ya son casi personajes del pasado o con poco tiempo político más, intenten quedar bien con la historia jugando al empate moral en relación al 11 de septiembre y su argumento del “contexto”,  o su tesis enarbolada en torno al 5 de octubre que “la opción SI y NO, eran casi lo mismo”, o que en el escenario de la negación de la extradición de Palma Salamanca por parte del estado francés, eso sí con la complicidad activa o pasiva de muchos líderes opositores, se transformaran durante las dos últimas semanas en los campeones de los derechos humanos.[/cita]

Incluso, el triunfo de Guzmán sobre la centroizquierda resultó, también ser psicológico: cuando esta ha logrado mayorías para emprender algunas transformaciones, se ha auto anulado o paralizado como coalición política, no pudiendo implementarlas (Bachelet, por ejemplo). La declaración reciente de los senadores socialistas es también, otra arista de ese complejo de inferioridad. Secuela de lo anterior es, además, aunque en el otro extremo, la actitud irresponsable de Gabriel Boric de reunirse con el ex frentista Ricardo Palma Salamanca y luego negarla cuando llegó la crítica.  

Y si bien, el hecho de otorgar asilo político a Palma Salamanca enfureció a la derecha que, mediante las tremendas cajas de resonancia que poseen a su disposición – tv, radios, prensa digital y tradicional y una larga lista de columnistas y opinantes para defender sus puntos de vista -, hizo retroceder y, una vez más, quebrar la feble coherencia opositora lo que incluyó una desvergonzada declaración de los senadores socialistas donde borran con el codo su propia historia.

Lo realmente significativo de la polémica/trifulca es que Jaime Guzmán, una vez más está de regreso, como en sus mejores tiempos, siempre vigilando y acechando a la democracia chilena y sus instituciones, haciéndonos, una y otra vez, retrotraernos  a un pasado que, sinceramente quisiéramos superar: el de los horrores de la dictadura chilena y de todos sus mitos, incluyendo el de la mentira del milagro económico, donde los detenidos desaparecidos eran un invento del comunismo internacional, el de Colonia Dignidad que defendió con bombos y platillos quien hoy es ministro de justicia; el Chile del desfalco o asalto a mano armada al Estado chileno donde se incluye quien hoy nos gobierna, el país de las pandillas de asesinos que asediaban las ciudades cada noche, el Chile de la explosión de los depravados y anormales, en definitiva, el país de los setenta y ochenta que nos tocó vivir.  

Del empate político a la moral: la principal herencia de Guzmán.

Y es que un gobierno que no tiene ni ideas ni presupuesto para hacer política pública significativa tuviese que, finalmente, recurrir a la ideología de Guzmán para intentar pasar a la historia.

En esa lógica, atribuible a una mente brillante, pero algo perturbada como lo era la del asesor principal de la Junta Militar, se inscribe el intento impulsado desde La Moneda, que se ha prolongado durante todo el año, y que se evidenció en especial en torno a las conmemoraciones del 11 de septiembre y del 5 de octubre, por alcanzar el “empate moral” con la centroizquierda y que, ésta, además, lo ha regalado gratis.

De allí la tesis por resaltar “el contexto del 11”, cuya extensión lógica permitiría justificar, además, el mismo horrendo asesinato del fundador de la UDI – a comienzos de los 90’ vivíamos en una democracia restringida, Pinochet seguía como comandante en jefe y extorsionaba cada cierto tiempo al poder civil, ni hablar de los cerrojos constitucionales, el Mamo Contreras y Álvaro Corbalán disfrutaban la libertad y vivíamos aún con la ley de amnistía de 1978 -; o el intento de La Moneda por colocar a los partidarios del SI en la misma vereda de quienes no solo votamos, sino que defendimos con dientes y muelas la opción NO, y hacerlos aparecer, también, como constructores de la democracia recuperada a partir de octubre de 1988, cuando en realidad con su voto avalaron la perpetuación de un régimen inmoral y asesino.    

Y es que, a lo largo de tantos años de observación, debate, reflexión, he llegado a la conclusión de que otra virtud de Jaime Guzmán con su obra fue haber disminuido y empequeñecido hasta casi hacerlas desaparecer, las diferencias de fondo entre las diversas opciones políticas al punto que hoy, cuesta mucho diferenciarlas y eso explica que cerca del 60% de los chilenos les da lo mismo quien gane y desde 2012 dejaron en masa de ir a sufragar.  

Ese contexto revela que, de derecha a izquierda, las diversas opciones políticas hayan sido financiadas por Soquimich (SQM), es decir, por el ex yerno de Pinochet quien cada año, nos ofrecía a través de su empresa un pool de opciones distintas con el lema “voten por el que quieran.  A mi todos me sirven”. O que en ese desvarió moral la dirigencia del PS, por medio de su comisión patrimonio, hubiese invertido en esa misma empresa o en las AFP.

Y es así como se sigue pavimentando, el camino que inexorablemente nos llevará directamente hasta José Antonio Kast, más temprano que tarde.

Guzmán, sus coroneles y el arrepentimiento.

En alguna ocasión, en este mismo medio, me publicaron una columna sobre el peso moral del 11 sobre la generación de Guzmán y sus coroneles. En aquella ocasión, hice referencia a un hecho sintomático que se repite en varios de ellos cuya particularidad es que fueron acérrimos defensores de Pinochet: las crisis personales y psicológicas por las que atravesaron en democracia. El mismo Chadwick, en alguna ocasión, señaló en una entrevista que Guzmán días previos a su muerte, le había anunciado su deseo de retirarse a una vida espiritual “Me quiero ir a vivir a un convento, quiero hacer una vida de convento y separarme de la vida mundana”. Ni hablar de las crisis del propio Chadwick, Hernán Larraín quien, incluso llego a ser cuestionado en algún momento por sus hijos, la perfomance de Longueira en 2013:  se mete a una elección, la gana contra reloj y luego se retira como abanderado presidencial aduciendo una crisis personal. Ni decir de los exabruptos periódicos de Moreira, ni de la impronta autoritaria de Jacqueline Van Rysselberghe.

Personalidades muy distintas si uno las confronta con los liderazgos UDI más jóvenes como son los que encarnan Javier Macaya (la transición) o el diputado Jaime Bellolio (el cambio).

Y, es que, tal vez, la pesada herencia de su responsabilidad en el Golpe haya tenido relación con las crisis personales que enfrentaron en distintas etapas de su vida y que, hoy, cuando ya son casi personajes del pasado o con poco tiempo político más, intenten quedar bien con la historia jugando al empate moral en relación al 11 de septiembre y su argumento del “contexto”,  o su tesis enarbolada en torno al 5 de octubre que “la opción SI y NO, eran casi lo mismo”, o que en el escenario de la negación de la extradición de Palma Salamanca por parte del estado francés, eso sí con la complicidad activa o pasiva de muchos líderes opositores, se transformaran durante las dos últimas semanas en los campeones de los derechos humanos.

La política de Guzmán, de emparejarlo todo, al comienzo mediante trucos institucionales, aunque luego, como lo diría el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, “por el peso de la noche”. Y aquí estamos.

Guzmán o Pinochet: ¿quién es realmente el Gran Hermano?

¿Qué memoria perdurará más, la de Guzmán o la de Pinochet? Yo, sin dudarlo, pienso que Guzmán. Y si bien es cierto que Pinochet hizo ‘perro muerto’, es decir, se fue sin pagar, ya casi nadie lo recuerda y sus admiradores se restringen cada día más a un puñado de ancianitos que como salidos de esos filmes de terror de Alfred Hitchcook nos atormentan cada cierto tiempo con la exaltación de su figura.

Lo cierto es que Daniel López, no pasó la prueba y en la medida que ha ido pasando el tiempo – y por medio de la aparición pública de una serie de irregularidades –  su figura se ha ido desdibujando al punto que hoy, él y su familia aparecen más en las crónicas policiales, que por su legado político.

En alguna medida la historia ha sido justa con una parte de la derecha chilena que colaboró activamente con la junta y que, políticamente, le sobrevivió. El estúpido asesinato de su líder, siendo senador, les ofreció el mártir y la épica que jamás tendría Pinochet, desde que se le ocurrió aparecer de gafas oscuras una vez perpetrado el golpe.

Del resto, se encargó el propio Guzmán quien sigue siempre presente entre nosotros aun no estándolo. Ahí están como evidencias las coaliciones políticas a las que cada vez cuesta más diferenciarlas; el Chile individualista donde cada quien se salva cómo puede; la constitución del 80’ y el tribunal constitucional permanecen aún incólumes. Ahora mismo el asesinato de Matías Catrillanca, otra herencia de su autoritarismo político no dialogante. Y, por si fuera poco, cada cierto tiempo, su figura y legado revive cuando se sabe alguna noticia sobre sus asesinos.

Aquí estoy permanentemente entre ustedes, parece decirnos. Como diría Foucault, “desde donde siempre los miro riéndome”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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