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Una revolución que no maduró Opinión

Una revolución que no maduró

Joaquín Orellana
Por : Joaquín Orellana Analista Político – Subsecretario Nacional JDC
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La historia no se repite, pero rima. Y quienes miramos con ojo crítico los procesos históricos y, sobre todo, políticos, debemos estar atentos a cuando una serie de hechos y eventos comienzan a emitir fonemas similares a situaciones del pasado.

En la actualidad, al igual que en el pasado, las democracias se fracturan y fracasan, esta vez no en manos de tiranos que capturan al Estado por medio de golpes militares o la vía armada, sino más bien por líderes electos, por presidentes (o primeros ministros) que dislocan la institucionalidad pervirtiendo los mecanismos que los condujeron al poder. Es el caso venezolano, de la mano de Hugo Chávez primero, y luego, de Nicolás Maduro.

Hagamos una breve revisión del proceso. En un contexto social de profunda desafección y descontento frente la política, Hugo Chávez Frías era electo, en 1998, Presidente de Venezuela. El “Comandante” en su diseño de campaña levantaba las banderas de la revolución y la generación de un nuevo contrato entre el pueblo y el Estado venezolano, por fuera del sistema de partidos tradicional. Así nació la República Bolivariana de Venezuela, haciendo carne el imaginario libertador de Simón Bolívar, pero en clave chavista.

En 1999, Chávez generó las condiciones políticas para celebrar elecciones con el objetivo de conformar una nueva Asamblea Constituyente. Su bando aliado ganó y su éxito se vio consolidado en la composición mayoritaria de este órgano deliberativo, lo que se tradujo en una nueva constitución, legitima y nacida en democracia.

Ahora bien, cabe preguntarnos, ¿cuánto resisten las instituciones democráticas antes que se quiebren? O la verdad es que ¿no se pueden prospectar los quiebres y más bien se estudian ex post? Éstas son preguntas que la Ciencia Política aún no logra responder, pero que grafican el espíritu inicial de la columna.

Siguiendo con la revolución bolivariana, Hugo Chávez no presentaría rasgos autocráticos hasta 2003 (posterior a un intento de golpe militar fallido). Ya para 2006 el régimen chavista había cerrado un canal de televisión, controlaba los medios de comunicación, contaba con exiliados y presos políticos y había eliminado el termino de mandato presidencial con la idea de perpetuarse en el poder. La captura del Estado era inminente. Posteriormente, la historia es conocida, el “Comandante” fallecería de cáncer el 2013, sucediéndolo en el cargo un hombre de confianza, Nicolás Maduro.

Con Maduro en el poder, el 2017 se organizó una nueva Asamblea Constituyente capturada por el oficialismo. De este modo, tal como indican Levitsky y Ziblatt en “Cómo mueren las democracias” (2018), bastaron dos décadas para que la Venezuela democrática de los noventa se convirtiera en un autoritarismo con todas sus características. Una dictadura moderna que tuvo su puntapié inicial en las urnas.

El caso venezolano, explica los peligros a los que se expone la democracia en la actualidad. Caso que confirma la tesis de que la indignación y la desconfianza de la ciudadanía ante las instituciones funcionan como caldo de cultivo para la emergencia de discursos populistas, ya sean de izquierda o de derecha, que terminan socavando el espíritu democrático y el respeto irrestricto a los derechos humanos.

Juan Guaidó, un joven diputado del partido de oposición Voluntad Popular, en la concentración pública del pasado 23 de enero se proclamó Presidente Encargado de la República Bolivariana de Venezuela, figura constitucional que tiene por mandato el establecimiento de elecciones libres y democráticas en contextos de crisis.

Con base en lo anterior y más allá de la puesta en escena, las próximas horas en Venezuela son cruciales. La estrategia levantada por la oposición venezolana debiese apostar a generar las condiciones necesarias para el diseño de una negociación pactada, donde se garanticen pisos mínimos en materia de justicia transicional y re-establecimiento de la democracia, proceso similar al que vivimos en nuestro país.

Para finalizar, no existen respuestas fáciles a problemas complejos, y en el caso de que existieran serían un rotundo fracaso. Los demócratas debemos defender la democracia sin complejos y con un respeto inviolable a los derechos humanos, negando toda posibilidad a formulas de intervencionismo extranjero o de golpes de Estado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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