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Los riesgos existenciales de una sociedad biotecnológica Opinión

Los riesgos existenciales de una sociedad biotecnológica

Antonio Leal
Por : Antonio Leal Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Director de Sociología y del Magister en Ciencia Política, U. Mayor. Miembro del directorio de TVN.
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El homo sapiens es un resultado de un proceso evolutivo de millones de años y siempre ha habido una influencia, una mediación, de la tecnología y de la ciencia en dicho desarrollo, desde las formas mas primitivas, el fuego, las herramientas líticas, que tuvieron una correlación activa en la conformación del cuerpo y del cerebro humano. 

El paso de la cultura oral a la escrita, de la era mecánica a la eléctrica y de esta a la digital, que son producto de portentosas revoluciones tecnológicas, han comportado cambios en las estructuras sociales, en la conciencia de las personas pero también cambios en el cerebro del ser humano y en nuestras aptitudes físicas. Ello ocurrirá también, y de mayor manera, con la revolución de la inteligencia artificial y la robótica que ampliará el horizonte histórico y biológico de la vida humana y comportará un cambio ya no solo de época sino verdaderamente civilizacional. La Inteligencia Artificial será una contribución decisiva para el desarrollo de la humanidad en un nuevo nivel de civilización que debe comprender no solo los aspectos tecnocientíficos sino también los ecosociales, éticos y valóricos.

Sin embargo, los riesgos surgen cuando a través de la biotecnología, del conocimiento de las bases moleculares de la vida, se comienza a operar sobre los seres vivos y surgen las condiciones de intervenir ya no solo para curar determinadas enfermedades y alargar la vida sino para modificar, mejorar, a través de la tecnología sobrepasando los límites naturales impuestos por nuestra biología o nuestro patrimonio genético, la naturaleza humana. 

El desarrollo de la nanociencia, de la nanotecnología, de la biotecnología, de la neurotecnología, de la información y la comunicación digital, de la inteligencia artificial, permitirá modificar las bases genéticas, la estructura molecular y con ello generar un ser humano distinto al de la propia evolución natural de la especie, toda vez que se podrá introducir cambios en sus capacidades físicas, intelectuales, prolongar la vida, algunos hablan de la inmortalidad cibernética, otros , a través de la modificación genética en embriones humanos, del surgimiento de “bebes a la carta” diseñados en laboratorios.

Todo ello, mas allá de la tecno – utopía presunta de algunas de estas modificaciones, instala riesgos existenciales y esenciales para la naturaleza humana y con ello la urgente necesidad de una nueva estructura valórica, jurídica ,filosófica, que regule este proceso a nivel planetario.

Lo preocupante es que desde hace algunos decenios se viene desarrollando la concepción Transhumanista que es una forma de pensar el futuro basada en que la especie humana en su forma actual no representa el final de su desarrollo sino una fase primitiva y que a través de la tecnología es posible entonces mejorar esta naturaleza que es biológica e histórica. Ello representa un cuestionamiento al concepto de naturaleza humana ya que el Transhumanismo afirma que es necesario y deseable mejorar la condición humana, mas allá de la cultura, de  la educación, de lo social ambiental, recurriendo a medios técnicos que intervengan el organismo humano, su sustrato fisiológico y corporal y, por tanto, ven la naturaleza humana como rediseñable por la ciencia y la tecnología. 

Un  mejoramiento deliberado con miras a alcanzar un estado superior. El filósofo de la Universidad de Oxford Julian Savulescu, uno de los creadoras del pensamiento Transhumanista, sostiene que es necesario mejorar la naturaleza humana dotando a los seres intervenidos tecnológicamente de una muy superior capacidad por sobre el rango típico de la especie. Claramente, esto significa que los seres humanos intervenidos, reformulados por la tecnociencia, adquirirían un nuevo estatuto ontológico creando un nuevo escenario de la existencia futura entre seres humanos intervenidos y no intervenidos.

En efecto, la declaración Transhumanista señala “ En el futuro, la humanidad será cambiada de forma radical por la tecnología. Prevemos la viabilidad de rediseñar la condición humana, incluyendo parámetros tales como lo inevitable del envejecimiento, las limitaciones de los intelectos humanos y artificiales, la psicología indeseable, el sufrimiento y nuestro confinamiento al planeta tierra”

Por su parte, el Posthumanismo tecnocientífico va incluso mas allá porque profetiza el surgimiento de entidades artificiales, sobre humanas y no – humanas susceptibles de suceder a la especie “homo” y de continuar de manera completamente autónoma su propia evolución. 

Ambas son corrientes de pensamiento extremamente optimistas respecto de la capacidad de intervención, en pocos años, de la tecnociencia en el ser humano.

Ha surgido, en medio de los límites y los retrasos que hoy se observan en la Filosofía para interpretar estos fenómenos, planteamientos críticos que advierten sobre la posibilidad de deshumanizar a la especie humana. Teóricos como León Krass, George Annas, Fukuyama e incluso Jurgen Habermas, demuestran como estos seres intervenidos, aumentados artificialmente en laboratorios, en sus capacidades cognitivas y físicas, o los posthumanos verán a los humanos como seres inferiores, o cual crea un escenario infrahumano de alto riesgo existencial y esencial para la propia especie humana y su naturaleza biológica e histórica, pero, además, crearía una nueva forma, brutal diría yo, de inequidad, de separación, entre quienes tengan los recursos económicos para acceder a estas modificaciones de la tecnociencia y la mayoría de los seres humanos del planeta que difícilmente tendrán acceso a ellas. Podríamos hablar de una nueva “brecha genética”. 

Una contradicción superlativa e inimaginable a la cual no da respuesta , en el plano ético, ni el Transhumanismo ni el Posthumanismo que relativizan absolutamente el valor de la naturaleza humana, como esta se ha desarrollado no solo en el ámbito biológico sino también social y cultural, y la consideran una estación más en la creación de diversas formas de naturalezas humanas determinadas por el desarrollo y la intervención de la tecnociencia en cada fase y destinadas a una superación de los límites biológicos de la especie y, por tanto, ilimitadas. 

Entre los propios Transhumanistas hay quienes como Antonio Dieguez, que ha escrito un libro de exposición de los contenidos de este pensamiento “ Transhumanismo. La búsqueda Tecnológica del Mejoramiento Humano”, y que pese a la devaluación que hace del concepto de naturaleza humana que no reconoce, señala que hay que tomar en serio los escenarios negativos del biomejoramiento y la necesidad de establecer criterios que lo regulen y agrega que hay que distinguir entre potenciamientos de capacidades dentro de unos límites que nos siguen manteniendo como humanos y la adquisición de capacidades nuevas que superan esos límites y nos convierten, digo, en no humanos. Ese es el riesgo. 

Por ello, rescato la idea del investigador de la Universidad de Valladolid profesor Alfredo Marcos de partir de una concepción aristotélica de la naturaleza humana que esta presente en cada persona, que no es reducible, que establecen las bases de la diferenciación presente en la vida humana y que es lo que le confiere unicidad y pluralidad, que es parte de la riqueza de los humanos.

Debemos tener en cuenta que no todo los biológico está en los genes y que lo filosófico sobrepasa lo biológico y, por tanto, hay que establecer un terreno donde si la tecnociencia pueda operar para mejorar la vida humana sin los riesgos catastróficos a los que un reduccionismo genético o de la tecnociencia podría generar.

Superar al ser “defectuoso” genéticamente hablando, como en el fondo plantea el Transhumanismo y el Posthumanismo, supone que la constitución biológica del ser humanos es maleable y que el cuerpo humano , el cerebro humano, puede ser intervenido, incluso con dispositivos externos, para mutar completamente las condiciones naturales de la especie y ello mas que terrorífico me resulta reduccionista como concepción de lo que es un ser humano dotado de esencia, trascendencia, sentimientos, valores, que son parte de la evolución cultural de la humanidad. Ellos desechan la consideración entre medios, fines y alcances de la tecnología y reducen los problemas de la humanidad a problemas tecnocientíficos, lo cual no tiene ningún sustento antropológico, epistemológico y sobre todo social. Si la naturaleza humana es simplemente natural o simplemente no existe, entonces eso da la argumentación para crearla en laboratorio.

La “singularidad tecnológica” que proclama el investigador Transhumanista Vernor Vinge implica el surgimiento de una inteligencia superior a la humana a través de la Inteligencia Artificial pero también a través de la intervención directa en el cerebro humano para generarla incluso con dispositivos que aumenten el intelecto, la memoria, las capacidades cognitivas y de comunicación.

Por cierto, el progreso tecnológico, además, no es neutral , comporta también intereses económicos y lógicas de poder a nivel planetario y lo que hacen estas concepciones es abandonar el contenido político – social del desarrollo de la naturaleza humana.

El mejoramiento de la vida del ser humano es deseable. Curar enfermedades, incluso genéticas, alargar la vida a través de la bioingeniería y de la inteligencia artificial, es positivo, y, por tanto, ningún anatema, pero todo ello no puede ser reducidos a una intervención solo tecnocientífica sino que debe considerar también los aspectos sociales, culturales, éticos y espirituales. El conocimiento de las bases moleculares de la vida y el surgimiento de poderosos instrumentos de intervención, establece una responsabilidad moral preponderante para quienes operen con ellas y no pueden ser dejadas simplemente al arbitrio de la tecnociencia que sabemos está conectada también con el mercado que tiene pocos límites morales. 

Deben establecerse límites éticos claros y en ese sentido tiene un enorme valor la propuesta del investigador catalán Albert Cortina quien habla de un Humanismo Avanzado para hacer frente al “ideologismo” extremo de la tecnociencia que representan las posturas del Transhumanismo y que aboga por una Declaración Universal de los Valores Humanos similar a la que tras la Segunda Guerra Mundial se  redactó sobre los derechos humanos, a fin de universalizar un nuevo y verdadero contrato de reglas y límites en el plano ético, valórico y cultural que preserve no solo de los excesos de las posturas extremas de la ideología de la tecnociencia, que seguramente será dominante en el siglo XXI, sino ,también, del control del poder económico y político a nivel planetario que esta Cuarta Revolución del capitalismo, reinventado por la biotecnología, comporta.

El Transhumanismo se ve a si mismo como un movimiento de liberación del siglo XXI, de liberación de la condición humana limitada, natural y sobrenatural, pero en el fondo es una postura conservadora y neoliberal porque cree y sostiene que para cambiar la sociedad bastará con la convergencia de las biotecnologías emergentes y su hibridación en el ser humano hacia la singularidad, es decir hacia una humanidad de seres trans y post humanos. 

Me parece que el aspecto esencial de una reflexión que está abierta es el tipo de mundo y de sociedad que queremos hacia el futuro y, por cierto, me preocupa el desinterés y la falta de conocimiento de la política y de los políticos que llegarán tarde a estos acontecimientos y con escasa capacidad nacional y global de regularlos y en ese sentido apoyo la creación de una Comisión de científicos, parlamentarios, humanistas, que comiencen a estudiar el tema jurídico y valórico que comportan los riesgos existenciales y esenciales a los cuales podría estar sometida la humanidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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