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Un sistema de salud deficiente Opinión

Un sistema de salud deficiente

Amanda Rutlland
Por : Amanda Rutlland Master en sociología
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El sistema de salud chileno no da abasto, eso es una realidad indiscutible. Lo que hay que hacer ahora es indagar en las razones que hay por detrás de este lamentable fenómeno que, como todo proceso social, es multifacético.


El aumento de las enfermedades crónicas

Si antes nuestros problemas giraban en torno a la erradicación del Polio, hoy en día se trata de las enfermedades crónicas tales como hipertensión, obesidad, enfermedades de inflamación intestinal, entre otras. Jamás nos habíamos enfrentado a algo así antes. Según la Encuesta Nacional de Salud (ENS) 2016-2017, estas enfermedades hacen más de la mitad de las muertes que se producen anualmente en el país, aproximadamente 11 millones de chilenos y chilenas padecen de una o más de ellas y son provocadas por factores tanto genéticos como epigenéticos (factores ambientales que inciden en la genética), lo cual las hacen difíciles de tratar.

Las conclusiones de la ENS son lapidarias: «la magnitud de población que requiere atención médica y cuidados crónicos supera la capacidad de respuesta del sistema de salud «.

Este panorama está forzando a doctores, investigadores y la industria farmacéutica a encontrar nuevas curas y tratamientos; algunos más naturales/homeopáticos y otros que utilizan remedios de tipo biológicos, cuyos efectos colaterales veremos recién en las décadas venideras.

En definitiva, vivimos en un mundo donde el sistema de salud hegemónico no está solucionando enfermedades, sino que más bien las está administrando, buscando atacar el síntoma en vez de buscar las causas subyacentes. Pero, ¿por qué no están buscando las causas?

Nuestro sistema de salud se basa en un paradigma particular de medicina llamada convencional, occidental o moderna. Este paradigma basado en la evidencia hace diagnósticos generalizados para poder apuntalar a síntomas específicos que aquejan al paciente y no se preocupan en buscar las causas de dichos síntomas.

Este tipo de medicina es excelente para tratar dolencias urgentes y agudas tales como un infarto, un hueso roto, trauma físico, entre otros. Pero cuando se trata de dolencias sostenidas en el tiempo, lo único que puede hacer este tipo de enfoque es administrar la enfermedad a través de algún tipo de antídoto (remedio); algo que puede ser muy peligroso en un mundo neo liberal.

Big Pharma

Las grandes compañías farmacéuticas son los actores que más ganan con este sistema de salud ineficiente. Como explica el informe de la Fiscalía Nacional Económica, «los laboratorios realizan inversiones superiores a US$ 200 millones al año para promover sus marcas entre los médicos». Estos últimos a su vez, adoctrinados en un paradigma médico occidental, prescriben muchas veces sin preguntarle al paciente ni buscar otras opciones.

El mismo informe también dice que un 80% de los medicamentos inscritos en Chile aún no tienen alternativas bioequivalentes, lo cual hace que el acceso a los medicamentos sea casi imposible para gran parte de la población. Un ejemplo puntual es el llamado nicho de las enfermedades raras que ha estallado en Chile en las últimas décadas, con medicamentos cuyos precios son injustificadamente costosos; donde el lobby entre médicos, laboratorios y farmacias se aprovecha de algunos vacíos legales para seguir inflando los precios, como explica un artículo de CIPER.

Para Big Pharma no es negocio sanar a las personas. Basta recordar que las grandes cadenas de farmacias (Salcobrand, Cruz Verde y Ahumada) se colusionan para aumentar los precios de medicamentos que son esenciales para algunos padecimientos, actuando como criminales, priorizando plusvalías irrisorias por sobre vidas humanas.

Pero hay una alternativa a este panorama sombrío que gana cada vez más adeptos en el mundo entero y que hace al paciente un miembro activo en su proceso de sanación: la medicina funcional y la medicina integrativa.

Medicina funcional, no complementaria

Ambos enfoques datan de comienzos del siglo XIX, pero se han enfrentado a una episteme dominante que se rehúsa a ser cuestionada, y por lo tanto han encontrado poco asidero en el mundo médico.

La medicina integrativa es un enfoque médico, también basado en la evidencia, que busca tratar a la persona de forma holística (mente, cuerpo y espíritu), considerando además el factor medioambiental, para promover el bienestar a través de la prevención de enfermedades. Por su lado, la medicina funcional busca la causa subyacente a la enfermedad, utilizando una aproximación sistémica para identificar y arreglar desequilibrios en el cuerpo.

Pero lo realmente innovador es que ambos enfoques buscan entender la enfermedad en relación al paciente, respetando la bio individualidad de cada persona. Son enfoques de salud donde se busca entregarle el poder al paciente para que sea un participante activo en su proceso de recuperación. Esta dinámica permite la co construcción de conocimiento entre profesionales de la salud y pacientes y una posibilidad de encontrar nuevas formas más eficientes, más económicas y menos invasivas de sanar.

Dicho lo anterior y, considerando que el aumento en enfermedades crónicas indica que la sociedad requiere un cambio en la forma de tratar las dolencias, la medicina funcional pareciera ser la respuesta a nuestros problemas, y no la solución «complementaria» a un sistema que hace muchas décadas debería haber evolucionado.

La medicina funcional e integrativa amenaza al sistema operante y a Big Pharma porque permite al individuo ser el ingeniero de su propia salud y buscar alternativas naturales a las que toda persona puede acceder, aportando a la idea de que la salud es un derecho humano inalienable; y eso es algo realmente revolucionario en el mundo de hoy.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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