La palabra “lumpen” significa “harapos” en idioma alemán. La connotación política del término proviene del teórico comunista Karl Marx, quien acusaba a los sectores más empobrecidos de la sociedad, el llamado “lumpenproletariat”, de carecer de la conciencia de clase necesaria para impulsar la revolución, por lo que terminaban siendo funcionales a los grupos dominantes.
¿Puede este concepto decimonónico ser aplicado al Chile del siglo XXI y cómo se relaciona con la situación de convulsión política que estamos viviendo hoy, sobre todo en términos de comunicación política?
Lo cierto es que la violencia social es un fenómeno extendido en Chile y Latinoamérica, e involucra a un porcentaje no menor, que puede abarcar entre un 15 y un 20 por ciento de la población, sobre todo en centros urbanos. Son personas que viven totalmente marginadas culturalmente, aunque no necesariamente deprivadas en términos económicos. Son propensas a caer en una lógica delictual, en ocasiones asociada a las “barras bravas” e incluso al narcotráfico.
Su lógica de comportamiento es totalmente ajena a la política, pero suelen aprovechar circunstancias como manifestaciones políticas, culturales o deportivas, sismos u otras catástrofes naturales para prácticas destructivas y saqueadoras. Son los marginados de la sociedad, qué duda cabe, aunque no vistan harapos como en otros tiempos. Costará decenios, bajo cualquier régimen político, superar este problema social, si acaso ello es posible.
Obviamente, el estallido social los involucra y desde el comienzo han formado parte de las manifestaciones, mezclándose con grupos militantes de diversa índole, que actúan motivados políticamente y con la población que masivamente ha concurrido a varias de estas marchas, expresando su descontento con la situación política y económica imperante.
Pero en términos de comunicación política su aporte es CERO. Pretender buscar en ellos aliados, aunque sean circunstanciales, o enemigos, sería un profundo error de parte de las fuerzas políticas, pues su accionar es incontrolable y escapa a los vaivenes del acontecer político del corto y mediano plazo.
Y sin embargo no dejan de influir sobre las decisiones del electorado de cara al plebiscito de abril. Puede que la bengala que dejó herido a un jugador en el último clásico futbolístico lleve a algunas personas a cambiar su decisión y votar por “rechazo” a una nueva Constitución. Pero son lógicas absolutamente distintas. La marginación y la violencia social trascienden los procesos políticos, aunque estos –si son bien conducidos– podrían contribuir a su solución en el largo plazo.