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Un virus de muerte selectiva Opinión

Un virus de muerte selectiva


La relación entre pobreza y muerte no es algo que no supiéramos. Se ha demostrado sistemática e infinitamente que la esperanza de vida en las comunas más pobres es una realidad innegable en la estructura desigual que viene perpetuando Chile hace décadas. En el contexto actual de COVID-19 lo que queda totalmente al descubierto es que todas las estrategias – considerando todos los datos que hace muchos años acumulan – tuvieron una raíz profundamente equivocada. Ya son decenas de artículos científicos o periodísticos, nacionales e internacionales que nos indican lo fallido que fue pensar que todo el país tenía el estándar nórdico de las 3 comunas donde mayormente circuló el virus desde comienzos de Marzo. En aquellas comunas, claramente existen las condiciones para una mejor autorregulación, para la comodidad de un teletrabajo, inclusive para contar con propiedades con divisiones para un aislamiento por contagio. Adicionalmente, y en síntesis, son las comunas que actualmente gozan de mayor presupuesto por habitante y mayor esperanza de vida. Aquello, es una consecuencia inevitable de la marginalidad inexcusable de todas las políticas segregadoras de la entre mezcla de espacio urbano y clases sociales bajo el amparo del diseño de una política pública-privada que evidentemente nunca ha pensado en el bien común, o en una equitativa distribución como en todos los aspectos de la vida en Chile

Últimamente ha salido a la luz pública el informe de “Espacio Público” que demuestra lo contundente e implacable que ha sido el virus con las personas más pobres que viven en nuestro país. A diferencia de aquellas comunas donde el virus tuvo su arranque (probablemente porque mucha de su población llegó de sus vacaciones desde el extranjero, importando así el virus) en las comunas que presentan más mortalidad y que fue finalmente donde el virus ha crecido sin tregua, allí no existen grandes espacios en sus casas, más bien derechamente existe hacinamiento, – concepto o palabra que fue nueva para algunos exministros – tampoco hay muchas formas de teletrabajo dado que su población es de trabajos y oficios en terreno. Ni hablar de ahorros para poder quedarse en la casa y no trabajar, cuando se sabe que la gran mayoría es también trabajador informal y que sus vidas dependen del día a día. Aquello que ya es bastante desolador, hay que sumarle una nutrición inadecuada y una progresión de enfermedades que son donde el virus actúa más eficazmente (obesidad, diabetes, hipertensión, etc). La muerte llegó con fuerza no porque el virus mostró una cara más letal o incontrolable, sino que fue por la precariedad extrema que sufre una sociedad anquilosada en una de las atomizaciones más descarnadas que existen en cuanto a sociedad neoliberal que se tenga registro. Esto que vuelve a quedar al desnudo o a la intemperie es lo que mayoritariamente el país con mucha fuerza develo como un “no más” a partir de Octubre pasado. Con este presente ha quedado claro que la herida es mucho más profunda que el abuso de unos pocos por sobre muchos, acá estamos en presencia – por acción u omisión –  del abandono constante y la fragilidad de la protección pública social en todas sus políticas a millones de personas en Chile. Salud, vivienda, educación, trabajo, pensión y una larga lista, todas las áreas que deben ser protegidas para cada persona se han desbordado con un elemento externo no contemplado, como el virus. Es lo mismo que una familia del 80% de Chile sufre cuando, por ejemplo, un miembro de la familia se enferma, aquello se transforma en una precariedad absoluta porque no hay capacidad de respuesta ante lo feble de su estabilidad.

El Estado – impulsado mayormente por el gobierno – dice que ha reaccionado gestionando una caja de alimentos y procurando que algunos gasten el dinero que tenían ahorrado en su seguro de cesantía para el futuro, (cosa curiosa que ahí se meta la mano al bolsillo de cada uno y no así con los fondos disponibles que cada uno tiene en la A.F.P.) a otros les dijo que recibirían un dinero vía bonos desde sus fórmulas burocratizadas, tanto para independientes como para aquellos que no trabajan. Hasta ahora, esa ha sido en parte la gran ayuda del Estado. También han existido gestiones desde los gobiernos comunales como “vales” de gas, productos de higiene,  y cuanta creatividad sirva de ayuda, pero la verdad es que el escenario de desprotección es desolador y abrumador. Sin ser especialista – sólo leyendo a los que saben del tema – puede que en nuestra primavera nuestros contagios se hayan reducido bastante, (ojalá así sea) pero no podemos esperar que el país no cobre la factura que una vez más quedará impaga. De cara al plebiscito la ciudadanía golpeada de seguro no se quedará tranquila y ahí en ese nuevo contexto se conmemorará 1 año desde que Chile decidió sacarse la venda de los más de 20mil dólares percápita supuestos, ahora con todo lo sucedido este año se debería terminar por sacar la inmensa manta de precariedad en la que estamos y en la que de seguro vamos a estar.

Una cosa es tolerar accesos desiguales, pero otra es tener que tolerar hasta funerales desiguales. Creo que será difícil pensar que el país resista ver que tanta desvergüenza quede impune.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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