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Nacer, crecer y envejecer en La Pintana Opinión

Nacer, crecer y envejecer en La Pintana


La política está hecha de deseos y miedos (Lechner, 1988), en cuanto a lo primero, es dable afirmar que no existe orden democrático establecido que no haya sido en algún minuto pensado y deseado afanosamente. Respecto a los miedos, son innumerables los antecedentes en Chile donde estas emociones han nutrido y lamentablemente perpetuado una forma de organización social y política totalmente injusta para los más pobres, siendo la principal lanza para infundir miedo aquella que versa: “Una nueva Constitución Política va a llevar a Chile al despeñadero”.

Cuando se nace y crece en la comuna más pobre de la Región Metropolitana, como lo es La Pintana, el miedo no tiene opción alguna más que difuminarse por completo y dejar paso a la valentía, única forma de sobrevivencia en un entorno que sin duda es hostil para todos los pintaninos y pintaninas.

Esta hostilidad no se debe exclusivamente a la presencia de una minoría de desadaptados asociados a la violencia y al tráfico de drogas, como comúnmente se ha intentado mostrar o tal vez, estigmatizar, sino que en ello el Estado de Chile tiene una gigantesca responsabilidad que es indispensable siempre recordar, de modo que dicho recuerdo no termine perdido en la penumbra del fondo marino.

La Pintana es, en parte, el resultado de una serie de políticas estatales segregadoras de tinte clasista, cuyo objetivo consistió en la deslocalización de los pobres del perímetro urbano y su posterior traslado y asentamiento en la periferia, es decir, más allá de los límites de la ciudad. Cabe destacar que las políticas que han buscado apartar a ciertos sectores de la sociedad, tienen una larga data, siendo tal vez los casos más paradigmáticos el confinamiento de los judíos en tiempos de la Alemania nazi en el tristemente conocido gueto de Varsovia, y el de los afroamericanos en el denominado gueto de Chicago de mediados del siglo XX.

La Pintana, totalmente alejada de los puntos neurálgicos urbanos básicos para la subsistencia humana, como lo son los polos de empleabilidad y el de los servicios de calidad (transporte, educación, salud, etc.), se levanta como un lugar donde solamente los hijos e hijas del rigor pueden sobrevivir, lo cual, además, ha conformado el carácter del habitante de La Pintana: un luchador que no le teme a los vaivenes y adversidades que se le presentan en la vida.

En este orden de ideas, el temple de los pintaninos y pintaninas se va forjando desde la niñez, siendo la soledad una de las principales adversidades que se presentan en esta etapa de la vida: muchos padres y madres tienen que recorrer enormes distancias siempre de madrugada para llegar a sus trabajos, en comunas que les son totalmente ajenas y a las cuales nunca podrán acceder residencialmente. Recurrentemente la labor es criar a los hijos e hijas de familias que históricamente han tenido privilegios, en desmedro de los propios, los cuales son acompañados por la soledad o, en el mejor de los casos, un familiar como son los abuelos asume la responsabilidad de crianza, sin remuneración alguna más que el cariño.

Los clásicos juegos infantiles a menudo no existen y son reemplazados por otros que lamentablemente presagian una adultez sin proyecto y menos aún esperanzas de superación de la pobreza. Respecto a lo mencionado, en la población San Rafael (sector Centro de la comuna y el menos vulnerable), dos niños de cinco y siete años se acercan a modo de juego a quien suscribe esta columna para vender un parche curita a cambio de alguna moneda. Presenciar una situación como la descrita sin duda que es desgarradora y nos cala en lo profundo de nuestro ser, sin embargo, más aún lo es la indolencia del Estado de Chile.

Las eufemísticamente llamadas balas locas también son pan de cada día y representan una amenaza latente para todos y todas, en cualquier ciclo de la vida. En este sentido, personalmente, he presenciado cómo algunos de mis vecinos y vecinas han pedido desesperadamente auxilio para salvar la vida de alguien que ha sido impactado por una bala loca. Asociaciones ilícitas para el tráfico de drogas en disputas territoriales, son las responsables de percutar estas balas de la muerte y siempre quienes sufren las consecuencias son los inocentes, las personas trabajadoras y bondadosas, la gran mayoría en La Pintana.

Este escenario espeluznante se puede homologar aunque a baja escala a las balaceras que propician los carteles mexicanos en la eterna guerra por el control del negocio del narcotráfico, donde no importa cuántas vidas cueste cada enfrentamiento, pues la impunidad está siempre de su lado.

Cuando se alcanza la vejez, se intensifica el desamparo y la desesperanza se acrecienta aún más. Las pensiones no alcanzan, son irrisorias y ello es la constante que afecta a todas las personas mayores de la comuna. La única forma de sobrellevar esta pobreza es principalmente a partir de los apoyos que pueda brindar algún familiar directo, como los hijos. Ante la inexistencia de familiares, el Municipio y los clubes de adulto mayor, se transforman en el único soporte con el que cuentan. Sin embargo, es importante señalar que, con la presencia del COVID-19 y la inherente pérdida de puestos laborales, el soporte familiar también se está extinguiendo, quedando escasas redes de apoyo.

Ante este escenario complejo, algunas personas mayores aquellos que aún tienen fuerzas para hacerlo se ven en la obligación de reinsertarse en el mundo laboral. En este sentido, es muy común observar a personas mayores de más de 70 años vendiendo productos en las ferias libres de La Pintana, soportando el crudo frío del invierno y las altísimas temperaturas del verano. Otros, en cambio, aquellos con menos suerte, angustiosamente consultan a funcionarios municipales y feriantes establecidos por la posibilidad de conseguir un puestito de “colero” en la feria, ello para poder vender lo que tengan al alcance y de este modo conseguir algo de dinero para alimentarse. Efectivamente, la palabra jubilación viene de júbilo , eso es lo que no ocurre en Chile con las personas mayores y, menos aún, en La Pintana.

Iniciamos esta columna de opinión afirmando que la política estaba hecha de deseos –y también de miedos–. El deseo del habitante de La Pintana es el de vivir en un Chile más justo, donde nunca más un niño tenga que crecer en la soledad, donde nunca más una bala loca impacte a un inocente y en el que las personas mayores no tengan que trabajar hasta que sus fuerzas desaparezcan por completo.

Ante las voces que indican que una nueva Constitución Política nos va a mandar al despeñadero, nos preguntamos: ¿qué más despeñadero que todo lo descrito en esta columna? Y más precisamente: ¿qué podría perder un pintanino o pintanina con nueva Constitución Política? Absolutamente nada y, muy por el contrario, si las cosas se hacen relativamente bien, podrían existir grandes chances de mejorar y revertir la situación.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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