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¡El gobierno no entiende nada! pero… ¿Qué es lo que no entiende? IV Opinión

¡El gobierno no entiende nada! pero… ¿Qué es lo que no entiende? IV

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Un cuarto – pero sin duda no el último – aspecto que el gobierno, la derecha y la elite empresarial no logran comprender es que los partidos afines a ellos aparecen, ante los ojos de la ciudadanía, más como empleados contratados para defender intereses sectoriales, que como organizaciones políticas que luchan por un modelo de sociedad y un proyecto de país.

La promesa liberal que en su momento representó Renovación Nacional y su posterior relevo, tomado por Evópoli, fue sistemática y consecuentemente traicionada por sus propios protagonistas. Sus líderes “modernizadores”, como parecieron serlo Andrés Allamand (y, en general, “la patrulla juvenil”) frente Sergio Onofre Jarpa y, más tarde, Hernán Larraín Matte, quien abandonó Renovación Nacional para unirse a Evópoli (Evolución Política), terminaron más temprano que tarde subordinados a los lineamientos conservadores de su sector.

Sus reiteradas vueltas de chaqueta en momentos en que la coyuntura exigía entereza ideológica han dejado una y otra vez en evidencia su imposibilidad de renegar de sus vínculos de clase, familiares, empresariales y otros de similar índole.

Se podrían dar decenas de ejemplos que muestran cómo en momentos clave optaron por favorecer intereses particulares, en desmedro del bienestar general. Sólo mencionaré un par de clásicos. Uno se produjo en 2006, cuando Andrés Allamand y otro conjunto de senadores concurrieron al Tribunal Constitucional para impugnar el concepto de “empresa” que intentaba reformular la Ley de Subcontratación. El TC acogió la apelación, eliminando las responsabilidades laborales subsidiaras para las empresas relacionadas, matando dos pájaros de un tiro: mantenía el multirut, lo que facilita la explotación de los trabajadores y, a la vez, hacía desaparecer el fantasma de la negociación colectiva. A todas luces, no fue éste un acto realizado pensando en sus votantes de base, sino en sus benefactores.

Casi caricaturesco fue, del mismo personero, su rechazo en 2004 a la ley de divorcio, para luego, en 2012, hacer uso de ella y casarse con Marcela Cubillos (UDI), quien también había votado en contra.

Los sucesos del 18 de octubre y la pandemia han puesto una y otra vez en evidencia el vínculo indisoluble entre gran empresariado y partidos de derecha. Paradójicamente fue Evópoli, a través de su presidente – Hernán Larraín Matte – quien debió hacer un llamado al orden a las filas de RN y la UDI, pidiéndoles que frente al retiro del 10% votaran por convicción y no por popularidad: “debemos proteger nuestra democracia, cuidar las reglas del juego, las instituciones, es eso lo que permite la gobernabilidad”. Su argumento estaba en una alineación tan curiosa como perfecta con lo reiterado en varias oportunidades por el Presidente de la Asociación de AFP, Fernando Larraín Aninat, y con lo señalado en otras tantas ocasiones por el presidente de la SOFOFA, Bernardo Larraín Matte. Por supuesto, también en exacta sintonía con el inserto del gran empresariado chileno titulado “Aún es tiempo de rectificar el rumbo”.

Igual de caricaturesca que la votación contra el divorcio ha resultado su actitud frente al próximo plebiscito: partidos que se inscriben en ambas franjas electorales, que parten apoyando el apruebo y luego reniegan o que, simplemente, deben dar libertad de acción a sus militantes para no comprometer la relación con “su sector”. También en este contexto la derecha política parece comportarse como un conglomerado que en vez de luchar por un proyecto de desarrollo busca defender el estatus quo. Y, ante la inminente debacle del plebiscito, trata con desesperación de “salvar los muebles” al mismo tiempo que aviva el fuego. En lugar de unirse a los bomberos, contribuyendo a apagar el incendio.

En síntesis, lo que el gobierno, la derecha y la elite empresarial no entienden, es que la ciudadanía no ve en sus partidos afines a líderes políticos que, convencidos de un conjunto de ideas y valores, intenten construir un proyecto de sociedad consecuente con dicho ideario. Sino a un grupo de empleados e integrantes de la elite que, con escaso pudor y nada de remordimiento, buscan mantener sus propios privilegios, aunque ello sea a costa del bienestar de la mayoría de la población.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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