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Capacidades militares y realidades estratégicas del país Opinión

Capacidades militares y realidades estratégicas del país

Miguel Navarro Meza
Por : Miguel Navarro Meza Abogado y cientista político. Académico de la ANEPE y vicepresidente del Instituto Chileno de Derecho Aeronáutico y Espacial.
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En la columna de Eduardo Santos publicada el 4 de diciembre, titulada “Mantequilla o cañones”, el autor argumenta en torno a ideas que, al menos, requieren una prudente calificación y muy posiblemente un serio escrutinio.

Con todo, y como cuestión previa, cabe valorar que Eduardo Santos y otros estén reactivando el debate sobre la defensa nacional y contribuyendo al perfil que el tema está adquiriendo a propósito del proceso constituyente. Estas iniciativas intelectuales, además, destacan en forma pretérita, pero no necesariamente tardía, el valor que tuvo la “Comunidad de la Defensa” –hoy muy disminuida– y su contribución a las relaciones político-militares hasta etapas comparativamente avanzadas de la transición.

En su columna, el autor sustenta su planteamiento central, la necesidad de disminuir el presupuesto de defensa para destinarlo a fines sociales, en dos argumentos principales: las capacidades militares de Chile –medidas solo en cuanto a cómputo de potenciales– son muy superiores a sus necesidades de defensa y por lo mismo estarían generando temor en los países vecinos y, en segundo término, la existencia de estos medios impediría al país aprovechar el “dividendo de la paz” en la región.

En relación con las capacidades militares del país y su efecto local, es necesario tener presente que responden a un diseño político centrado en la disuasión. Este fue sistematizado en los años 90 aunque sus raíces son anteriores. Según es bien sabido, la disuasión implica aumentar el costo de cualquiera agresión potencial en términos de hacerla racionalmente impracticable. Descansa en disponer de las capacidades militares adecuadas a las realidades estratégicas del país y la voluntad de empleo eventual de las mismas. La disuasión es el fundamento de la política de defensa de países de statu quo, es decir, actores internacionales satisfechos con su condición geográfica y su cuantía y proyección geoestratégica y que, por lo mismo, no albergan reivindicaciones territoriales o de política exterior.

De ahí que, bajo diversas formas y con mayor o menor explicitación, constituye el fundamento de la defensa de numerosísimos Estados. De hecho, solo aquellos que pertenecen a sistemas de alianzas fuertes prescinden en cierto modo de la disuasión, ya que esta se traslada a la alianza en su conjunto. Pero aún dentro de sistemas de seguridad desarrollados, sus integrantes no abandonan totalmente el planteamiento. Grecia y Turquía, ambos integrantes de la OTAN, grafican este punto.

Chile ha definido sus capacidades militares en la lógica de la disuasión. Ha tomado en cuenta la complejidad de sus escenarios estratégicos, su condición geográfica y los demás elementos formativos de la Política de Defensa, incluyendo la historia. Paralelamente, ha comunicado expresamente al entorno su ausencia de intenciones agresivas por medio de los sucesivos Libros de la Defensa. Es oportuno considerar, además, la inexistencia de un sistema de seguridad regional. El que se constituyó durante la Guerra Fría está obsoleto y los intentos posteriores de crear otro fracasaron con mayor o menor estrépito pero igual contundencia. Así, la disuasión es posiblemente la única alternativa viable para seguridad exterior del país y las capacidades tecnológicas de las FF.AA. responden a tal diseño. Por lo demás, la persistencia de esta visión, manifestada en los cuatro Libros de la Defensa, da cuenta de la aceptación transversal de la misma en el estamento político.

La cuestión del «dividendo de la paz» con los países vecinos que menciona Eduardo Santos está en íntima relación con lo anterior. Este concepto se acuñó en Europa Occidental al término de la Guerra Fría en 1991, es decir, en condiciones totalmente diferentes a las de la ecuación estratégica local y es bien sabido que no es posible extrapolar linealmente procesos políticos a realidades estratégicas distintas.

Por otra parte, el «dividendo de la paz» generó una subinversión en defensa que los países europeos hoy se apresuran a revertir ante el incremento del gasto militar en Rusia y China y el deterioro general de la seguridad internacional. Esto sugiere desde ya las limitaciones que aún en Europa tal dividendo ha tenido.

En tercer lugar, y esto es posiblemente lo más relevante, nada de lo propio de un «dividendo de la paz» se manifiesta en el escenario de seguridad de Chile, al menos en la forma como este concepto se entiende en los estudios estratégicos contemporáneos. No existe un sistema funcional de seguridad regional –aunque sí hay mecanismos bilaterales de diálogo de los cuales Chile forma parte, pero cuya densidad y funcionalidad no iguala a una estructura formal–. Asociado a lo anterior, tampoco se ha desarrollado una genuina zona de paz en la región en la forma como estas son conceptualizadas en la literatura comparada.

Por otra parte, el horizonte estratégico del país no se agota en la perspectiva regional. Tal como lo demostró la Segunda Guerra Mundial, Chile es vulnerable a los avatares de la seguridad internacional que se manifiesten lejos de su territorio y, paralelamente, tiene responsabilidades geoestratégicas más amplias, propias de su ubicación geográfica y que se insertan en la ecuación estratégica global. En este mismo sentido, en concordancia con su política exterior y sus intereses nacionales, el país aspira a jugar un rol más activo en la seguridad internacional. Esto implica, entre otros aspectos, disponer de capacidades tecnológicas que le permitan interactuar con fuerzas de otros países, como ha quedado demostrado en la participación de fuerzas chilenas en diversos ejercicios multinacionales.

En síntesis, si se analizan las capacidades tecnológicas de las Fuerzas Armadas desde una óptica realista, resulta casi forzoso concluir que son adecuadas a los escenarios y al horizonte estratégico del país; que siendo Chile un país de statu quo no constituyen una amenaza para nadie, lo que Santiago ha comunicado reiteradamente por medio de los sucesivos Libros de la Defensa y que se condicen con la condición de potencia media del país, con responsabilidades y vocación en el campo de la seguridad internacional.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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