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Los juegos del hambre: precarización y gestión automatizada en el “trabajo del futuro” Opinión

Los juegos del hambre: precarización y gestión automatizada en el “trabajo del futuro”

José Acevedo Mundaca
Por : José Acevedo Mundaca Coordinador Futuro del Trabajo en Rumbo Colectivo Abogado
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“El futuro ya está aquí, solo que no está igualmente distribuido”, dijo el escritor William Gibson. Para unos, de un modo casi mágico, el futuro significa levantar el celular e ingresar a una app para acceder a diversos servicios a precios accesibles y en tiempo casi real. Mientras tanto, para otros, el futuro ha significado precarización laboral: trabajar sin seguridad social, sin horarios, ni vacaciones o sueldo mínimo. Todo conectado a través de una plataforma que utiliza un algoritmo para conectar a trabajadores con clientes, que toma las solicitudes, las transforma en órdenes y las distribuye entre flotas gigantescas de riders, conductores y shoppers.

La introducción de la inteligencia artificial en los procesos productivos, conocida asimismo como la cuarta revolución industrial, no solo ha acelerado diversos procesos de automatización y reemplazo de trabajadores por máquinas, sino que también ha introducido un fenómeno tremendamente disruptivo en los trabajos que se mantienen ahí. En efecto, como vemos en el trabajo de plataformas, las labores de todos los “socios” de las apps son gestionadas de manera automatizada, así como su contratación y despido, el cálculo y pago de sus remuneraciones, etc. En definitiva, es un modelo en el que la app es el jefe. Un jefe al que no se le puede pedir permiso para ir al baño, un aumento o unos minutos de descanso.

Este jefe no distribuye el trabajo al azar. Tiene criterios concretos, definidos por una toma de decisiones que tiene por objeto la maximización de ganancia, con lo que las plataformas suelen ofrecer incentivos a quienes trabajan cierta cantidad de horas en un día; o asignar más y mejores tareas (con mejor remuneración) a quienes tengan una mejor valoración de la app: trabajen por más horas y por más días a la semana. En Chile, y según datos de la OIT, esto tiene implicancias brutales: los trabajadores que trabajan 7 días a la semana (7/10 de los migrantes; ⅓ de los nacionales) trabajan 10 horas en promedio. Una jornada terriblemente extenuante para que el algoritmo siga prefiriendo entregarles trabajo. Esto hace desaparecer el mito de que “trabajan cuando quieren”, la posibilidad de tomar vacaciones e, incluso, descanso.

En este panorama es que se anunció por Rappi Colombia que se entregarán 2 mil vacunas a quienes “más órdenes entreguen, más tiempo estén conectados y por lo tanto están expuestos por más tiempo”, como señaló su director de asuntos públicos. La perversa lógica de la competencia por el trabajo, de tratar de mantenerse el mayor tiempo conectado posible para poder tener salarios que permitan vivir, ahora también se ha extendido a la competencia por una vacuna.

Por eso, no es que por un lado haya gestión automatizada del trabajo y por otro haya precarización: ambos procesos están conectados. El objetivo de maximizar ganancias, de mantener a las personas la mayor cantidad de tiempo conectadas para reducir el tiempo de entrega, seleccionando a la persona que está más cerca y pedalea más rápido, no sería posible en el marco de un contrato de trabajo; la competencia por salud, no sería posible sin un algoritmo que premia la explotación y castiga el descanso.

Desde Rumbo Colectivo, en colaboración con la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung, nos encontramos investigando las instituciones y mecanismos necesarios para que esto sea distinto. Y puede serlo, porque la tecnología no es mágica: es diseñada, revisada y controlada por personas. Por eso, podemos y debemos hacer algo diferente. Sin embargo, hoy no tenemos las herramientas para gobernar la transformación digital, lo que implica que la falta de mediación humana entraña una deshumanización del trabajo y de los trabajadores.

Urge por eso que, como país, no solo reconozcamos los derechos que los trabajadores merecen y aseguremos las herramientas para enfrentar lo que hoy ocurre en los procesos de  automatización, sino que también diseñemos las fórmulas políticas, sindicales y técnicas para supervisar que el modo en que funcionan este tipo de algoritmos sea el que exige la regulación laboral.

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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