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Calidad humana y revolución cultural Opinión

Calidad humana y revolución cultural

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Roberto Mayorga
Por : Roberto Mayorga Ex vicepresidente Comité de Inversiones Extranjeras. Doctor en Derecho Universidad de Heidelberg. Profesor Derecho U.Chile-U. San Sebastián.
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El deterioro del tejido social que afecta al país y que posee una clara expresión en la política, o más precisamente en muchos de los políticos, obedece a una multiplicidad de causas, entre ellas, de carácter cultural y de naturaleza humana.

En lo cultural, un sistema que ha privilegiado las cosas por sobre las personas, lo individual por sobre lo comunitario, la competencia por sobre la colaboración, en fin, el interés privado por sobre el bien común, gestando seres ensimismados, indiferentes hacia los otros y a lo otro, sin valores ni principios, de acendrado afán materialista, caldo de cultivo de procederes negativos como abusos, exclusiones, insensibilidad, indolencia y corrupción.

No obstante los índices que han anunciado la disminución de la pobreza o que emergentes capas sociales habrían accedido a la modernidad repletando malls, alucinados de un consumismo impensado, estas formas de convivencia han terminado por ser progresiva y masivamente cuestionadas y explican el malestar en parte importante de la población.

Afortunadamente, puede percibirse que poco a poco han ido surgiendo nuevos estilos de vida y cada vez son más los que prefieren disfrutar de la naturaleza lejos del desorbitado consumismo, a los que optan por continuar paseándose ante vitrinas de especies suntuarias inalcanzables para sus bolsillos.

Pareciera que una brisa fresca de mayor conciencia social comenzara a respirarse, especialmente en sectores de la juventud, que entienden que el destino es colectivo y no individualista y que no existe ni un presente ni un futuro seguro si no es en beneficio de todas y de todos.

En fin, se trata de un desafío profundamente cultural, pues como alguien alguna vez dijera la revolución será cultural, si no, no lo será.

Esta gesta cultural está íntimamente vinculada a otra esencial: la conducta o actitud de las personas. Y he aquí que aflora el concepto de calidad humana. Si bien no existe una clara definición de esta, podemos distinguir entre alguien que la posee y quien carece de ella. La distinción es sustantiva, en el primero podemos confiar, no así en el otro. Y uno de los factores que ha destruido el tejido social ha sido la falta de confianza, no solamente en las instituciones públicas y privadas, en los poderes y organismos del Estado, sino que, gradualmente, en las relaciones interpersonales.

Cuando identificamos a una persona de calidad humana percibimos en ella transparencia, franqueza, honestidad, fraternidad, solidaridad, nobleza y lealtad, humildad y espíritu de colaboración, primacía de lo emocional y espiritual sobre lo material, integridad en sus valores y principios, en resumen, confiabilidad, confianza.

Calidad humana es un concepto no solo humano y cultural sino también sociológico y político. En efecto, constituyendo por esencia acogimiento, es la base de la armonía y la paz social. Sin calidad humana son precarias esas armonía y paz y, por consiguiente, una democracia estable y un progreso sustentable. Del mismo modo, es factor clave en la protección de la naturaleza y del mundo que nos rodea.

No ha de confundirse calidad humana con felicidad. Calidad humana se expresa a través de actitudes externas, mediante la conducta hacia otros, por lo cual es susceptible de ser observada, medida y evaluada. La felicidad es de carácter subjetivo, personal, individual, voluble, por lo cual parecen irrisorios los intentos de contabilizarla en encuestas e índices numéricos. Lo que está claro es que la calidad humana favorece la felicidad, o a la inversa, es bastante improbable lograr la felicidad en medio de quienes carecen de calidad humana.

Lo anteriormente expuesto en nada desmerece el plano institucional como condición para una mejor sociedad y, por cierto, una Constitución que la ciudadanía reconozca como legítima. Si bien los esfuerzos se han concentrado casi en su totalidad en estos planos, parece curioso e inentendible el descuido generalizado en los otros dos antes descritos, puesto que sin un cambio en el modelo cultural y en las conductas, que permitan recuperar la credibilidad, una nueva Constitución estará sujeta y subordinada al actual estado de quiebre del tejido social y, por tanto, a una desconfianza generalizada.

Tal vez podrían emularse las experiencias de otras naciones dirigidas a forjar modelos culturales y cultivar la calidad humana que posibiliten sentimientos de pertenencia a un mismo destino, privilegiando el bien común por sobre el individualismo, como el caso de Filipinas, en que, con la participación de los sectores público, privado y académico, más allá de diferencias ideológicas y con un auténtico sentido de transversalidad, se han desarrollado programas y campañas ciudadanas con dichos objetivos, como se explica en el libro Calidad Humana, Sharing the Filipino Spirit.

Ciertamente sería ingenuo pensar que iniciativas, programas o campañas orientadas a promover la calidad humana incidirán en la totalidad de la ciudadanía, pero, al menos, servirán para ilustrar y advertir que los necesarios y urgentes cambios constitucionales e institucionales en curso podrían caer en el vacío y la frustración, de no estar acompañados de las transformaciones culturales y humanas antes expuestas, haciendo precarias la armonía y la paz social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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