Desde el año 2020, los sistemas educativos de todo el mundo se han visto fuertemente tensionados. La crisis provocada por el COVID-19 ha obligado a movilizar al máximo las capacidades humanas y pedagógicas de las instituciones escolares (BID, 2020; CEPAL-UNESCO, 2020; OECD, 2020). Como consecuencia de ello, destacados autores (Harris & Jones, 2020; Stoll, 2021) han afirmado que las prácticas de liderazgo escolar han cambiado considerablemente y tal vez de manera irreversible.
En particular, esta situación ha afectado con significativa fuerza a los liceos técnico profesionales, debido -entre otras cosas- a la gran cantidad de información que deben manejar (estudiantes de formación general y de formación técnica, docentes con distinta formación y problemáticas, necesidad de vincularse con empresas del sector productivo e instituciones de educación superior, entre muchas otras).
Al respecto, en un estudio realizado por investigadores del Centro de Innovación en Liderazgo Educativo (CILED) se señala que dentro de los principales desafíos postpandemia -identificados por una muestra de directivos TP provenientes de distintas regiones del país- se encuentran, entre otros, el mantener la motivación por terminar la carrera por parte de los estudiantes, brindar apoyo socioemocional tanto a los estudiantes como a los colaboradores, monitorear la trayectoria de los estudiantes y mantener la vinculación con la educación superior.
En este complejo contexto, cabe preguntarse ¿Cómo es posible sistematizar esta gran cantidad de información y con ello fortalecer la gestión de los líderes TP? ¿Cómo fomentar la instalación de un uso efectivo de datos para gestionar de mejor forma los aprendizajes de los estudiantes y los procesos de vinculación con el sector productivo y la educación superior? En relación a esto, quisiéramos plantear algunas ideas. En primer término, la investigación reciente ha identificado relación entre aquellos establecimientos que hacen un adecuado uso de sus datos y sus procesos de mejora escolar (Schildkamp & Kuiper, 2010; Parra y Matus, 2016; Bellei et at, 2020). A partir de lo anterior, Schildkamp & Kuiper (2010) definen uso de datos como “el proceso de analizar sistemáticamente las fuentes de información dentro de la escuela y aplicar los resultados de los análisis para innovar la pedagogía, los planes curriculares y el desempeño escolar, implementar (por ejemplo, acciones genuinas de mejora) y evaluar dichas innovaciones”. Parra y Matus (2016) por su parte, van más allá y hablan de uso reflexivo de datos, entendido como la capacidad del liceo TP para utilizar en forma reflexiva los datos mediante un conjunto coordinado de procesos de investigación-acción, con el fin de apoyar, informar, o tomar decisiones en forma contextualizada, pertinente y colaborativa con foco en los procesos pedagógicos y de práctica profesional de los estudiantes. Pero ¿Cómo se operacionalizan estas definiciones en los contextos reales de los liceos TP?
Al respecto, un reciente estudio de Bravo y Rojas (2021) buscó determinar si las variables del modelo de mejoramiento estratégico planteadas por Hopkins[1] (2017) influyen de manera positiva en los resultados de aprendizaje de estudiantes pertenecientes a 15 liceos técnico-profesionales de 4 regiones del país. Los resultados mostraron que entre las variables que tendrían un mayor impacto en el aprendizaje de los estudiantes se encontraría la planificación estratégica. Estos resultados son coherentes con los postulados de la mejora de la eficacia planteada por Murillo (2004) quien afirma que la mejora es un proceso planificado y endógeno, estrechamente vinculado con las capacidades de los actores de cada establecimiento. Ello invita a pensar que la planificación estratégica debe ser entendida como un proceso en permanente construcción y no como un mero producto o una tarea administrativa como cualquier otra. ¿Dónde se concretiza todo esto? En el PME del liceo, que de acuerdo al MINEDUC es el instrumento de planificación estratégica de los establecimientos educacionales que guía la mejora de sus procesos institucionales y pedagógicos. El PME se compone de dos fases: la fase anual y la fase estratégica. Esta última es definida por el MINEDUC como el proceso de levantamiento y análisis de información sobre el horizonte formativo y educativo del establecimiento educacional y su situación institucional actual para la elaboración de una planificación a mediano plazo que se compone de: objetivos, metas y estrategias. Todo ello indica que visualizar el PME como un proceso de gestión -y no como un trámite a cumplir- podría contribuir a mejorar los resultados de aprendizaje de los estudiantes.
Como corolario, podemos afirmar que entender la gestión del PME (es decir, la gestión de la planificación estratégica) como un proceso de autoevaluación permanente, llevado a cabo a través de un uso reflexivo de datos, sobre todo para contextos de liceos TP, parece ser uno de los caminos indicados para sostener procesos de mejora escolar, especialmente en el actual contexto.
[1] Las variables son: Enseñanza y aprendizaje, Currículo, Comportamiento, Actitudes de los estudiantes hacia el aprendizaje, Liderazgo, Comunidad de aprendizaje profesional, Oportunidades de Aprendizaje, Planificación Estratégica y Gestión de recursos.