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La violencia como recurso comunicacional de El Mercurio para ungir a Kast Opinión

La violencia como recurso comunicacional de El Mercurio para ungir a Kast

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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La candidatura de Sichel, surgida de las escisiones de la derecha de la Democracia Cristiana, representaba la continuidad del gobierno de Piñera. Más allá de los errores cometidos por Sichel, su fracaso tiene que ver con el derrumbe del gobierno de Piñera, y con la profunda crisis de la derecha tal como se había estructurado al final de la dictadura de Pinochet. Su desfondamiento, ha ungido, sorpresivamente, al militante extremista José Antonio Kast como adalid de la derecha. En el contexto del rechazo mayoritario a la Constitución del 80, Kast representa el intento de retomar 30 años después el derrotero de Pinochet.  No solo estuvo personal y familiarmente estrechamente vinculado con la dictadura; entre sus seguidores hay numerosos individuos vinculados con los órganos de seguridad de ese entonces. No por casualidad, sino porque se “debe a su gente”, ha defendido en varias oportunidades al criminal Miguel Krassnoff, condenado a cerca de 700 años de prisión por el sistema judicial  (https://www.elmostrador.cl/noticias/pais/2017/11/09/jose-antonio-kast-conozco-a-miguel-krassnoff-y-viendolo-no-creo-todas-las-cosas-que-se-dicen-de-el/).  Como Piñera aparece con operaciones en paraísos fiscales. 

Kast es un maestro de la descalificación y la simulación: denosta a sus adversarios valiéndose de una sonrisa cínica y de palabras corteses. Pero no se trata solo de una descalificación de sus adversarios; lo verdaderamente relevante es su descalificación de las demandas y de las personas que las plantean y que se han movilizado a partir del 18.0, llegando a transformarse en una marea humana el 25 de ese mismo mes de 2019. Su franja, como la de la UDI, y sus intervenciones son un testimonio elocuente de que, para él, el estallido y el proceso constituyente son dos caras de la violencia desatada. Es el desprecio al mundo popular que ha sufrido la desigualdad, el abuso empresarial, el incumplimiento de las promesas de la educación, las malas pensiones y el CAE. Representa a cabalidad a los defensores de lo que el sociólogo Manuel Canales denomina “la crueldad de la sociedad estamental y la falta de democratización de la sociedad”. Revela su profundo repudio a la demanda de justicia, problema que, entre otros, el filósofo John Rawls (en su libro “Una teoría de la justicia”) y el economista Premio Nobel Amartya Sen (en “La idea de justicia”) han puesto en el centro de sus preocupaciones. En tal sentido, Kast es el representante más puro de la indiferencia frente al sufrimiento popular, la vulnerabilidad de la clase media y el desdén con que la oligarquía aferrada a la sociedad excluyente trata a “los otros”, esto es, a la mayoría de la sociedad. Kast dice representar el “sentido común”. Pero su pretendido sentido común es en realidad aquel del privilegio excluyente, que concibe el sentido común de los “otros” como una amenaza y un asedio a los círculos cerrados. 

Kast, junto con El Mercurio, defiende a ultranza el modelo neoliberal. Se opone al fin de las AFPs; incluso al aporte patronal a las pensiones. Quiere reducir los impuestos a los más ricos y a las grandes empresas y con ello pone en jaque asignaturas pendientes en términos de mejoras sustantivas de la política social. Para el, como señala en entrevista a El Mercurio (24.10.2021, pp. D 10 – D 11) la crisis ambiental existe sólo en el Chernobyl de la Unión Soviética y en China. Enarbola el sueño neoliberal de un mundo gobernado por el mercado, en el cual puede dominar solo el más fuerte. Coherente con todo ello, hasta ambiciona que nuestro país abandone las Naciones Unidas. Se une a Bolsonaro en la galería de peligrosos políticos que representan el “trumpismo” en países en desarrollo.  

Pero el auge de Kast es también resultado de la campaña incondicional del Mercurio a la estrategia de odio desplegada por la ultraderecha. Aprovechando acciones de personas desesperadas utilizadas por delincuentes que realizan saqueos y amedrentan particularmente a los habitantes de las comunas populares, este medio de prensa ha impuesto un escenario discursivo que teje un espeso velo sobre los grandes temas que puso el 18.0 sobre la mesa. Al mismo tiempo, desarrolla una campaña para “demostrar” que la izquierda no solo justifica, sino que promueve la violencia. 

Una rápida revisión de las publicaciones del Mercurio en la última semana evidencia su imbricación estrecha con Kast. A partir del martes 19 se enfocó en las acciones violentas de un puñado de individuos, en perjuicio de las movilizaciones pacíficas que conmemoraban el sentido del estallido social. Sobre esa base, escriben reporteros, editorialistas y  “opinólogos” coludidos. El martes el editorial principal llevó como título “La convención y la violencia de ayer”. El miércoles, el partidario de Kast, Gonzalo Rojas, propuso en su columna “La violencia, ¿para qué?” que el ejercicio de la violencia depende de quien la ejerce: los que actúan sin propósito definido; los que la usan para provocar enfrentamientos y los que pretenden anular a sus enemigos (los más peligrosos). Sin fundamento alguno, deja entrever que Boric y sus seguidores son parte de la última categoría. No vale para Rojas el rol protagónico de Gabriel Boric en el encauzamiento institucional de la convulsa revuelta, ni tampoco su clara condena a los regímenes que atentan contra los derechos humanos y la democracia, sean del color que sean.

Por su parte, Cristián Warnken en “Intelectuales y violencia” evidencia una débil reflexión política e histórica que imposibilita analizar cabalmente el fenómeno de la violencia. 40 años tuvieron los chilenos y chilenas que soportar una constitución impuesta por las armas acompañado de un “orden” caracterizado por la desigualdad, el abuso y la corrupción que resultaba imposible de modificar en sus aspectos fundamentales. La incapacidad del sistema político de anticiparse a las crisis fue parte importante de la explicación del estallido lo que ha producido el desfonde del sistema político y partidario y el cuestionamiento de las principales instituciones. A espaldas del sistema político, en particular de las nuevas fuerzas surgidas de las diferentes movilizaciones previas al 18.0, la gente no aguantó más y explotó. Las explosiones sociales nunca son “moderadas”; véanse los casos de las “Chaquetas amarillas en Francia, los indignados en España o la llamada “Primavera árabe”. 

Respondiendo a la réplica que Fernando Atria realizó a esa columna, Warnken aduce que Atria, al afirmar “que el proceso constituyente es resultado de la revuelta”, pretende “invisibilizar” el papel fundamental de la representación política para abrir el proceso constitucional. Este argumento de Warnken resulta penoso, y hasta ridículo, si se tiene en cuenta que Atria, junto con Boric, jugó un papel fundamental en el acuerdo del 15 de noviembre que abrió paso a la reforma constitucional que habilitó el proceso constituyente, e hizo posible la salida institucional de la crisis, como alternativa al temido desborde insurreccional y militarización del conflicto.

La furia editorial del Mercurio frente al colapso de la constitución de 80 y la decisión de una mayoría de terminar con el sistema de AFPs, un sistema de salud diferente para ricos y pobres, no se detuvo allí. El viernes, Lucía Santa Cruz, en “Las anchas alamedas” iguala el proceso de la Unidad Popular con lo que se vive en la actualidad. Pretende ignorar que en estos 50 años terminó la guerra fría, colapsó el régimen soviético, tuvo lugar un profundo proceso de renovación socialista, surge un movimiento político de nuevo tipo, que reúne fuerzas feministas, ecologistas y se ha consolidado en Chile la democracia como mecanismo de resolución de los conflictos. El editorial del sábado sostiene que reconocer el 18.0 como detonante del proceso constituyente, valida simplemente la violencia como estrategia política, pese a que ninguna fuerza política relevante en el país ha incurrido en semejante desvarío. Un mínimo de rigurosidad requeriría que se probase que no fue el estallido, sino una repentina buena voluntad de la derecha, la que la llevó a buscar el acuerdo del 15.N, un tipo de acuerdo que había sido inviable durante 40 años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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