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Arturo Fontaine y el presidencialismo Opinión Crédito: AGENCIA UNO

Arturo Fontaine y el presidencialismo

Genaro Arriagada
Por : Genaro Arriagada Cientista político y exministro
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Cuestiono su juicio, insinuado en el libro “La pregunta por el régimen político” y expuesto en una columna (“Quiénes eligen al Gobernante. Esa es la Cuestión”), de que la elección del Primer Ministro, en el parlamentarismo, es una “cocina”. El dilema pueblo o “cocina” no es aceptable. Incluso, en esta materia el propio libro de Fontaine contradice los excesos de su columna, pues en él señala que ambos sistemas permiten la emergencia de líderes nacionales y la personalización de la política, haciendo que el elector, directa o indirectamente, pueda indicar su preferencia para Jefe de Estado.


El libro de Arturo Fontaine (“La pregunta por el régimen político”; FCE; 2021), se ha transformado en el texto de cabecera de quienes defienden la continuidad del presidencialismo en Chile. Bien escrito, contiene datos y argumentos interesantes. Sin embargo, su lectura me ha conducido a una situación que Fontaine, de un modo tolerante, previó, y es que después de haber puesto en la balanza las consideraciones que él hace me ha confirmado en mi posición de defensa del parlamentarismo o semipresidencialismo. Sus razones las he juzgado bajo el peso de otras experiencias y urgencias. En otros casos, varias de sus argumentaciones las estimé controvertibles y advertí, además, un dispar patrón de medida al evaluar los sistemas políticos, pues siendo acertado al mencionar las fallas del semipresidencialismo y parlamentarismo, omitió juzgar al presidencialismo donde esas mismas carencias son más graves. Y, en lo que es una discrepancia legítima, en algunas situaciones, donde él ve riesgos, yo veo oportunidades. En breve, he ordenado las mismas piezas pero me ha dado un animal distinto.

Uno de mis desacuerdos con AF es su calificación del “período parlamentarista chileno 1891-1924”. Tiene razón en que nunca fue parlamentarismo. Sin embargo erra cuando lo califica de semipresidencialismo. En rigor, fue lo que se llama gobierno de Asamblea, donde el Presidente es una figura ceremonial y el parlamento domina el poder político creando una rotativa ministerial, quebrando las políticas públicas, lo que puede hacer ajeno a todo control y responsabilidad, pues no puede ser ni censurado ni disuelto. Igualmente equivocada es la calificación de la República de Weimar como semipresidencialismo.

Cuestiono su juicio, insinuado en el libro y expuesto en una columna (“Quiénes eligen al Gobernante. Esa es la Cuestión”), de que la elección del Primer Ministro, en el parlamentarismo, es una “cocina”. El dilema pueblo o “cocina” no es aceptable. Incluso, en esta materia el propio libro de Fontaine contradice los excesos de su columna, pues en él señala que ambos sistemas permiten la emergencia de líderes nacionales y la personalización de la política, haciendo que el elector, directa o indirectamente, pueda indicar su preferencia para Jefe de Estado.

El doble estándar para juzgar al presidencialismo y sus alternativas, es constante. Es cierto que “los gobiernos de minoría también se dan bajo el parlamentarismo” y que entre 1945 y 1999, un tercio de los gobiernos de Europa fueron de minoría. Lamentable. Pero los gobiernos de minoría son mucho más frecuentes en el presidencialismo, al punto que en nuestra república presidencial (1932-1973) hubo siempre gobiernos de minoría, salvo un período de tres años, entre 1961-63 (Valenzuela) y ello sin considerar que en esos 40 años hubo 40 ministros de Hacienda y 60 de Interior. Tiene razón en que el semipresidencialismo no podrá funcionar con una alta fragmentación de partidos, pero eso le ocurrirá a todo sistema político. Del hecho de que Putin Erdogan, Orban sucedieron a semipresidencialimos, deduce que este sistema abrió camino a esas autocracias, lo que es una conclusión temeraria; pero cuando tiene que enfrentar el que entre 1946-2002 “las democracias presidencialistas tuvieron una expectativa de vida de 24 años y las democracias parlamentaristas de 58 años” o que en las democracias presidenciales la posibilidad de golpes militares son más de dos veces superiores a que ello ocurra en las democracias puramente parlamentarias (Stepan y Skach), entonces esto es consecuencia de factores económicos e históricos que, por supuesto hay que considerar, pero que no exculpan al sistema político.

Finalmente, hay situaciones que Fontaine describe bien y que comparto. Concuerdo en que “la principal ventaja del parlamentarismo es su eficiencia y celeridad para tomar decisiones”. En otros casos, ante un mismo hecho, donde él ve un problema, yo veo una oportunidad. “Es claro que el poder que tiene un Primer Ministro es mayor que el que tiene un Presidente”. De eso se trata: que el parlamentarismo y el semipresidencialismo son capaces de generar gobiernos más fuertes. Es cierto también que en el parlamentarismo los congresistas tienen menos poder que en el presidencialismo (lo que considero un bien) y están obligados a una mayor disciplina (otra virtud) ya que la pérdida de una votación significativa arriesga la caída del gobierno, a la vez que el jefe de gobierno tiene la facultad de disolver la Cámara y llamar a elecciones anticipadas, lo que se ha demostrado como una eficaz forma de domeñar la fronda parlamentaria (asunto que es una urgente necesidad).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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