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Cuarenta años de Amnistía Internacional en Chile Opinión

Cuarenta años de Amnistía Internacional en Chile

En 1981, cuando aún era presidente del Comité Ejecutivo Internacional de A.I., el emblemático abogado del Comité de Cooperación Para la Paz en Chile, José Zalaquett, quien había sido expulsado del país, concibió la atrevida idea de crear una sección de A.I. en Chile. “Pepe”, quien además de ser una persona valiente se caracterizaba por la prudencia y era un buen ajedrecista, pensó que la norma estatutaria de aquel entonces, que prohibía a las secciones nacionales intervenir respecto de violaciones de derechos humanos acaecidas en su propio estado, podría ayudar a sortear reacciones adversas de la dictadura. Desde Londres, tomó contacto con su antiguo amigo, ajedrecista como él, y colaborador externo de la Vicaría de la Solidaridad y de entidades internacionales de derechos humanos, Santiago Larraín Cádiz, que acogió con coraje el desafío.


1983 fue un año decisivo en la lucha contra la dictadura de Pinochet. En el contexto de la gravísima crisis económica que en enero de ese año condujo a la intervención los principales bancos del país, comenzando por el Banco de Chile, la oposición política preparaba iniciativas históricas, como fue la primera Jornada de Protesta Nacional impulsada por los trabajadores del Cobre, y de otra parte, el Partido Comunista organizaba su brazo armado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, circunstancias que obligaron a Pinochet a realizar sucesivos reajustes de gabinete, mientras abandonaba su histórica cátedra arquidiocesana el Cardenal Raúl Silva Henríquez.

Para quienes trabajábamos en la Vicaría de la Solidaridad, la movilización internacional en favor de las víctimas de la represión se hacía patente en diversas formas, como eran las contribuciones financieras que sostenían la defensa de los derechos humanos y las manifestaciones solidarias provenientes de muchos países.

Entre estas últimas, destacaban las denominadas “acciones urgentes” por los presos políticos promovidas por un movimiento que había recibido el Premio Nobel de la Paz y destacaba como la más importante organización de derechos humanos en el mundo: Amnistía Internacional (A.I.), fundada en 1961 por el abogado británico Peter Benenson.

No olvidábamos que en 1973, poco después de instaurada la dictadura, A.I. había sido la primera entidad en presentar un informe sobre los casos de tortura reportados desde Chile.

En 1981, cuando aún era presidente del Comité Ejecutivo Internacional de A.I., el emblemático abogado del Comité de Cooperación Para la Paz en Chile, José Zalaquett, quien había sido expulsado del país, concibió la atrevida idea de crear una sección de A.I. en Chile. “Pepe”, quien además de ser una persona valiente se caracterizaba por la prudencia y era un buen ajedrecista, pensó que la norma estatutaria de aquel entonces, que prohibía a las secciones nacionales intervenir respecto de violaciones de derechos humanos acaecidas en su propio estado, podría ayudar a sortear reacciones adversas de la dictadura. Desde Londres, tomó contacto con su antiguo amigo, ajedrecista como él, y colaborador externo de la Vicaría de la Solidaridad y de entidades internacionales de derechos humanos, Santiago Larraín Cádiz, que acogió con coraje el desafío.

A Santiago Larraín se debe, fundamentalmente, la creación de la Sección Chilena de Amnistía Internacional, tarea a la cual se consagró desde 1981. En 1982, convocó a Mafalda Larraín, Felipe Pozo y quien escribe estas líneas a acompañarlo. Para mí, es inolvidable el paseo que por el patio central de la Vicaría dimos con Santiago, para sellar nuestro compromiso.

En un discurso legendario ante el Consejo Internacional del movimiento, Larraín convenció a sus integrantes de que la creación de una Sección en el Chile de Pinochet no era una extravagante temeridad sino un proyecto realizable. El 16 de marzo de 1983, el Comité Ejecutivo de A.I. reconoció oficialmente la nueva Sección Chilena y ratificó a su grupo fundador como primera dirección, a la que se sumaron el profesor Carlos Varas y el trabajador de la Vicaría de la Solidaridad Eugenio Ahumada. En años posteriores, cuando la delegación chilena llegaba a los consejos internacionales, ya fuese en Rímini, Montreal, Helsinki o Paris, los otros delegados nos miraban con una mezcla de admiración y sobresalto.

Desde entonces, la Sección Chilena no ha dejado de crecer. Vigente aún la dictadura, en 1989, la membresía superaba las mil personas, muchas de ellas organizadas por grupos en Santiago y regiones, desde Copiapó a Magallanes, los cuales se sumaban a campañas internacionales en defensa de los presos de conciencia de muchos países y contra las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas o la pena de muerte. Gran dimensión adquirió en la década de los ochenta la campaña internacional contra la tortura.

Aunque observábamos disciplinadamente la regla que nos impedía actuar sobre nuestro propio país, es innegable que la Sección Chilena de A.I. fue un espacio de libertad que dio sentido cívico a muchas y muchos jóvenes que repudiaban la dictadura. Son inolvidables las asambleas generales anuales, en las cuales cientos de miembros del movimiento discutían sobre la acción propia de A.I. y que concluían con una verdadera explosión de cantos y clamorosas consignas libertarias.

En una de esas asambleas, se acordó proponer al movimiento internacional la incorporación del derecho a vivir en la propia patria, que había sido conculcado a miles de chilenos, como nuevo objetivo del mandato. Esta propuesta fue aprobada por el Consejo Internacional realizado en Helsinki, el año 1985 y fue el origen del actual compromiso de trabajar por los derechos de los migrantes, los refugiados y los solicitantes de asilo.

El hito culminante de esta responsable aventura realizada en el Chile de la dictadura y que inauguró una nueva etapa de la Sección, en democracia, fueron los conciertos Desde Chile, un abrazo a la esperanza, que reunieron a miles de personas en el Estadio Nacional, los días 12 y 13 de octubre de 1990, con la participación de artistas como Luz Casal, Rubén Blades, Wynton Marsalis, Sinéad O’Connor, Sting y Peter Gabriel.

En estas tres décadas de democracia, miles de chilenas y chilenos continuaron adhiriendo a A.I. y nuevas generaciones de dirigentes tomaron la posta del grupo fundador. Hoy el mandato del movimiento se ha extendido a una amplia gama de materias, tales como los derechos económicos, sociales y culturales, la protección de los defensores y defensoras de los derechos humanos, el cumplimiento de la Convención sobre los Derechos del Niño, la legalización del aborto, la lucha contra la violencia y los abusos sobre las mujeres y, también, contra las violaciones de los derechos humanos del colectivo LGBTI, la regulación del comercio internacional de armas, etc.

Esta ampliación del mandato y la modificación estatutaria que permite a las secciones nacionales ocuparse de los derechos humanos en su propio país han hecho de Amnistía Internacional una organización multitudinaria con millones de activistas, pero que debido a estos cambios epocales no concita la unanimidad de pareceres que le caracterizaba hace cuarenta años. Sin embargo,  como consecuencia de esta regeneración, los nuevos contingentes de miembros, que se identifican con las diversas vertientes de actuación, han dotado de mayor eficacia al movimiento, el cual mantiene su influencia global y goza del respeto de todos los gobiernos democráticos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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