Publicidad
Se buscan ciudadanos “senior” para el futuro Opinión

Se buscan ciudadanos “senior” para el futuro

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
Ver Más

No estamos formando ciudadanos que sientan interés y se apasionen por el mejoramiento de nuestras sociedades desde una visión global de las cosas. En su lugar, estamos proveyendo a las organizaciones y corporaciones contemporáneas de analistas junior y senior, managers, CEO, CFO, CMO, CTO, CSO, etc., que son expertos operándolo y gobernándolo todo, pero desde un pequeñísimo dominio del saber (su saber técnico). Basta preguntar a estos, por ejemplo, cuál fue la contribución de Einstein a las ciencias, quién fue Rubén Darío (el príncipe de las letras castellanas), Marco Aurelio (un honestísimo filósofo estoico y no tan solo el padre del villano de El Gladiador) o qué es la filosofía (la matriz originaria de todas las ciencias modernas y el saber que explora la realidad a profundidades que las ciencias no llegan).


Tenemos un problema que afecta no solo a las universidades de nuestro país. Se ha escrito sobre ello en innumerables ensayos, tales como La universidad en ruinas de Bill Readings, Educación superior para la democracia de William G. Tierney o Excelentes ovejas: la mala educación de la élite estadounidense y el camino hacia una vida significativa de William Deresiewicz. El problema tiene que ver, en parte, con la inercia de nuestro sistema económico, la dinámica de los desarrollos tecnológicos que tiene aparejados, así como con la erosión de nuestras democracias.

Y consiste en que no estamos formando ciudadanos que sientan interés y se apasionen por el mejoramiento de nuestras sociedades desde una visión global de las cosas. En su lugar, estamos proveyendo a las organizaciones y corporaciones contemporáneas de analistas junior y senior, managers, CEO, CFO, CMO, CTO, CSO, etc., que son expertos operándolo y gobernándolo todo, pero desde un pequeñísimo dominio del saber (su saber técnico).

Basta preguntar a estos, por ejemplo, cuál fue la contribución de Einstein a las ciencias, quién fue Rubén Darío (el príncipe de las letras castellanas), Marco Aurelio (un honestísimo filósofo estoico y no tan solo el padre del villano de El Gladiador) o qué es la filosofía (la matriz originaria de todas las ciencias modernas y el saber que explora la realidad a profundidades que las ciencias no llegan).

¿El resultado? Cada especie profesional se ocupa de una pequeña porción de una gran máquina que chirría y tiembla entera, pero ¿quién se ocupa de pensar, domar y reformar esta última? Pensaríamos que los políticos, pero hay que ver cuán atrapados están en las reglas del sistema político moderno (maquiavelista) que se les ha heredado, que es solo una parte del armatoste. Y lo mismo pasa con la filosofía y las humanidades, que están absorbidas por las demandas de sus (sub)sistemas académicos.

La solución, a estas alturas, pasa por ustedes y la buena voluntad de los pocos maestros universitarios que están dispuestos a dar más de sí mismos.

¿Qué han de proponer los estudiantes a sus maestros universitarios? Simple: crítica y aplicación de sus saberes a la realidad global de la civilización humana, a través de entretenidos relatos y evaluaciones que tengan una significativa importancia en la nota final. ¡Y ustedes deben sospechar de inmediato de todos aquellos pésimos profesores que durante un semestre entero jamás les han contado si ven algo malo y digno de crítica en todo lo que les enseñan!

Por ejemplo, mis profesores de física o matemáticas jamás me enseñaron que el lenguaje de los números implicaba un reduccionismo de la realidad (es decir, que la realidad no se puede explicar entera mediante números), con la excepción de uno solo, quien dictaba las asignaturas de mecánica clásica y que un día, sacando un revólver (de juguete) y disparándonos un banderín blanco, sostuvo con maestría: “Todas estas leyes son ‘puras mentiras’ que nos inventamos para tratar de controlar y manipular la realidad, pero no es cierto que, si yo le pego un puñetazo a la pared, la pared me devuelve el puñetazo, como sugiere el principio de acción y reacción de Newton. Entiendan estas leyes, sí, porque pueden ser útiles en sus trabajos, pero no se arrodillen ante ellas como verdades sagradas”.

Tampoco mis profesores de las ciencias empresariales me enseñaron que la política puede jugarse en las corporaciones o los colegios profesionales igual que en la esfera pública, pero en privado. No me enseñaron que hay ejecutivos en los que se confía y que terminan montando su propia empresa dentro de la empresa que los ha contratado. Que la corporación es algo que, bien o mal, no se construye democráticamente, sino conforme al interés y visión de unos dueños o accionistas, cuyo juicio es el que dispone las cosas desde lo más alto, por más alegres que nos mostremos a veces trabajando en equipo con los colegas.

En este último caso, esos pretendidos maestros prefirieron no herir nuestros sentimientos y enseñar el poder empresarial usando la eufemística literatura corporativa, en lugar de hacernos leer como guerreros El arte de la guerra de Sun Tzu, El príncipe de Maquiavelo o El Leviatán de Hobbes, por ejemplo. Puede también que ellos ni siquiera hayan hojeado u oído hablar de estas obras maestras centenarias (“milenaria”, en el caso del trabajo del general chino Sun Tzu) en toda su vida.

En mi humilde opinión, en este lado del mundo al menos, el futuro será corporativo (con o sin capitalismo), de modo que no hay lugar para llantos. Y es por lo mismo que, puesto que nadie hace nada en ninguna parte, y todos siguen accionando palancas y oprimiendo botones en la dirección que se mueven los apéndices del technological plot (la trama tecnológica) del planeta, lo más ético a estas alturas es preguntarse qué está haciendo uno para hacer las cosas diferentemente.

Y es ahí donde entran ustedes y los buenos maestros. Porque si no hacen nada, como dijo Ortega y Gasset, otros los empujarán a hacer las cosas a su gusto, y en unos cuantos años más se verán mandando emails, elaborando reportes y resolviendo problemas que nada tienen que ver con su forma personal de mirar las cosas y de cómo debería enrumbarse la organización en la que participan. Porque en esto consiste el verdadero trabajo virtuoso y no en obedecer como un esbirro, sin crítica, lo que se nos manda. Porque ustedes no deben servir a los sistemas, sino hacer que los sistemas los sirvan a ustedes y a su especie.

El año académico recién comienza y, si algún efecto pueden tener estas palabras, reúnanse en grupo y planteen esta posibilidad a esos catedráticos que ahora mismo, muy creídos, les dicen cómo funciona el mundo de los adultos. Así pensarán juntos y se entusiasmarán con cómo podría ser de otro modo también. ¡Llévenle impresa esta columna si hace falta! Háganlo ahora, antes de que el Leviatán académico los cargue de deberes que solo les dejen las ganas que otros piensen y cambien el curso de las cosas. ¡Háganlo inteligentemente! No les vaya ocurrir como a un ingenuo alumno de filosofía de una asignatura que criticaba el neoliberalismo, quien, aun estando de acuerdo con toda la crítica, quiso criticar al crítico para demostrar que podía ir más lejos con su filosofía, pero solo para verle los ojos incendiados de rabia a su tutor y obtener la más baja calificación en consecuencia.

Verán qué entretenida es una clase de cálculo o electrotecnia en la que los ejercicios tratan sobre Avatar o Star Wars, o la forma en que una esfera de Dyson transmite energía o dispara ráfagas elípticas cruelmente contra otras formas de vida o humanos situados en otras colonias espaciales separatistas.

O cómo de entretenido es montar una feria de empresas en el que uno de los stands es una representación titulada con grandes letras LA EMPRESA ANTICUADA, en donde compañeros de las carreras de actuación teatral les ayudan a montar una organización en donde se despide con calculadora en mano a las pocas jefaturas mujeres que se embarazan, y en la que todos están todo el día tecleando monótonamente las órdenes de un amargado gerente o capataz, quien a su vez se encierra en su despacho a teclear las órdenes que le vienen de más arriba, todos los días.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias