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Poder de síntesis Opinión

Poder de síntesis

El panorama general alerta sobre la capacidad del sistema político en general de representar las demandas ciudadanas y no seguir cayendo en el túnel sin salida del descrédito. La inacción a la que esta situación conduce, alimenta aún más las pulsiones autoritarias, las que tienen en el próximo plebiscito la posibilidad de aunar en el rechazo tanto a la extrema izquierda como a la extrema derecha, las que, de articularse en una coalición, aun perdiendo ese plebiscito, pueden representar una amenaza en el futuro a las fuerzas democráticas. Una coalición de ese tipo no sería la primera en la experiencia comparada y, se dice hasta el cansancio, la única forma de combatirla es con acuerdos. Creo que nuestro sistema político no está todavía en ese estadio, requiere primero emerger con una síntesis.


Todo espacio de reflexión política, y así lo refleja el debate público, debiera tener como propósito comprender y explicar los dos hitos fundantes del momento político que atraviesa el país, siendo estos la revuelta social de 2019 y el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. Así lo refleja el deslucido proceso constituyente, que nace a partir de las demandas expresadas en 2019 y toma un nuevo curso a partir del acuerdo posplebiscito y la instalación de la Comisión Experta.

Fuera más por la humildad que exige la derrota que por un análisis de profunda autocrítica, la izquierda ha aceptado a regañadientes las bases del nuevo proceso. En paralelo, el Gobierno ha buscado, mediante el cambio en las prioridades y los sucesivos reordenamientos ministeriales, ampliar su base electoral y política, apelando a sectores del Socialismo Democrático. Así, a la tesis propuesta por octubre de 2019, se le presenta como antítesis el plebiscito de septiembre y la izquierda, a tientas, busca elaborar una síntesis de ambos eventos.

La derecha, en tanto, ebria de un triunfo que no le es del todo propio, no se ha sentido obligada a esta necesaria síntesis y ha optado, en cambio, por reemplazar un evento por otro, esconder el 2019 bajo la alfombra y actuar como si nunca hubiese ocurrido. Los ejemplos son múltiples: a nivel de discurso, y amplificado incluso por voces del Partido Socialista, se busca instalar que la denuncia de las violaciones de DD.HH. acaecidas en 2019, avaladas por una serie de informes internacionales, hoy “atan de manos” a Carabineros. En materia constitucional, en tanto, la única base que subsiste del proceso anterior, el Estado Social de Derecho, es interpretado mañosamente para hacerlo compatible con un “Estado subsidiario activo”. Paralelamente, el sector se negó siquiera a la idea de legislar la reforma tributaria por estar “ideológicamente obligados” a rechazarla.

Estos tres ejemplos, lejos de ser los únicos, traen consigo una serie de complejidades. El primero, sumado a las críticas que recibió el Gobierno por llamar la atención al general director por una alocución a todas luces deliberante, nos hace retroceder treinta años en los lentos y costosos avances en materia de sujeción civil de las policías y FF.AA., además de otorgar un velo de impunidad sobre su actuar.

En materia constitucional, cabe recordar que un Estado subsidiario es aquel que actúa solo ahí donde el mercado no puede proveer de servicios públicos. Así ocurre en salud, donde Fonasa atiende a todo aquel que no puede acceder a una Isapre, sistema que hace agua al tiempo que desfinancia la alternativa pública.  En pensiones, el privado tenía mejores incentivos en la administración de los fondos y la competencia por afiliados aseguraría a cada persona una pensión equivalente a su sueldo para 2020. El Estado Social es plenamente compatible con la provisión mixta de derechos sociales, pero no así con el principio de subsidiariedad que buscan consolidar. En materia tributaria, por último, el Gobierno manifestó absoluta disposición a conversar en la discusión particular, siempre y cuando se mantuvieran dos objetivos: mayor progresividad y mayor recaudación. La postura de la oposición debe necesariamente fundarse en una negación de estos dos pilares, lo que hace oídos sordos a las demandas sociales y su necesidad de financiarlas, además de la urgencia por corregir en alguna medida la desigualdad.

Más allá de la discusión particular en torno a los ejemplos citados, el panorama general antes descrito alerta sobre la capacidad del sistema político en general de representar las demandas ciudadanas y no seguir cayendo en el túnel sin salida del descrédito. La inacción a la que esta situación conduce, alimenta aún más las pulsiones autoritarias, las que tienen en el próximo plebiscito la posibilidad de aunar en el rechazo tanto a la extrema izquierda como a la extrema derecha, las que, de articularse en una coalición, aun perdiendo ese plebiscito, pueden representar una amenaza en el futuro a las fuerzas democráticas. Una coalición de ese tipo no sería la primera en la experiencia comparada y, se dice hasta el cansancio, la única forma de combatirla es con acuerdos. Creo que nuestro sistema político no está todavía en ese estadio, requiere primero emerger con una síntesis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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