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La reforma de pensiones en Francia: dos lecciones para Chile Opinión

La reforma de pensiones en Francia: dos lecciones para Chile

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Hay un verdadero cansancio democrático en Francia, relacionado con la verticalidad del poder, con una posición “jupiteriana” del Ejecutivo que no se encuentra en otras grandes democracias. Más allá de la persona de Macron, existe un defecto de origen en la Constitución, hecha por y para el general De Gaulle en el contexto de una casi guerra civil vinculada a la descolonización de Argelia. Desde entonces, ha rigidizado la vida democrática del país. Aquí está probablemente el Ejecutivo más poderoso y centralizado de las grandes democracias. Sin embargo, en una irónica inversión dialéctica pero habitual, es el poder más débil a la hora de aprobar grandes reformas. Cuando Macron reciba por fin al rey Carlos III, quedará inmediatamente claro cuál de los dos es el monarca.


La aprobación de la ley sobre las pensiones fue dolorosa en Francia. Los botes de basura siguen ensuciando las calles de París, las manifestaciones no acaban y, para colmo, se ha cancelado la visita del rey de Inglaterra, Carlos III. No es una buena publicidad para Francia, pero una bendición en nuestro país para los opositores al proyecto de reforma de pensiones propuesto por el Gobierno en Chile: “Miren allí, dicen, el reparto no funciona. Con nuestros fondos de pensiones, tenemos el mejor sistema en el mejor de los mundos”. En esta línea va la columna de Elisa Cabezón en este medio.

Hay que rectificar. El debate sobre las pensiones en Francia ha sido sobre todo la revelación y el desencadenante de una crisis latente desde hace ya mucho tiempo, que es de naturaleza política. Nunca ha consistido en poner en tela de juicio el sistema de reparto que impera en el país.

El punto central de la ley es el aumento de la edad legal de jubilación de 62 a 64 años. Pero otra regla del sistema es igual de importante: hoy en día, para percibir una pensión completa, hay que haber cotizado al menos 42 años, y pronto 43. Hagamos las cuentas: si estudiaste hasta los 23 años, probablemente con un trabajo calificado y un buen salario, hoy solo puedes irte a los… 23 + 43 = 66 años. La reforma no te afecta en nada. En cambio, si entraste en la vida laboral a los 19 años o menos, probablemente con un salario mucho más bajo, 19 + 43 son 62: tienes que trabajar dos años más por la misma pensión. Así, la reforma afectó más a las personas con salarios bajos, más a las mujeres con carreras incompletas, y nunca a las personas calificadas con salarios altos.

¡No es una reforma fácil de vender! Tanto más cuanto que el Gobierno esgrimió argumentos de justicia social, contradiciendo a Emmanuel Macron, que dijo, durante su campaña presidencial de 2017, que tal reforma, de llevarse a cabo, sería injusta. Es cierto que el debate parlamentario introdujo correcciones importantes, pero en conjunto sigue siendo una reforma complicada y bastante mediocre.

El rechazo social adquirió una dimensión mucho más larga cuando el Parlamento tuvo que votar. Aquí hay una reforma que más del 70% de la población rechaza y que probablemente una mayoría en el Parlamento hubiera también rechazado. ¿Qué hizo el presidente Macron? Utilizó un privilegio que le otorga la Constitución para forzar la decisión. No es de extrañar que la gente no sea feliz y los diputados estén incómodos para dar explicaciones a sus electores cuando regresan a casa. El presidente se sorprendió por el nivel de las protestas y mantuvo su decisión. Pero alguien podría decirle, parafraseando una famosa frase que ayudó al presidente Clinton a ganar una elección: “¡Es la democracia, estúpido!”.

Porque hay un verdadero cansancio democrático en Francia, relacionado con la verticalidad del poder, con una posición “jupiteriana” del Ejecutivo que no se encuentra en otras grandes democracias. Más allá de la persona de Macron, existe un defecto de origen en la Constitución, hecha por y para el general De Gaulle en el contexto de una casi guerra civil vinculada a la descolonización de Argelia. Desde entonces, ha rigidizado la vida democrática del país. Aquí está probablemente el Ejecutivo más poderoso y centralizado de las grandes democracias. Sin embargo, en una irónica inversión dialéctica pero habitual, es el poder más débil a la hora de aprobar grandes reformas. Cuando Macron reciba por fin al rey Carlos III, quedará inmediatamente claro cuál de los dos es el monarca.

Ahora el sistema de pensiones. Sabemos que lo que importa en este debate es la relación entre el número de activos e inactivos y lo que la colectividad paga por sus jubilados. El resto, es decir, el método de financiamiento, ya sea por reparto, fondos individuales o colectivos, es de hecho “secundario”. A lo largo del tiempo, los dos sistemas tienen, más o menos según el periodo, los mismos rendimientos. Haz la elección: ¿Prefieres depositar el 10% de tu salario en un fondo que funciona al 5% anual para recibir la suma en 30 años? ¿O recibir el 10% del salario dentro de 30 años, sabiendo que también habrá crecido al 5% anual? Este ejemplo no es un sueño: en Chile, como en todas partes, el rendimiento global del capital se aproxima al crecimiento del ingreso nacional, los salarios y los beneficios. No es ninguna sorpresa: en materia de pensiones, como en general para la economía, el trabajo y el capital van de la mano.

Por supuesto, lo “secundario” importa: ¿qué riesgo proviene de los mercados financieros?, ¿de la demografía?, ¿de la productividad laboral?, ¿qué lugar dar a la solidaridad?, etc. La recomendación de la mayoría de los especialistas en pensiones, por ejemplo, la OCDE, es diversificar, no basar el sistema de pensiones en un solo modo de financiamiento.

Las dos lecciones para Chile

Primero, para el uso de nuestros próximos constituyentes, cuidado si algunos quieren llevar al país hacia un régimen semipresidencialista a la francesa, en lugar de permanecer en la tradición presidencialista o –¿por qué no?– optar por el parlamentarismo. Porque, en el sistema híbrido, siempre pasará en algún momento alguien con un superego que dirá, una vez nombrado presidente: yo tengo el voto popular para mí y por tanto: l’État, c’est moi. Esto sin las garantías de un verdadero régimen presidencial o parlamentario.

Segundo, sobre la reforma de las pensiones, prudencia también. Mejor cumplir con los estándares recomendados en general a nivel internacional y apartarse de dos extremos: todo a la capitalización individual como hoy en Chile, todo al reparto como en Francia. Desde este punto de vista, el proyecto del Gobierno chileno, equilibrado y diversificado, se discutirá en sus detalles, pero parece más bien razonable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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