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¿Arde Paris? Policía de Francia llama a combatir a “hordas de salvajes’ Opinión Crédito: Reuters

¿Arde Paris? Policía de Francia llama a combatir a “hordas de salvajes’

Gilberto Aranda B.
Por : Gilberto Aranda B. Profesor titular Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
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En el marco de las protestas que ocurren en Francia, dos sindicatos de policía importantes llamaron este viernes a combatir las “hordas salvajes” que participan en los disturbios nocturnos desde hace tres noches, en un comunicado que la oposición de izquierda calificó de “llamado a la guerra civil”. Gilberto Aranda comenta en su columna que “lo que está fuera de duda es que la sociedad francesa luce más fracturada que ayer, con una cuota de violencia disolvente de sus vínculos solidarios”.


Aunque la pregunta que en agosto de 1944 hiciera el Führer alemán a su general al mando de la capital francesa, Von Choltitz, “¿Arde París’” expresaba básicamente su innata pulsión destructiva con la alteridad y no precisamente una inclinación a la revuelta, hoy puede ser útil para retratar el estado de ánimo encendido de una población francesa que ha vuelto a crisparse desde el martes pasado. En esta ocasión por una cuestión que interpela el alma misma de quienes se consideran herederos del lema tríadico revolucionario “Igualdad-libertad-fraternidad”. El homicidio de un descendiente de inmigrantes argelinos y residente de los suburbios parisinos, allí donde no habita el esplendor que le diera a la “Ciudad Luz” la remodelación dispuesta por Napoleón III en 1853. Esta semana dicho fulgor se tornó a ratos en penumbra, cuando millares de manifestantes enardecidos se enfrentaron con 40 mil efectivos de seguridad, después que uno de sus funcionarios disparó a quemarropa contra Nahel, un adolescente de 17 que ante un control rutinario de tráfico intentó fugarse haciendo caso omiso de las instrucciones policiales, lo que a la postre le costó la vida.

En Francia la muerte del Nahel pasó a ser un asunto más lacerante que el alza de impuestos o de las tarifas del transporte público –incluso más que la ampliación de la edad de jubilación que gatilló las manifestaciones multitudinarias en Francia del último invierno boreal (de hecho llama la atención que el estallido chileno fuera en octubre de 2019, y no en noviembre de 2018 cuando Camilo Catrillanca fue asesinado) – ante lo cual la sociedad reaccionó echándose a las calles a protestar o simplemente se plegó a la invitación de la madre de Nahel para marchar por su hijo. El deceso grabado y reproducido en redes sociales operó como pólvora sobre la conciencia de una parte significativa de la sociedad francesa, que a pesar el año pasado tuvo 13 muertes en las mismas circunstancias, consideró que éste caso era el equivalente nacional al asesinato de George Floyd el 25 de mayo de 2020 en Mineápolis, producto de la brutalidad policial de Derek Chauvin, lo que terminó provocando una ola de malestar y protestas nacionales en Estados Unidos en contra del racismo hacia ciudadanos afroestadounidenses.

No obstante la discusión se ha instalado entre quienes apuntan a la discriminación racial por parte de un agente del Estado que ya se ha entregado declarándose voluntariamente como responsable, o si en cambio se trata de un Estado que coloca el énfasis en la represión conforme a ley de 2017 que permite a la policía disparar sus armas durante la gestión vehicular, protegiéndolos ante todo evento, fuera del imprescindible marco ético.

En cualquier caso habría que considerar que Nohel es hijo de “la otra Francia”, aquella que desde la década del sesenta comenzó a incorporar a las periferias de las grandes ciudades no sólo al éxodo rural y de europeos no franceses, sino que progresivamente recibió a los inmigrantes magrebíes y subsaharianos, transformando la vida de los viejos pueblos “de las afueras” en un recipiente fracturado entre las casas de familias únicas y los bloques departamentales marcados por un hacinamiento mucho mayor que el del típico cité decimonónico. Se trata del advenimiento del “cuarto mundo”, que ha dejado de ser “patrimonio” de los países subdesarrollados para instalarse también en los márgenes de las urbes desarrolladas, y que expresa la condición de desprotección más absoluta de una población en evidente riesgo social.

El episodio comenzó en Nanterre, mismo lugar donde unos iracundos estudiantes universitarios reunidos en Asamblea en mayo del 68 iniciaron un movimiento nacional que hizo tambalear a la República, espacio que experimenta hoy la típica ruptura entre nativos y recientemente llegados que daña seriamente la dimensión egalitaria de toda convivencia cosmopolita, afectando la calidad y textura de la misma. Para muchos, reaparece la memoria de las jornadas de rabia e indignación de 2005, cuando dos adolescentes, Zyed Benna y Bouna Traoré, murieron huyendo de la policía después de un partido de fútbol de otro suburbio París.

Lo cierto es que la muerte del adolescente ha terminado de colmar el hartazgo ciudadano contra autoridades cada vez más desafectas de la empatía popular, diseminando la rabia a Lyon, Toulouse, Dijon, Lille, Rennes, Avignon y Marsella, con registro de más de 800 detenidos por disturbios, saqueos y destrozos, 250 policías heridos y un perímetro central parisino en estado de alerta. Desde luego, se podría argumentar que la violencia política está impresa en un país que mucho antes que desde las ideas y la calle se subvirtiera al “Antiguo Régimen”, pues ya había experimentado en fecha tan lejana como 1358 una Grande Jacquerie campesina contra el poder instituido de la nobleza rural de la Isla de Francia y toda la región septentrional. Sin embargo, marchas y desordenes se dan hoy después de una serie de eventos de protestas durante el último semestre que amenazaron la estabilidad del gobierno, colocando al Presidente Macron ante la posibilidad de recordársele como el Jefe de Estado de los levantamientos: los chalecos amarillos entre 2018 y 2019, las manifestaciones del primer semestre por las reformas que aumentaron la edad de jubilación de los 62 a los 64 años, y la actual, con posibilidad de ir agudizándose. De hecho entre la clase política las posiciones se han ido escorando en los extremos con la izquierda posmoderna e identitaria de Jean-Luc Mélenchon condenado los eventos del martes y justificando las manifestaciones de malestar más allá de algunas de sus consecuencia, y la ultraderecha de la Reagrupación Nacional que en virtud de restituir el orden ha entregado su respaldo completo a todas las medidas policiales en ese sentido. En medio, Macron y su Gabinete enfatizan la necesidad de recuperar la tranquilidad, que ante el recrudecimiento de la violencia callejera optaron por suspensión de actos fiestas y eventos deportivos en los municipios más afectados.

Tal parece que el denominado “principio olvidado” de la Revolución Francesa por Baggio (2006) – la Fraternidad- ha terminado por desaparecer de la ecuación cotidiana gala, o quizás simplemente nunca se expresó institucionalmente (Monares, 2018) cediendo a la fuerza aglutinante de los valores que le antecedían: la Libertad y la Igualdad. Lo que está fuera de duda es que la sociedad francesa luce más fracturada que ayer, con una cuota de violencia disolvente de sus vínculos solidarios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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