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La ola de la inteligencia artificial Opinión

La ola de la inteligencia artificial

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Gonzalo Espinoza-Bianchini
Por : Gonzalo Espinoza-Bianchini Observatorio Político Electoral UDP/ Núcleo Milenio MEPOP.
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La IA es una herramienta poderosa, pero no es infalible. Es esencial tener en cuenta que la IA, por avanzada que sea, está influenciada por los datos con los que se alimenta. Si estos datos tienen sesgos, la IA reflejará y potenciará esos sesgos. En el ámbito político, esto podría conducir a interpretaciones erróneas o injustas, como al analizar tendencias electorales o al diseñar políticas públicas. Es fundamental que el proceso de recolección y análisis de datos sea transparente y esté sometido a revisión constante para garantizar la equidad. Además, la IA puede recopilar y analizar grandes volúmenes de información personal, lo que plantea preocupaciones legítimas sobre cómo se protegen estos datos y cómo se utilizan. Las universidades y el sector público deberían establecer protocolos estrictos y transparentes para garantizar que la privacidad de las personas se respete en todo momento.


En los últimos años, hemos sido testigos de cómo la inteligencia artificial (IA) ha revolucionado campos como la medicina, con algoritmos que diagnostican enfermedades con una precisión nunca antes vista, y el sector financiero, donde las tendencias de mercado son predichas con sorprendente exactitud. Ante esto, surge una pregunta inminente: ¿cómo podemos utilizar la IA para mejorar los procesos políticos?

En política, la IA promete una transformación radical. Durante las campañas, imaginemos poder analizar en tiempo real las tendencias de opinión pública durante un debate electoral. Gracias a la IA, es factible procesar miles de tweets, publicaciones y comentarios en redes para discernir cómo el público percibe a cada candidato. De hecho, su habilidad para simular el pensamiento humano es tan precisa que ya se contempla su utilidad para replicar muestras de opinión pública, optimizando así el trabajo de encuestadoras y gobiernos al reducir costos y tiempos.

Históricamente, la ciencia política ha buscado entender los motivos detrás de las decisiones políticas. Con la IA, no solo entendemos el “por qué”, sino que también predecimos el “qué” y el “cómo”. Al analizar discursos políticos pasados, podemos anticipar estrategias retóricas futuras y, estudiando votaciones anteriores, prever tendencias electorales. Pero el potencial va más allá: la IA puede ser determinante en el diseño, implementación y evaluación de políticas públicas. Mediante análisis predictivo, simulación y otros métodos, es posible proyectar el impacto de políticas antes de implementarlas, garantizando intervenciones más efectivas y ajustadas a las necesidades reales.

El Ministerio de Ciencia y las universidades deben liderar esta transformación. Juntos, tienen la responsabilidad de preparar a los futuros tomadores de decisiones. Necesitamos aulas donde los estudiantes no solo aprendan teoría política, sino también análisis de datos y programación, con el objetivo de formar ciudadanos capacitados para un mundo digital. Singapur es un ejemplo de colaboración público-privada en la implementación de IA. Allí, el gobierno ha invertido significativamente en programas de formación en IA y ha establecido colaboraciones con universidades y el sector privado, buscando ser pioneros en la creación de soluciones basadas en IA para mejorar la eficiencia de la administración pública y facilitar la toma de decisiones basada en datos.

De igual forma, mientras nos adentramos en este nuevo paradigma, es crucial que nuestras expectativas se mantengan realistas y basadas en evidencia. La IA es una herramienta poderosa, pero no es infalible. Es esencial tener en cuenta que la IA, por avanzada que sea, está influenciada por los datos con los que se alimenta. Si estos datos tienen sesgos, la IA reflejará y potenciará esos sesgos. En el ámbito político, esto podría conducir a interpretaciones erróneas o injustas, como al analizar tendencias electorales o al diseñar políticas públicas. Es fundamental que el proceso de recolección y análisis de datos sea transparente y esté sometido a revisión constante para garantizar la equidad. Además, la IA puede recopilar y analizar grandes volúmenes de información personal, lo que plantea preocupaciones legítimas sobre cómo se protegen estos datos y cómo se utilizan. Las universidades y el sector público deberían establecer protocolos estrictos y transparentes para garantizar que la privacidad de las personas se respete en todo momento. Debemos acercarnos a la IA con una mentalidad crítica, reconociendo sus limitaciones y asegurando su uso ético y responsable.

La incorporación de la IA ya no parece ser una opción, sino más bien una necesidad. Aún estamos a tiempo de que el país cree los incentivos para desarrollar la creación e implementación de inteligencias artificiales en todo ámbito. Las herramientas artificiales están aquí y cada vez serán más poderosas. La pregunta ahora es: ¿vamos a surfear o nos dejaremos llevar por la ola?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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