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¿Por qué preocuparse por las generaciones futuras? Opinión Children of men

¿Por qué preocuparse por las generaciones futuras?

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Nuestras sociedades se encuentran en el ajetreo del momento presente. En el pasado, cuando se empezaba a construir catedrales, se tardaba siglos en terminarlas. Prestamos menos atención que antes a nuestros antepasados y muertos. El 1 de noviembre fue una vez una fecha importante en el calendario y el culto a los muertos estaba muy vivo en sociedades como la china, con un sentimiento muy agudo de transmisión entre generaciones. Todo esto ha disminuido.


¿Cuáles son, en realidad, nuestras buenas razones para refutar el chiste de Groucho Marx: “Pero, ¿por qué preocuparse por las generaciones futuras? ¿Se han ocupado ellas de nosotros?”? Aquí hay un área muy activa de la filosofía moral, esta rama de la filosofía a la que algunos acusan de ser a veces vacía, pero que a lo largo de los siglos ha cambiado profundamente nuestras sociedades, permitiéndoles ser más abiertas e inclusivas.

Podríamos responder a esa pregunta diciendo que no hace falta filosofar, amamos a nuestros hijos y nietos y lo que les pueda pasar nos concierne, ante todo. Sí, nuestros hijos y nietos, pero ¿vamos más allá de eso? Llama la atención comprobar que nuestras sociedades han ampliado enormemente su horizonte espacial, debido a la globalización y a la increíble apertura de los medios de comunicación. Lo que ocurre estos días en la costa libia o en Marruecos nos preocupa mucho más de lo que nos hubiera preocupado antaño.

Pero esto parece ir en detrimento del horizonte temporal. Nuestras sociedades se encuentran en el ajetreo del momento presente. En el pasado, cuando se empezaba a construir catedrales, se tardaba siglos en terminarlas. Prestamos menos atención que antes a nuestros antepasados y muertos. El 1 de noviembre fue una vez una fecha importante en el calendario y el culto a los muertos estaba muy vivo en sociedades como la china, con un sentimiento muy agudo de transmisión entre generaciones. Todo esto ha disminuido.

Entre una inmensa literatura, destaco particularmente el libro de Samuel Scheffler, Why Worry About Future Generations? Una primera corriente de pensamiento sobre esta cuestión, dice Scheffler, nos llega de filósofos utilitaristas, muy activos en el mundo anglosajón y en boga entre los economistas. El principio básico para ellos es la búsqueda del máximo bienestar de la población. Hay que reconocerles por haber sido los primeros en ampliar el círculo de lo que entendemos por “población”: todos los humanos vivos hoy, pero también los que vivirán mañana. También es a ellos a quienes debemos la apertura a cuestiones más amplias, como los derechos morales de los animales y otras especies vivas, más allá de los humanos.

Sin embargo, existen ciertas contradicciones en este enfoque. ¿Deberíamos pensar en el bienestar total, lo que significaría que una población humana cada vez mayor cumpliría el objetivo, a riesgo de un deterioro del bienestar individual? ¿O en el bienestar medio, que nos hace caer en la paradoja de favorecer un fuerte descenso demográfico para que cada uno de nosotros esté más cómodo en el futuro (argumento que atrae a algunos ecologistas)? Vayamos aún más lejos en la dirección de los que dicen que se niegan a tener hijos para no hacerles soportar vivir en un planeta degradado.

Imaginemos dejar de tener hijos. Nosotros, las últimas generaciones por vivir, podríamos engullir sin preocuparnos demasiado por el planeta, sabiendo que una vez liberada de esta especie invasora que es la raza humana, nuestra Tierra, nuestra Gaia, recuperará –tiene el tiempo de su parte– el poco daño que le han hecho estos vulgares ácaros que se atreven a arañar su superficie.

El director Alfonso Cuarón hizo una película destacable a partir de una novela de P.D. James: Children of men (2006). Se basa en una hipótesis similar, pues los nuevos nacimientos se detienen por alguna desgracia imprecisa que hace infértiles a las mujeres. Eso plantea la cuestión moral desde otro ángulo. ¿Nos gustaría una sociedad así? Si lo pensamos bien, gran parte de nuestro deseo de vivir como humanos hoy proviene de nuestra voluntad de permanecer en el tiempo, de construir cosas duraderas, de transmitir conocimientos. Somos seres con proyectos, aunque solo sea para burlarnos de la muerte. ¿De qué serviría escribir libros de texto, componer obras, investigar sobre el cáncer si no tenemos la idea arraigada de que va a durar, de que estamos trabajando para los demás? Si no, se produciría una depresión profunda y generalizada. Para responder a Groucho Marx, también nos interesa pensar en las generaciones futuras.

Aquí tenemos un primer aspecto de la respuesta. Pero también estamos profundamente imbuidos, aunque sea sofocada por el ajetreo de nuestras sociedades modernas, de una preocupación por la voluntad de vivir no como individuos, sino como una especie que se reproduce por la pura fuerza de la vida, en armonía con el movimiento de la naturaleza. En suma, por transcender y transcender colectivamente.

El enfoque filosófico se vuelve deontológico, en la línea de la regla de oro: “No hagas a los que vivirán mañana lo que no hubieras querido que te hicieran los que vivieron ayer”. O se trata de un contrato social extendido hacia el futuro: “Situado ficticiamente tras un velo de ignorancia, no te importa nacer en una generación o en otra. Por lo tanto, debes cuidar el lugar donde la suerte te hará caer”.

Probablemente haya algunos periodos históricos que yo evitaría, como en el siglo XIV en Europa, con la Gran Peste y la Guerra de los Cien Años. O en el siglo XVI como indio originario cuando llegaron los galeones europeos, con sus bodegas llenas de armas de fuego, libros de oraciones y bacterias, pero en el fondo me aseguraría de que el siglo XXII no fuera peor que el siglo XXI, en el que tengo la suerte y, sopesando todo, el placer de vivir hoy.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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