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El proyecto de nueva Constitución: la versión chilena de Mr. Hyde Opinión AgenciaUno

El proyecto de nueva Constitución: la versión chilena de Mr. Hyde

La identidad de este proyecto constitucional es conservadora. Es partisana. Destila una total hostilidad y desconfianza hacia lo público, el interés privado por sobre el interés general. No cambia el paradigma cultural. Lo conserva y fortalece.


Como probablemente usted recuerde, Robert Louis Stevenson publicó a fines del siglo XIX su novela corta El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. En ella, el doctor Jekyll era un científico que creaba una pócima que tenía la capacidad de separar su parte más humana de su lado más maléfico y, cada vez que la bebía, se convertía en Mr. Hyde, un repugnante criminal: “Cada día que pasaba, y en ambos lados de mi mente, el moral y el intelectual, me fui acercando más a aquella verdad: que el hombre no es uno realmente, sino dos”.

En registro de terror gótico, esta obra cuenta cómo suelen convivir el bien y el mal en una sola persona, o los aspectos positivos con los negativos, pero también cuáles son las consecuencias del predominio de estos últimos, es decir, qué ocurre cuando se impone Mr. Hyde.

Hoy, martes 7 de noviembre, en el Salón de Honor del Congreso Nacional, sede de Santiago, el Consejo Constitucional entregará la propuesta de nueva Constitución al Presidente, quien convocará al plebiscito del 17 de diciembre.

El texto de la propuesta tiene de bueno y de malo.

Tiene algo del doctor Jekyll, debido esencialmente –no se enojen los consejeros– a que se mantuvieron numerosas y bien pensadas las normas del anteproyecto diseñado por la Comisión Experta y, también, a que tres de las doce bases institucionales fundamentales que rigieron el proceso representaban verdaderos avances (las otras nueve eran, o puro statu quo, u obviedades o tonterías).

En efecto, el lado bueno del texto es el germen de un Estado social que contiene –aunque es solo eso, un germen– el reconocimiento formal de los pueblos indígenas y de la interculturalidad –aunque es solo eso, lo formal–, así como el establecimiento de ciertos mecanismos de participación ciudadana y democracia directa, la mejora del sistema de nombramiento y supervisión de los jueces y ciertas medidas para mitigar la fragmentación de fuerzas políticas en el Congreso. Poco más. Doctor Jekyll presente.

Sin embargo, Mr. Hyde se aparece, y con fuerza. El lado malo de la propuesta, en resumen y entre otros desaciertos, consiste en:

-El estancamiento del principio mayoritario, pues exige supermayorías para leyes electorales o sobre partidos políticos y mantiene el control preventivo de constitucionalidad, que convierte al Tribunal Constitucional, en los hechos, en una tercera cámara.

-La total ausencia de la perspectiva de género: no hay paridad de salida, salvo una transitoria y atenuada –para las dos elecciones parlamentarias siguientes–. Asimismo, se ordena a la ley asegurar un acceso equilibrado solo a las candidaturas de cargos de elección popular, y no se asegura la igualdad salarial entre hombres y mujeres. Solo se prohíbe la discriminación arbitraria en materia de retribución por trabajo de igual valor y con el mismo empleador.

-La reapertura de la discusión sobre el aborto en tres causales: la norma que señala que la “ley protege la vida de quien está por nacer” no solo elimina de raíz la factibilidad de una futura ley que reconozca a la mujer el derecho a decidir de forma libre, autónoma e informada sobre su propio cuerpo y la interrupción del embarazo, sino que puede interpretarse también como excluyente de la ley que aprobó el aborto en tres causales.

-Las crecientes limitaciones a las políticas públicas, la constitucionalización de los sistemas privados de salud y de previsión, así como la exclusión de mecanismos de solidaridad que implican el reconocimiento de la propiedad individual de las cotizaciones previsionales.

-A ello se suma el cercenamiento de la capacidad del Estado de imponer contenidos educacionales mínimos, la demagógica invasión del campo de la política tributaria, estableciendo constitucionalmente una regresiva exención al impuesto territorial y debilitándola, a través de la imposición de más restricciones a la capacidad del Estado de imponer tributos.

-La grave limitación a la potestad sancionadora del Estado, al exigir irracionalmente que las conductas a sancionar estén siempre “determinadas en su núcleo esencial por la ley”.

-La ampliación de las hipótesis de responsabilidad extracontractual del Estado, al establecer casos de responsabilidad por la actividad normativa del Estado, la consagración de la existencia de nuevos títulos de imputación contra del fisco (aparte de la denominada falta de servicio) y la novedosa responsabilidad por “administración de justicia defectuosa que ocasione un daño”.

Hay más, desde luego, pero lo que en mi opinión demuestra que en este texto predomina Mr. Hyde por sobre el doctor Jekyll, para seguir con la analogía, es que la propuesta constitucional no soluciona probablemente el peor problema de la Constitución vigente: el que silencie e invisibilice a una parte importante de la sociedad chilena –las mujeres, los indígenas, los migrantes, las minorías y disidencias sexuales, los trabajadores– y el que responda únicamente a una identidad, conservadora en lo político y en lo valórico.

En verdad, esta propuesta no solo no resuelve este problema, sino que lo profundiza, al no incorporar la perspectiva de género, al poner en riesgo el aborto en tres causales, al no establecer una democracia paritaria, al no reconocer directamente derechos colectivos específicos de los pueblos originarios, al insistir en los símbolos clásicos de la chilenidad –exigiendo “honrar a la patria, respetando las actividades que dan origen a la identidad de ser chileno, tales como la música, artesanía, juegos populares, deportes criollos y artes”–, al enfatizar la autoridad paterna sobre el interés de los niños y adolescentes, al limitar la capacidad del Estado de imponer contenidos educacionales mínimos, al negarse a aceptar de manera explícita los distintos tipos de familia y las distintas identidades y disidencias sexuales, al debilitar el derecho a huelga.

La identidad de este proyecto constitucional es conservadora. Es partisana. Destila una total hostilidad y desconfianza hacia lo público, el interés privado por sobre el interés general. No cambia el paradigma cultural. Lo conserva y fortalece. Hyde, en gloria y majestad. Bajo mi perspectiva, claro.

Quizá usted recuerde qué ocurrió con el buen doctor Jekyll al final de la novela: nada bueno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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