No sabemos cuánto pudo influir el “que se jodan” en la percepción de los indecisos, pero es probable que haya sido uno de los peores errores comunicacionales de la campaña del “A favor”. Olvidaron la promesa de la derecha en 2022, esa de que había que construir una Constitución que nos uniera.
Sin duda ayer no hubo ganadores, principalmente porque el país se farreó, por segunda vez, la oportunidad de escribir y aprobar un texto constitucional en democracia. Al Gobierno y el oficialismo al menos les alcanzó para respirar tranquilos, pero sin duda hubo un gran perdedor: José Antonio Kast y los republicanos. Esto, aunque también hubo dos perdedores secundarios: la dupla Rincón/Walker quedó flotando en una penosa crisis de identidad.
Partamos por el hecho de que esta vez hubo un par de encuestas que anduvieron muy cerca del resultado (Cadem y la UDD), contradiciendo a algunos dirigentes políticos que apostaron de cabeza –por suerte no el brazo, como Milei en campaña– a que la gente evaluara al Gobierno de Boric en la recta final, sacándolo al pizarrón con el tema de seguridad. Claro, aplicando la misma fórmula que usaron en el plebiscito de 2022, como si las recetas funcionaran en cualquier escenario.
No sabemos cuánto pudo influir el “que se jodan” en la percepción de los indecisos, pero es probable que haya sido uno de los peores errores comunicacionales de la campaña del “A favor”. Olvidaron la propia promesa de la derecha en 2022, esa de que había que construir una Constitución que nos uniera con amor. Tampoco sabemos cuánto pudo influir la inclusión de Michelle Bachelet en la fase final de la campaña, pero me atrevería a decir que puso su grano de arena, considerando su trayectoria y lo bien evaluada que se mantiene en las encuestas.
El contundente triunfo del “En contra” ayer, además de constituir un récord Guinness –ningún país había rechazado dos veces seguidas un proceso constitucional–, pasará a engrosar los libros de ciencias políticas y servirá de antiejemplo para otros países. Pero, por sobre todo, lo ocurrido ayer es un tremendo fracaso de nuestra clase política. Partieron convenciéndonos, en el Acuerdo del 15N de 2019, que lo que la gente estaba exigiendo en la calle –antes de que los violentos se apropiaran del 18 de octubre– era un cambio de la Constitución. Leyeron mal a los chilenos, como lo vienen haciendo hace décadas. Ni siquiera fueron capaces de escuchar las demandas de igualdad, las peticiones de fin de las colusiones o de pensiones más justas –dicho sea de paso, vamos para un tercer Gobierno que no logra sacar el proyecto adelante–.
Sin duda, en unas décadas más los analistas intentarán descifrar qué nos pasó a los chilenos en estos cuatro años de esquizofrenia, de amnesia algo delirante –desde el 18 de octubre en adelante–, que nos significó elegir dos veces a grupos completamente polares y extremos –Lista del Pueblo y Republicanos–, para rechazar dos veces las propuestas. Los que no querían cambiar la Constitución de Pinochet terminaron promoviendo una nueva; y los que querían cambiarla, defendieron la antigua. De seguro, pensarán que sufrimos un brote psicótico colectivo.
La clase política nos engañó con el acuerdo del 15N y después se vengó, dejando fuera a los independientes y pueblos originarios con posterioridad al primer fracaso constitucional, creando la figura de los “expertos” –un experimento que quedó en evidencia, al final, que era un simple cuoteo de partidos– y repartiéndose los cargos de manera desproporcionada. ¿Por qué tenían que estar ahí los Amarillos o Demócratas, siendo dos pequeños grupos sin representación ciudadana? Por lo demás, estos tendrán ahora que definir –y sincerar– qué son, porque eso de que aparecen como centro, actúan como derecha y en el plebiscito del 2022 se decían la “izquierda por el Rechazo”, es a estas alturas una falta de respeto hacia los chilenos.
Y los republicanos perdieron por todos lados. Primero, arruinaron la opción preferente que tenían José Antonio Kast y su partido de canalizar de manera inteligente el triunfo del 7 de mayo (35% de los votos), quedando unos pocos meses después sumidos en una derrota que es responsabilidad completa de ellos. En eso, ni siquiera pueden arrastrar a Chile Vamos, que decidió actuar de comparsa, de simple acompañamiento, tal vez, con el objetivo de dejarlos caer solos, como ocurrió ayer.
Porque la verdad es que la muerte de la llamada Kastitución y el fracaso de Luis Silva, Hevia y Cía., es –por sobre todo– una derrota ideológica. ¿En que momento los republicanos terminaron como un espejo de la Lista del Pueblo? Desde el día uno sufrieron el mismo mareo de la Tía Pikachu o del pelao Vade: desplegar un proyecto extremo en lo político y cultural, que después no pudieron nunca revertir en la opinión pública.
Sin duda, la candidatura de Kast para el 2025 vale hoy menos de la mitad que hace una semana. En cambio, y pese a las contradicciones y el error de involucrarse al final en la campaña, Matthei –luego de haber declarado que “no tenía tiempo”– y Chile Vamos tienen ahora la oportunidad de imponer su agenda y dejar de ser el arroz graneado de Republicanos. Paradójicamente, también es una oportunidad para la centroizquierda, porque, luego de dos fracasos rotundos de la Constitución, ha quedado demostrado que, aunque los chilenos nos demos gustitos cada cierto tiempo e incluso hayamos ido a las urnas nada más que para castigar a nuestra “casta” criolla, pareciera ser que tendemos más a valorar el centro con apellido –centroizquierda o centroderecha– que los experimentos de los extremos.
Y, para colmo, Kast y los republicanos también sufrieron una fractura mortal por el lado derecho. La salida de Rojo y otros del partido, la fuerte campaña por el “En contra” de sus exvoceros en la elección presidencial de 2021, como De la Carrera, los Kaiser o Tere Marinovic, fueron un golpe duro con fuerte daño colateral para un partido que, ayer, perdió algo más que un plebiscito.