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Falacias educativas Opinión

Falacias educativas

Mario Waissbluth
Por : Mario Waissbluth Ingeniero civil de la Universidad de Chile, doctorado en ingeniería de la Universidad de Wisconsin, fundador y miembro del Consejo Consultivo del Centro de Sistemas Públicos del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Chile y profesor del mismo Departamento.
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Nuestra convicción por el fin del lucro se basó y se sigue basando en que más de 90% de la educación escolar en países OCDE es pública y no tiene fines de lucro (¿por qué será?) y porque muchas experiencias en esos países y en Chile habían sido desastrosas.


Aclaraciones previas: la Ley de Inclusión Escolar entró en vigencia el 1 de enero de 2016 y tiene como objetivo básico disminuir la segregación por vía de eliminar el lucro, el copago y la selección académica de estudiantes. Su tramitación desde 2014 comenzó con gruesos errores de Nicolás Eyzaguirre, ministro de Educación del momento, cuando envió un proyecto desastroso al Congreso y lo matizó con declaraciones tales como “bajaremos de los patines a los estudiantes de colegios particulares subvencionados”. En ese mismo momento se quebró de facto la coalición de la Concertación, con la DC pasándose, en los hechos, a la oposición.

Declaro, por transparencia, que a Educación 2020 y a mí en lo personal nos tocó jugar un rol importante en su tramitación en medio de la chilladera, estando presentes en la sala de la Comisión de Educación del Senado a fines de 2014. Finalmente ayudamos a destrabar la discusión, gracias a nuestro acuerdo con los dirigentes de los colegios particulares subvencionados en un cafetín de Valparaíso, horas antes de la sesión.

Nuestra convicción por el fin del lucro se basó y se sigue basando en que más de 90% de la educación escolar en países OCDE es pública y no tiene fines de lucro (¿por qué será?) y porque muchas experiencias en esos países y en Chile habían sido desastrosas. No tengo nada contra el lucro en los bancos ni en las automotrices, pero en educación la posibilidad de los dueños de “recortar, descremar y enriquecerse más allá de lo normal” es muy grande, al igual que la de cerrar colegios dejando a los “clientes” plantados. Se requeriría un funcionario de la superintendencia instalado en cada escuela para controlar los abusos. Con todo, esta no era nuestra motivación central, sino el fin del copago y la selección.

El copago se daba en colegios que cobraban $20 mil mensuales, otros $40 mil, $60 mil… hasta $180 mil de aquella época. Gracias a ello, la segregada torta de la educación subvencionada era como las de milhojas. Algunos colegios reservados para los muy ricos (5.5% en particulares pagados), otros para los 3/4 ricos (particulares subvencionados de alto copago), otros para los 1/2 ricos, otros para la clase media alta, media media, media baja y, al final, los pobretones, segregados a la inversa en los establecimientos públicos y gratuitos. Esta segregación se daba, además, por razones geográficas, en equivalentes barrios muy ricos, semirricos, etc. A esto se agregaba la selección académica, desde 1º Básico hasta 4º Medio. Un verdadero apartheid escolar.

Recuerdo haberme encontrado en un cóctel con la embajadora de Suiza, quien me dijo: “Mario, estoy francamente horrorizada, pero no lo puedo decir públicamente. Esta segregación desintegra al país. En Suiza todos mandamos a nuestros hijos a la escuela pública del barrio, sin mediar selección de ningún tipo”.

En Chile, esta ley causó escozor en amplios sectores de la clase alta y media. Recuerdo que en Twitter me decían dulcemente: “Comunista de mierda, c.. de tu m…, ¿querís que junte a mis hijos con los flaites?”. La resistencia ideológica ha sido fenomenal, hasta hoy, y tiene su origen en el feroz individualismo cultural introducido  por Jaime Guzmán y los Chicago Boys. Tú te rascas con tus propias uñas, con tu propia AFP, tu isapre, tu educación lo más cara que puedas pagar, y los demás que se jodan.

Gerardo Jofré, asesor de Hernán Büchi, ministro de Hacienda de Pinochet, y posteriormente presidente de Codelco, decía en 1988 que “si existieran establecimientos subvencionados y pagados sin diferencias perceptibles en el servicio prestado, nadie se autoclasificaría seleccionando el establecimiento pagado. Para que exista la autoclasificación, debe admitirse que la educación subvencionada será de calidad inferior a la pagada”.

¿Por qué esta segregación es educativamente nefasta, y prolongadora de la inequidad nacional? Pierre Bourdieu, sociólogo francés, ya desde los años 70 definió el capital cultural como “el conjunto de recursos, objetivados o incorporados, que permiten a los agentes sociales apropiarse de los bienes simbólicos y de los bienes materiales”. El argumentó de que el capital cultural es un factor muy importante en la reproducción social, ya que permite a las familias de clase alta transmitir sus privilegios a sus hijos.

El capital cultural de las familias puede manifestarse de diversas maneras. Por ejemplo, los alumnos de clase alta tienen más probabilidades de hablar otro idioma, tener habilidades cognitivas y lingüísticas más desarrolladas (las formas y acentos del lenguaje son en Chile un signo nítido de diferenciación social), contar con el apoyo de sus padres para realizar sus tareas, contratar caros preuniversitarios, menor frecuencia de criminalidad y drogas en el barrio, etc. Estas ventajas les dan a los niños de clase alta una gran oportunidad respecto a los de clase baja, lo que contribuye a la reproducción de las desigualdades sociales y, en el caso chileno, a su virtual perpetuación. Nuestra movilidad social es bajísima.

Este impacto es tan grande que se podría hacer un experimento: tomar uno de los 100 “mejores colegios del SIMCE” o de la PSU, y compararlo con un colegio promedio de la comuna de El Bosque. El primero logra que el 80% de sus egresados quede en las mejores universidades, el otro con suerte un 20%. Mantengamos en cada colegio a sus profesores, instalaciones y currículum, pero intercambiemos a diario a sus alumnos en un bus expreso, desde 1º Básico a 4º Medio. Puedo asegurar que los alumnos de clase alta seguirían siendo los privilegiados a la hora de ingresar a la universidad. Sus profesores “de clase baja” (que no son muy diferentes entre ambos colegios, pues todos estudiaron en las mismas defectuosas escuelas de Pedagogía con bajos puntajes de ingreso) habrían podido elevar el nivel y ritmo de sus clases, habrían tenido menos conflictos, etc. El efecto “par” es poderosísimo. Dime con qué compañeros estudias y te predeciré tus resultados.

El horror de la clase alta y media frente a esta ley consistió en el temor de que sus hijas e hijos comenzaran a perder sus privilegios de reproducción de las desigualdades sociales, aunque por cierto esto no es lo que dicen en voz alta. El paroxismo de la histeria fue el nuevo proceso de selección: en la campaña presidencial de Piñera II este fue denigrado como “la tómbola”, y salían en la franja frases tales como “a la familia Gómez de La Reina la tómbola le mandó a su hijo a Lo Prado”. La verdad es que el nuevo proceso de selección es muy similar al de las escuelas de Estados Unidos y otros países. Los apoderados definen su orden de preferencias, generalmente de colegios de su barrio, y quedan admitidos en su primera o segunda preferencia en un 90% de los casos, especialmente ahora que por demografía comienzan a sobrar cupos en muchos colegios. Nada de esto afecta, desgraciadamente, a los colegios particulares pagados, lugares donde se tejen las principales redes y trenzas económicas y políticas de la elite chilena del futuro.

Falacia I: la Ley de Inclusión deterioró la calidad y no mejoró la inclusión

Un titular reciente del decano derechista de la prensa reza: “Fin de la selección y el mérito: las ideas tras la actual crisis de la educación pública”. OMG. Faaalso. Como demostraré más adelante con datos del DEMRE, los alumnos potencialmente buenos pero con menos recursos económicos, sean estos de la educación pública o particular subvencionada, hoy tienen mayores y no menores posibilidades de acceder a las universidades más selectivas. No solo por la Ley de Inclusión, sino además por el peso que tiene el ranking intraescuela en los procesos de selección, y por el programa PACE de acceso para jóvenes de bajos ingresos. Pero… dale con la mentira.

La Ley de Inclusión recién se aprobó en 2016 y la mayor parte de los estudiantes que la han vivido todavía están en educación básica o en los primeros años de media. La primera cohorte que fue admitida en 1º Básico por el nuevo sistema recién egresará de Media en 2028. Es todavía temprano para evaluarla. Aun así… partamos por la inclusión. En verdad no hay todavía muchos datos duros pero… suena difícil siquiera imaginar que, si una familia ahora no tiene que copagar, y si su hijo pasa por el sorteo computacional sin pruebas de admisión, no pueda darse que una mayor proporción asistirá a colegios de mayor nivel socioeconómico, dentro de los cuales habrá una mayor mezcla de orígenes sociales.

Carrasco y Honey (2019) publicaron un estudio con datos de la primera cohorte seleccionada por el nuevo sistema y “se observa un aumento muy leve pero estadísticamente significativo en la proporción de estudiantes vulnerables y no vulnerables que asisten a escuelas de alto desempeño”. Explican que el problema central, hasta ahora, ha sido que las familias más vulnerables todavía no han incorporado el concepto de escuelas de alto rendimiento en su determinación de prioridades, y esto exige una mayor difusión del concepto y de las bondades del sistema, contrarrestando las fake news de la derecha educacional.

Ahhhh, dirán, pero todo esto obviamente deterioró la “calidad”. (Por cierto, no fue propósito de esta ley incidir en calidad, sino disminuir la segregación). La verdad es que en algunos liceos la calidad mejoró y en otros empeoró, pero en el promedio no pasó nada en este aspecto. Los datos del DEMRE son muy significativos. Publican cada año la composición de alumnos por tipo de escuela, que integran el 20% que obtuvo los mejores puntajes en la PSU o PAES. La Ley de Inclusión entró en vigencia el 2016, y los primeros egresados de 4º Medio –no seleccionados– recién postularon en 2020. Pues bien, en 2016 el 17.7% de los mejores egresados provino de la educación pública, y el 2023 fue el 17.2%. En los subvencionados fue 46.9% y actualmente 46.1%, ahora probablemente con una composición social más mixta en su interior. No hubo grandes cambios, y habrá que esperar otros cinco años hasta que este nuevo sistema se asiente antes de extraer conclusiones definitivas, con alumnos que hayan estado más integrados desde prekínder o 1º Básico en adelante.

Falacia II: la Ley de Inclusión destruyó los Liceos Emblemáticos, comenzando por el Instituto Nacional

El caso muy particular de los emblemáticos de Santiago y Providencia, que por cierto son menos del 4% de la matrícula de Media, es que cayeron en manos de la virulenta y anárquica organización estudiantil ACES, con sus respectivos apoderados izquierdosos ultrones, más de una década antes de siquiera comenzar a discutirse la Ley de Inclusión. Es una gran lástima, pero estos ya son y serán liceos zombis, prácticamente irrescatables, y los mejores egresados de básica ya se fueron a liceos de Ñuñoa, o Bicentenarios (particulares o públicos) desde hace rato, al punto de que el Nacional ya no puede siquiera llenar todas sus vacantes. Y como demuestran los datos más arriba, los mejores egresados de Educación Básica están logrando postular a las universidades selectivas de igual manera que antes, pero por otra ruta escolar.

Conclusiones

  1. La Ley de Inclusión ha sido la política más significativa de combate a la nefasta segregación social de Chile. Esto ha causado reacciones particularmente virulentas, que persisten hasta hoy. Muchos ciudadanos de clase alta y media, aunque no lo digan así (sería feo) perciben una amenaza a los privilegios que han perpetuado el acceso de sus hijos al dinero y las redes del poder empresarial y político. Este rechazo durará al menos otra década hasta que se asiente la nueva política, y probablemente veremos nuevos embates legislativos en su contra, que ojalá fracasen. La segregación escolar es la fuente primordial de la polarización y de la descomposición del escaso capital social que nos va quedando.
  2. Todavía es muy prematuro evaluar cuantitativamente el impacto de dicha ley en su propósito de disminución de la segregación. Los efectos por ahora han sido modestos. Se requerirán al menos otras cinco a diez cohortes para extraer conclusiones definitivas.
  3. Las familias de mayor vulnerabilidad todavía desconocen el concepto mismo de colegios de calidad, y no postulan a ellos –como podrían hacerlo hoy– en cantidades suficientes. Esto además se ve confundido por la intensa propaganda de fake news contra la “tómbola”, que probablemente se volverá a repetir en la próxima elección presidencial. Urge una campaña de difusión positiva de esta ley.
  4. Hasta hoy, no hay evidencia alguna de que la Ley de Inclusión haya perjudicado la educación pública en general, ni la calidad promedio del sistema, ni la inclusión. Por el contrario, ha favorecido a los colegios particulares subvencionados, con familias que están migrando desde la educación pública ahora que no se les requiere copago.
  5. La destrucción de los Liceos Emblemáticos es real y probablemente irreversible, pero predata en más de una década a la Ley de Inclusión, y se dio por culpa de los niños ultra de la ACES que los escogieron como sus emblemáticos campos de batalla. Felizmente, los buenos postulantes a la Educación Media han estado migrando a otros buenos liceos, como los Bicentenario, los de Ñuñoa y otros, con lo cual su posibilidad de lograr buenos resultados en la PAES se ha mantenido estable, a pesar de las reiteradas huelgas del inefable Colegio de Profesores.
  6. Las mayores y verdaderas urgencias del sistema escolar son: 1) aumentar la subvención preferencial, 2) eliminar lápidas burocráticas y otros lastres de los SLEP, 3) hacer todavía más atractiva la Carrera Docente, 4) crear una nueva Carrera Directiva y mejorar las atribuciones de los Directores, 5) reforzar las desvalidas escuelas de Pedagogía, 6) difundir en las familias vulnerables los beneficios que les ofrece la Ley de Inclusión, y 7) mi inconstitucional sueño del pibe, jaja: obligar a los colegios particulares pagados a admitir una cuota de estudiantes de clase media. A estas propuestas me referiré en una próxima columna.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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