La popularidad del presidente Bukele trasciende sus fronteras. Lo cierto es que está concentrado en la gestión y viaja muy poco. A muchos nos gustaría caminar nuevamente por las calles de Santiago con la seguridad con la que hoy lo hacen los salvadoreños en su país.
Gabriela Mistral bautizó a El Salvador como “el Pulgarcito de América”. Con una superficie cercana a los 22.000 km cuadrados, similar a la Región de O’Higgins, alberga hoy a cerca de seis millones de habitantes, a los que debemos sumar cerca de 3 millones que viven en el extranjero. El éxodo se inició a raíz de la pobreza, pero se agravó por la feroz guerra civil que asoló al país en la década de los 80 del siglo pasado y que concluyó con los Acuerdos de Chapultepec, firmados a inicios de 1992.
La guerra civil enfrentó a la insurgencia que encabezó el Frente de Liberación Farabundo Martí, que agrupaba a cinco estructuras político-militares. Las causas de la guerra, al igual que las de Guatemala y Nicaragua por los mismos años, descansaban en la supervivencia, hasta entrado el siglo XX, del modelo oligarca exportador, sustentado en la gran propiedad agraria dedicada ya sea al café o a las plantaciones de frutas y azúcar, en manos de los mismos propietarios desde los tiempos de la Colonia, asociados con capital extranjero, predominantemente estadounidense.
Centroamérica fue víctima de numerosas invasiones por parte de EE.UU. que solían disolver a las FF.AA. y reemplazarlas por Guardias Nacionales, verdaderas estructuras pretorianas del gobernante de turno, cuando no ejercían el poder político directamente. La independencia de España no implicó un mayor cambio ni económico ni social y, así, emergieron sociedades profundamente escindidas y polarizadas. Ya en el siglo XX vino la Guerra Fría y la contradicción se agudizó, las insurgencias tuvieron el decidido apoyo de Fidel y Cuba en general.
Un famoso documental de la época (lo recomiendo) ilustra dicho contexto, lleva por nombre Historias prohibidas de Pulgarcito y allí se explica el contexto de una guerra que cobró más de 80 mil muertos, la migración de más de un millón de refugiados (principalmente a EE.UU.), y que proporcionalmente fue el conflicto más cruento vivido en América Latina en el siglo XX. En esos largos y violentos años la guerrilla del Farabundo creció hasta transformarse en un experimentado ejército campesino que puso por momentos en jaque al gobierno e, incluso, ya en los finales de la década de los 80, ocupó durante varios días diversos barrios de la capital, en lo que se conoce como “la ofensiva del 89”.
La guerrilla no logró tomarse San Salvador, pero convenció a todos de que era necesario abrir un proceso de diálogo-negociación que pusiera fin a la guerra. Por esos años también finalizaba la Guerra Fría, desaparecían las dictaduras del Cono Sur y en ese terreno abonado se dieron los Acuerdos de Paz de 1992, con el apoyo de la entonces Europa Occidental, del Grupo Contadora (después Grupo de Río) y de buena parte de la elite demócrata de los EE.UU.
Los Acuerdos de Paz construyeron un nuevo sistema político, donde surgieron dos fuerzas que compitieron hasta que apareció Bukele. Se trataba de la derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA) y de la transformación de la guerrilla en partido, el FMLN. Ambos se alternaron en el poder y el impulso renovador de los Acuerdos se fue evaporando, entre otras cosas por la emergencia de nuevos temas de agenda regional y nacional. Mientras tanto, el país siguió expulsando fuerza de trabajo (a estas alturas, el principal recurso de exportación de América Latina) y luego los migrantes empezaron a remesar valiosos dólares a sus familias y a la economía salvadoreña.
Los migrantes salvadoreños en California tuvieron que abrirse paso ante la presencia de otras comunidades, como los chicanos y los afros. La convivencia no fue fácil y se dio una disputa por el control territorial, especialmente en la ciudad de Los Angeles. La colonia salvadoreña se parapetó en las calles 18 y 22, y así se sentaron los orígenes de las llamadas “maras”, que llevan el nombre de su barrio de origen.
La diferencia con otras bandas es que los “mareros” se dotaron desde un principio de una férrea disciplina y de una estructura jerárquica, donde los galones y las medallas se tatuaban en el cuerpo. Con el tiempo, las autoridades estadounidenses empezaron a deportar a El Salvador a los mareros presos. De esta forma, la mara fue repatriada y empezaron a establecer su dominio territorial, que muy luego pasó a cobrar “renta” a cuanto negocio, pyme o familia quedase en su territorio, con una violencia inusitada. Las maras se expandieron hacia Guatemala y Honduras, y más tarde al sur de México. Reclutaron a miles de jóvenes y les proporcionaron una cierta identidad y, en la práctica, desalojaron al Estado de buena parte del territorio.
Pulgarcito quedó en gran medida bajo el dominio de las maras, y en su combate fracasaron los gobiernos de la derecha y de la izquierda. Hasta que llegó el presidente Bukele, quien preparó y condujo la contraofensiva estatal. Esto es más conocido, en pocos días, al poner en marcha el plan, las fuerzas militares y policiales detuvieron a miles de mareros y los concentraron en rigurosas prisiones. El golpe fue contundente, bien planificado, las fuerzas del Estado sabían dónde buscar, y barrio por barrio, mientras el Ejército anillaba el sector, la policía iba casa por casa deteniendo a los mareros. A estas alturas, más de 70 mil detenidos, de los cuales 7 mil han sido puestos en libertad por falta de mérito. El Estado de Excepción dictado permitió el despliegue del plan y de allí se explica la popularidad del gobernante, que recientemente permitió su reelección y el control abrumador de la Asamblea Legislativa. Digamos que a la voluntad disuasiva se unió la capacidad disuasiva.
La mayoría de los analistas coinciden en que los dos problemas más importantes de América Latina son la grave situación de seguridad imperante y la necesidad de reactivar la economía. De momento el gobierno salvadoreño logró neutralizar la amenaza de la violencia y de las bandas. ¿Qué pasa con la economía?
El Salvador es un país pequeño, su crecimiento promedio del PIB se calcula en un 1.98 en lo que va del siglo. En dólares, alrededor de 34 mil millones. Ojo, las remesas procedentes de los migrantes se estiman en cerca de 8 mil millones. Es decir, poco más del 20%. Hoy se caracteriza por ser una economía de servicios, luego de las remesas, el principal ingreso lo proporciona el turismo. Curiosamente, se trata mayoritariamente de lo que los salvadoreños llaman “parientes lejanos”, que no son otros que los migrantes que viajan desde USA, Canadá, Australia, a visitar a su patria de origen y a sus familias, para luego regresar a su otra patria. El Salvador es un país dolarizado donde todo se transa en verdes billetes con un cambio estable. El gobierno intentó aplicar el bitcoin como moneda, con poco éxito, pero no hay problema, porque las remesas generan un circulante amplio y generoso.
No todo es represión y cárcel, también se despliegan iniciativas de integración social, especialmente dedicadas a niños y adolescentes, como el programa CUBO, que a la fecha ha logrado instalar centros de convivencia y capacitación en lugares donde hace poco mandaba la 18 o la 22. Hoy se puede transitar por las calles de la capital y sus localidades aledañas sin sobresaltos, pasean las familias y el baile se apoderó de los parques. En el centro cívico desapareció el comercio ambulante y destaca una gran biblioteca donada por China, a la cual acuden familias enteras. A diferencia de unos meses atrás, ya no se ven pelotones de militares, y el orden está a cargo de policías municipales. Vuelven los espectáculos masivos, hace poco jugó Messi en el estadio Cuscatlán y días más tarde Luis Miguel arrasó con sus conciertos.
La población salvadoreña es más chica que la de Buenos Aires, es casi la mitad de Lima. No se requiere de un gran volumen de capital para reanimarla; si el gobierno lo logra en estos años, habrá dado respuesta a los dos grandes desafíos que tiene toda América Latina.
La popularidad del presidente Bukele es innegable. En las recientes elecciones su partido, Nuevas Ideas, obtuvo 54 diputados de 60. Esta vez el FMLN quedó sin parlamentarios. Arena obtuvo 2. A nivel presidencial, Bukele obtuvo arriba del 80% de los votos válidos.
La oposición se queja. Que la reelección es anticonstitucional, gran debate jurídico, pero es innegable el gran apoyo que tiene el gobierno. Algunos medios denuncian presiones, el principal medio digital, El Faro, trasladó sus oficinas a Costa Rica. La gran pregunta es, dada la gran mayoría que el oficialismo tiene en el Congreso y obviamente en el Ejecutivo, cómo se garantizará el equilibrio de frenos y contrapesos de todo sistema republicano. El tiempo lo dilucidará.
Lo que sí es cierto es que la popularidad del presidente Bukele trasciende sus fronteras, y en muchos países goza de una amplia aceptación, Chile incluido. Días antes de mi visita, había estado el alcalde Carter y, posteriormente, llegaron importantes funcionarios del actual gobierno. Lo cierto es que el presidente Bukele está concentrado en la gestión y viaja muy poco, dejando en gran medida la representación internacional a su vicepresidente, Félix Ulloa, destacado jurista y militante desde su juventud en las filas de la socialdemocracia. Ulloa, junto a Guillermo Manuel Ungo, Rubén Zamora, Héctor Dada, Víctor Valle, y muchos otros trabajaron en su tiempo denodadamente por una solución político-negociada a la guerra. Al igual que muchos sacerdotes, como monseñor Óscar Arnulfo Romero, y el rector de la UCA, Ignacio Ellacuría. Estos últimos, asesinados por escuadrones de la muerte en los sangrientos años de la guerra.
Una vez más, el Pulgarcito de América concentra la atención del continente, Chile tiene lazos históricos con él, al igual que con la mayoría de los países centroamericanos, centenares de profesionales se formaron en nuestro país, no solo en las universidades, también cooperamos a la organización de sus FF.AA. y Carabineros recibe hasta la fecha a estudiantes becados. Por El Salvador pasó Carlos Ibáñez y el general Forch, Centroamérica es quizás la región de nuestro continente donde la admiración por Chile es transversal.
Sería altamente recomendable retribuir ese cariño y a muchos nos gustaría caminar nuevamente por las calles de Santiago con la seguridad con la que hoy lo hacen los salvadoreños en su país.