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Crítica de la Razón Artificial Opinión @javiermilei

Crítica de la Razón Artificial

Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).
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Si dejamos que el dataísmo –esa nueva religión de la información de Elon Musk y otros magnates– se apropie de la interpretación de lo real, nos ocurrirá lo mismo que le pasó a Milei, cuando quiso mostrar su poder napoleónico y solo exhibió su arrogante incompetencia.


La escena trascurre mientras Javier Milei postea en X sus constantes mensajes crípticos, sus amenazas a la oposición y sus anuncios de recortes de presupuesto, festejados como goles de campeonato. En medio de todo ello publica un meme, realizado con inteligencia artificial (IA), que lo personifica como Napoleón. Envuelto en el uniforme del gran emperador, lo difunde desde su cuenta personal.

La gráfica es clara y se reconoce tanto la pintura original como su adaptación a las facciones características del presidente argentino. El problema está en lo que representa. La fuente del meme es un cuadro real: “Napoleón abdicando en Fontainebleau”, óleo de Paul Delaroche de 1846, y que muestra a Bonaparte en 1814, luego de renunciar al poder y disponerse a partir exiliado a la isla de Elba. La idea de poder y esplendor napoleónico que Milei quiso instalar se desvaneció de inmediato, porque la audiencia empezó a interpretar su posteo como un posible anuncio de renuncia.

Cuando la imponente capacidad de la inteligencia artificial se une a la ignorancia humana acontecen este tipo de situaciones. No basta con incorporar tecnología a los procesos productivos o a la gestión pública. La inteligencia artificial no suple ni la estupidez profesional ni la incompetencia cultural. El algoritmo no falla, pero el efecto de su obra será siempre un resultado que está limitado por la interpretación que hagamos de él, para bien o para mal. El Big Data, en cierta forma, es un Big Brother perfecto, pero, sin un lector avezado, la mejor de las fuentes de información se transforma en criptobasura.

La masificación de las aplicaciones de IA nos está fascinando, y con justificada razón. Tal vez lo más deslumbrante es que los datos del comportamiento de los usuarios permiten realizar predicciones certeras a través de patrones observados y secuenciados. Pero en realidad, más allá de los números y las secuencias, estamos ante un nuevo tipo de Oráculo de Delfos. En ambos casos se trata de pronósticos altamente fiables, pero si no se logra descifrar sus aportes, lo único que se genera es confusión y desquicio.

Los vaticinios del Oráculo de Delfos eran vagos y llenos de dobles significados: “Nada en demasía” o “conócete a ti mismo” eran sentencias que nos podían llevar a las más diversas conclusiones. Lo que nos propone ChatGPT puede parecernos más claro, pero no por ello deja de estar librado a la capacidad de entendimiento humano. El conflicto de interpretaciones, como lo llamaría Paul Ricoeur, no se supera por vía artificial, solo se administra de modo diferente. La conexión entre el texto o la imagen y su significación social siempre permanecerá en un campo que reclama la interpretación situada de la razón.

Por eso, la formación humanista no se verá superada ni desmerecida frente a la emergencia de esta nueva forma de inteligencia. Ya Pascal lo advirtió en el siglo XVII, cuando sentenció: “Los matemáticos quieren tratar los asuntos de la percepción matemáticamente y, con ello, se ridiculizan a sí mismos”. Porque lo que nos hace humanos no es el dato a secas, ni el cuánto, en tanto número, sino el sentido de lo que cuantificamos y predecimos.

Educar en tiempos de inteligencia artificial, Big Data y distopías ligadas al internet de las cosas exige el refuerzo decidido de las ciencias sociales, las humanidades, las artes y las pedagogías. Son estas las disciplinas que no tienen reemplazo cuando la nueva tecnología resuelve el problema de la provisión analítica de la información. Es en ese momento cuando empieza un dilema que no puede ser programable o simulable. Es el instante de la sensibilidad, de la valoración moral, de la ponderación estética, de la sanción política, del reconocimiento recíproco.

A pesar del ciberfetichismo imperante hoy, se necesita más que nunca incrementar la formación en literatura, historia, ciencias políticas o comunicaciones. Pero, sobre todo, motivar vocaciones pedagógicas que impulsen a niños y niñas a pensar creativamente, para desplegar todas sus habilidades de pensamiento crítico y autónomo. Se requiere una educación basada en estrategias interdisciplinarias, que con la ayuda del arte explore las consecuencias éticas de la investigación en biología molecular.

Si dejamos que el dataísmo –esa nueva religión de la información de Elon Musk y otros magnates– se apropie de la interpretación de lo real, nos ocurrirá lo mismo que le pasó a Milei, cuando quiso mostrar su poder napoleónico y solo exhibió su arrogante incompetencia. El tiempo que abre este nuevo futuro será situacional, embebido e involucrado, y por eso la razón artificial no alcanza para conservar la cordura.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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