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Semiótica criminal: el lenguaje oculto del crimen organizado Opinión Captura de pantalla

Semiótica criminal: el lenguaje oculto del crimen organizado

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Pablo Zeballos
Por : Pablo Zeballos Experto en crimen organizado, consultor internacional en materias de seguridad, autor del libro "Un virus entre sombras" (Catalonia, 2024).
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Una figura puede indicar si el mensaje proviene de su cúpula dominante, otra puede describir un tipo de droga o acción a ejecutar e, incluso, puede ser una advertencia o una orden que, a su vez, se puede transformar en violencia en las calles o en las cárceles.


La delincuencia y la criminalidad organizada son fenómenos complejos y multifactoriales, que implican lógicas de dinamismo e imbricaciones de estructuras y organizaciones criminales que emergen, mutan y se adaptan. Esto no solo dificulta su comprensión, sino también la aplicación de medidas adecuadas para contrarrestarlas, algo que va más allá de la detención de miembros de organizaciones delictivas o de crimen organizado, especialmente si consideramos la centralidad que hoy tienen los recintos penitenciarios en el potenciamiento de este fenómeno.

Todo ello se vuelve aún más difícil en países como Chile, que no estaban acostumbrados a enfrentar delincuencia organizada o la mutación generalizada de su delincuencia tradicional.

En este nuevo contexto, un factor predominante es la diversidad de mensajes criminales característicos de una contracultura en expansión, en los que símbolos, imágenes, lenguaje, códigos e incluso la música pueden jugar un papel fundamental en su reproducción y crecimiento, pero no se trata solo de factores identitarios, sino que también pueden ser estudiados como mensajes que revelan dimensiones de pertenencia, cambios en las lógicas de control territorial, sometimiento o desafío.

Así, la comprensión de esta semiótica criminal es un espacio poco estudiado y un desafío para entender la nueva criminalidad que emerge en América Latina y también en Chile. Por ejemplo, en el caso de las tendencias musicales, permite diferenciar entre la descripción de una realidad y la apología a la delincuencia.

La cultura delictual chilena tradicionalmente ha tenido una especie de código de conducta, pero nos encontramos en una etapa de transformación criminal, que pese a ser más evidente en la actualidad, lleva años de gestación y desarrollo. En este proceso de mutación operan tanto factores internos como la resignificación de los espacios carcelarios, la asociatividad, la penetración masiva del narcotráfico (que ha modificado la hegemonía tradicional que tenían los ladrones en la cultura delictual chilena) y también los cambios en la sociedad chilena, producto de los procesos de modernización capitalista ocurridos en los últimos 40 años.

Entre los factores externos, el más importante probablemente es el contacto e interacción con la criminalidad extranjera, que tiene una cultura criminal y un “modelo de negocio” distinto. Todo ello se ha potenciado con la introducción masiva de las tecnologías de información y comunicaciones, particularmente los teléfonos celulares, que se han convertido en un instrumento no solo para la coordinación y la comisión de delitos, sino también en la principal herramienta para la circulación de imágenes y mensajes de esta cultura delictual emergente. Esta cultura ya no cultiva el secreto y el “bajo perfil”, sino la circulación de mensajes e imágenes mediante la exhibición y la sobreexposición, algo a lo que me refiero en mi libro Un virus entre sombras.

En este último punto, sobre la exhibición y la circulación de imágenes, también tiene mucho que decir la Criminalidad Transnacional Emergente (CTE), ya que esta semiótica criminal es parte de su cultura. Esto es muy característico de las asociaciones en pandillas que utilizan imágenes, símbolos y colores propios de cada agrupación. Por ejemplo, la pandilla dominicana de Los Trinitarios usa el machete y el color verde como parte de su simbología; mientras que los Latin Kings utilizan una corona de cinco puntas; la pandilla ecuatoriana de Los Lobos, el mismo animal que les da nombre; y la pandilla ecuatoriana de Los Tiguerones, un tigre con una boina (como en la imagen principal), etc.

El complejo criminal conocido como Tren de Aragua, a su vez, utiliza estados de WhatsApp para enviar mensajes repletos de emojis, esas pequeñas imágenes o iconos digitales que representan una emoción, un objeto, una idea, etcétera. y que a primera vista pueden parecer burdos y de principiantes, para eesa organización criminal en realidad son asuntos clave. Por ejemplo, una figura puede indicar si el mensaje proviene de su cúpula dominante, otra puede describir un tipo de droga o acción a ejecutar e, incluso, puede ser una advertencia o una orden que, a su vez, se puede transformar en violencia en las calles o en las cárceles.

También las acciones que ejecutan estructuras criminales también pueden ser entendidas como parte de esta semiotica, dependiendo de sus contexto, especialmente aquellas que involucran un abierto mensaje de desafío o intimidación. Por ello, el motín del pasado 6 de junio en el recién inaugurado Recinto Especial Penitenciario de Alta Seguridad (Repas) no solo debería estudiarse desde la perspectiva práctica del procedimiento o las lógicas penitenciarias, sino también desde el mensaje que sus organizadores querían enviar a su propia estructura o a otras organizaciones criminales.

El uso y exhibición de simbología, rituales, mensajes e incluso un lenguaje propio es un fenómeno muy marcado en la criminalidad extranjera transnacional, lo que le confiere una dimensión comunicacional en sus procesos identitarios. Sin embargo, es previsible que esta dimensión también trastocará las formas de la cultura delictual chilena, producto de la internacionalización del fenómeno, la interacción carcelaria y la contaminación criminógena. 

La investigadora chilena Ainhoa Vásquez Mejías, en su interesante libro Narcocultura. Masculinidad precaria, violencia y espectáculo, rastrea esta dimensión comunicacional de difusión de las actividades criminales y la exhibición de la violencia y rituales narcos, al año 2010 en México.

La irrupción en nuestro país de fenómenos como el lanzamiento de fuegos artificiales o los llamados “narcofunerales” puede entenderse como un fenómeno imitativo de los grupos dedicados al narcotráfico en Chile. Aunque la denominación puede llevar a equívocos, velorios y funerales donde se exhiben o exaltan armas, así como los rituales y la cultura delictual, son extensivos a distintos rubros de asociatividad marginal y delincuencial, y no exclusivos de grupos narcos.

De esta forma, se ha comenzado a hacer costumbre la exhibición de poder armado, los fuegos artificiales y la producción de una gráfica asociada, mediante carteles y pancartas que rinden culto al fallecido en actividades criminales o peleas carcelarias. Paralelamente, ha proliferado la existencia de narcomausoleos en plazas y lugares públicos, así como murales encargados a grafiteros profesionales. Muchos de estos rituales se desarrollan de manera paralela a actividades en recintos carcelarios.

Avanzar en la comprensión de la semiótica criminal, tanto en las cárceles como en el medio libre (que en la práctica son realidades simbióticas), puede servir para entender los movimientos futuros de la compleja criminalidad actual, tomar prevenciones y avanzar en políticas públicas preventivas que promuevan la integración social.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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