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El crimen organizado y la forma en que recluta niños y adolescentes Opinión Diego Martin/AgenciaUno

El crimen organizado y la forma en que recluta niños y adolescentes

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Pablo Zeballos
Por : Pablo Zeballos Experto en crimen organizado, consultor internacional en materias de seguridad, autor del libro "Un virus entre sombras" (Catalonia, 2024).
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Las estructuras de crimen organizado, emergentes o consolidadas, pueden acceder a jóvenes mediante múltiples formas, que van desde el “apadrinamiento” de estructuras juveniles conocidas como “capítulos” y, también, por medio de la formación de cuadros propios o una mezcla de ambas.


Una de las características más importantes y distintivas del crimen organizado, especialmente aquel con manifestaciones o vocación transnacional, es su intención de perpetuarse en un territorio. Esto es particularmente cierto en aquellos lugares donde la rentabilidad y las ganancias de los mercados ilícitos diversificados le permiten mantener una eficiente cadena de valor, fomentando un verdadero ecosistema criminal.

Para lograr esto, las estructuras del crimen organizado generan las alianzas corruptivas necesarias que les permiten mantener su posición. De ese modo, parasitan el tejido social, superponiéndose, subordinando o exterminando a quienes se interpongan en su objetivo. Esto incluye a otras estructuras criminales, funcionarios públicos, periodistas o valientes dirigentes sociales.

La proyección en el tiempo del crimen organizado debería ser de gran preocupación y observación en países que no estaban acostumbrados a enfrentar esta amenaza o que llevaban años minimizándola. Esta situación se agrava en contextos de crisis de gobernabilidad, seguridad o credibilidad de sus instituciones, a menudo fomentada por disputas ideológicas, planteamientos condescendientes o un mal diagnóstico.

Así, las estructuras del crimen organizado, ya sean emergentes o consolidadas, siempre buscarán el ingreso temprano de niños o jóvenes al circuito criminal de la organización, a fin de perpetuar la existencia de la misma. Esto puede ocurrir a través de la influencia de la actividad ilícita en un mundo caracterizado por una contracultura de apología y pertenencia delictiva en expansión, o mediante el reclutamiento forzoso, dependiendo de las condiciones.

Quizás sea el momento de entender, desde la teoría de los incentivos, qué espacios está cubriendo o puede cubrir el influjo del crimen organizado en la infancia y la adolescencia. Esto debe analizarse no solo desde la perspectiva económica, sino también desde la social, incluyendo factores como el prestigio, el reconocimiento, el sentido de pertenencia e incluso los incentivos de protección que ofrecen estas estructuras, superando otras realidades delictivas menores. Sin duda, este debería ser un apasionante debate y desafío para el mundo académico.

El ingreso de niños y adolescentes a estructuras del crimen organizado, y no solo a la delincuencia común, probablemente se está convirtiendo en otra de las características transversales más complejas y lamentables de la nueva criminalidad organizada que vemos emerger. Esta nueva fase ha sido definida por el periodista estadounidense Douglas Farah como “La cuarta ola” del crimen organizado.

Lamentablemente, nuestro país mantiene condiciones propicias para ello, debido a la suma de múltiples factores condicionantes, como el aumento sostenido de la deserción y desvinculación del sistema escolar, la existencia de sectores urbanos marginados, con carencia de servicios públicos y asentamientos precarios, y la ausencia de zonas de recreación y deporte, o que estas sean controladas por estructuras delictuales, entre otros.

A estos factores se suman otros relativamente nuevos, como los efectos complejos de las últimas oleadas de migración, donde algunos extranjeros o hijos de migrantes nacidos en Chile comparten la percepción de un entorno hostil y diferente, lo que los “obliga” a agruparse para protegerse, incluso mediante la violencia, estableciendo vínculos originales de territorialidad que les brindan una identidad propia surgida de sentirse marginados.

Este tipo de asociatividad identitaria ha generado en otros países el surgimiento de pandillas juveniles o protopandillas integradas por niños. Estas pueden avanzar desde las incivilidades hacia delitos graves, ya sea de forma autónoma o mediante contratos específicos proporcionados por grupos de crimen organizado, que se aprovechan de la corta edad de algunos integrantes para lograr la inimputabilidad de ciertos delitos.

Modalidades como el “flash rob” o “turbazos” en Chile, así como otros robos, sicariato, la instalación de redes de tráfico de drogas en algunas escuelas o el control de prostitución de menores de edad pueden deberse a ello. Las estructuras de crimen organizado, emergentes o consolidadas, pueden acceder a jóvenes mediante múltiples formas, que van desde el “apadrinamiento” de estructuras juveniles conocidas como “capítulos” y, también, por medio de la formación de cuadros propios o una mezcla de ambas.

De esta realidad, esencialmente nacida de las calles, surgirá una mayor complejidad. A medida que el fenómeno avance, repercutirá en los Centros de Internación Provisoria (CIP) administrados por Sename y con el concurso de Gendarmería, donde los menores de edad conviven con adultos condenados por delitos cometidos cuando eran menores.

Siguiendo la tendencia lógica de los efectos de la migración, al igual como ha sucedido en nuestras cárceles (para adultos), a los CIP también ingresarán jóvenes migrantes o hijos de migrantes que, en muchos casos, mantienen un componente común: no se sienten parte de la sociedad que los acogió ni de aquella de la cual provienen sus padres, que en muchos casos no conocen o no recuerdan. Esto genera una asociatividad identitaria basada en la marginalidad y la no pertenencia, marcada por una cultura de la violencia, un verdadero ethos guerrero, potenciado por redes sociales que legitiman comportamientos violentos.

Conversando sobre estos temas con una distinguida profesional de Gendarmería, desde su perspectiva y experiencia opinaba que, debido a que las personas son construcciones sociales, “el ser o no ser delincuente no es solo responsabilidad del individuo. Hay una gran parte de la sociedad que construimos que es responsable de ello y que deja al sujeto a su suerte, marginado y reproduciendo aún más delincuencia, cada vez más sofisticada. Quizás la sociedad y sus instituciones son las que también requieren urgentemente clases sobre reinserción, no solo laboral, sino social”.

El reclutamiento temprano de niños y adolescentes al crimen organizado es la semilla que puede hacer germinar un ecosistema criminal. Por ello, del mismo modo e ímpetu con que hemos avanzado en fomentar diversos enfoques y perspectivas en nuestra juventud, debemos hacerlo explicando los riesgos de la delincuencia y el influjo del crimen organizado, propiciando la convivencia en sociedad, el respeto por nuestras normas, pero también entregando las herramientas y oportunidades.

Probablemente, si internáramos al paciente Chile en algún servicio de urgencias, encontraríamos que, en el triage, nuestro sistema penitenciario y el reclutamiento temprano al crimen organizado deberían estar anotados con sendas letras rojas.

Se trata de un tema fundamental, a tal punto que hace poco publiqué un libro que dediqué a los hombres y mujeres que luchan diariamente contra el crimen organizado en lo que defino como el “campo de batalla” de aquellas personas: las aulas de las escuelas ubicadas en las zonas donde campean el miedo y la impunidad. Desde aquí, modestamente, les reitero mi homenaje y admiración. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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