Si queremos un Chile más justo, debemos reconocer que el esfuerzo individual no es suficiente. Necesitamos un compromiso colectivo, tanto para derribar las barreras que limitan las oportunidades de muchos como para construir un país donde la movilidad social sea una realidad accesible para todos.
La movilidad social en Chile, aunque celebrada en los discursos oficiales, enfrenta obstáculos y aún está lejos de ser una realidad accesible para todas las personas. El reciente estudio realizado por el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) revela un panorama complejo y, a menudo, desalentador. A través de más de 300 entrevistas, se exponen las trayectorias de personas que han logrado transitar en la escala socioeconómica, superando desafíos que van desde la discriminación estructural hasta la precariedad económica.
Uno de los puntos más inquietantes que surge del estudio es la percepción de la meritocracia. En teoría, la movilidad social debería estar al alcance de quienes se esfuerzan y trabajan duro. Sin embargo, los relatos recogidos muestran que el famoso “pituto” sigue siendo un factor determinante en el ascenso social. La meritocracia, tan defendida por algunos, se revela como un espejismo cuando el acceso a oportunidades está mediado por redes de contactos y privilegios heredados.
Esta realidad se hace aún más palpable si se analiza la situación de las élites en Chile. Los entrevistados coinciden en que estos círculos son cerrados y homogéneos, en los que el origen pesa más que el mérito para ingresar. La movilidad social, en este contexto, no solo se ve obstaculizada por la falta de recursos económicos, sino también por barreras simbólicas que refuerzan la exclusión y perpetúan las desigualdades.
Otro aspecto que resalta en las historias de movilidad es la dimensión territorial. Para muchas personas que han experimentado movilidad social ascendente, el cambiar de barrio o de ciudad suele representar una mejora en su calidad de vida. Aunque persisten desafíos como la inseguridad o las desigualdades regionales, estos son generalmente más evidentes antes del trayecto de movilidad. Al establecerse en un nuevo entorno, se observan mejoras en el acceso a servicios básicos y en la seguridad, lo que contrasta con las dificultades vividas en su situación anterior.
La educación, vista como un gran vehículo de equidad social, tampoco escapa a este análisis crítico. Aunque muchos entrevistados reconocen su importancia en sus trayectorias, también advierten sobre su creciente elitización. Los liceos emblemáticos, antaño símbolos de movilidad social, están en crisis, y las universidades siguen siendo bastiones de las élites, excluyendo a quienes no tuvieron la suerte de acceder a una educación básica y media de calidad.
Ante este panorama, es urgente replantear las políticas públicas que deberían facilitar la movilidad social. No basta con celebrar las historias de éxito aisladas; es necesario construir un sistema que realmente premie el mérito y brinde oportunidades de manera socialmente transversal y no perpetúe las desigualdades de origen. Esto implica, entre otras cosas, fortalecer la educación pública, garantizar el acceso equitativo a oportunidades y desmontar las barreras simbólicas que siguen excluyendo a tantos chilenos y chilenas.
La movilidad social en Chile sigue siendo un desafío mayor. La meritocracia, del modo individualizado en que es concebida, hoy es insuficiente para enfrentar las profundas desigualdades que caracterizan a nuestra sociedad. Si queremos un Chile más justo, debemos reconocer que el esfuerzo individual no es suficiente. Necesitamos un compromiso colectivo, tanto para derribar las barreras que limitan las oportunidades de muchos como para construir un país donde la movilidad social sea una realidad accesible para todos.
El estudio del COES también nos recuerda que la movilidad social no es un proceso lineal ni garantizado. Las trayectorias de éxito están profundamente influenciadas por el contexto histórico y las condiciones estructurales del país. La dictadura, el retorno a la democracia y las crisis económicas han dejado cicatrices que aún se reflejan en las oportunidades y limitaciones que enfrentan las nuevas generaciones.
Es precisamente para evitar que el contexto actual se convierta en una nueva etapa perdida, que los actores del sistema educativo y económico deben promover un entendimiento de la movilidad como un fenómeno social que debe ser universal y alcanzable por todas y todos. Esto hará de Chile una sociedad más justa y democrática, en la que los individuos se verán interpelados a proyectar su porvenir.
*Esta columna fue coescrita por los autores indicados al inicio, junto a Denisse Sepúlveda, Carlos Palma y Paula Millán, todos docentes de distintas universidades y miembros del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).