La verdadera universidad es un espacio de libertad intelectual y de diálogo abierto entre diversas disciplinas y perspectivas.
El reciente debate sobre el alto sueldo otorgado a una persona sin credenciales académicas tradicionales en una universidad privada ha puesto sobre la mesa una cuestión fundamental: ¿cuál es la naturaleza y propósito de una universidad?
Contrario a lo que algunos argumentan, una universidad no puede regirse simplemente por las leyes del mercado o responder a intereses políticos particulares. La esencia misma de la institución universitaria trasciende estos criterios limitados y mercantilistas.
La universidad es, ante todo, una comunidad de estudiosos dedicada a la constante búsqueda de la(s) verdad(es) a través de la investigación, la enseñanza y el servicio a la sociedad. Su misión fundamental es contribuir al progreso del conocimiento humano y al desarrollo integral de las personas y las culturas.
Es crucial recuperar una comprensión más amplia y rica de lo que constituye la “ciencia” y el conocimiento. Debemos reconocer como científica toda actividad mediante la cual el ser humano busca conocer, describir y explicar sistemáticamente el mundo que le rodea, más allá de su rentabilidad inmediata o posibilidad de comprobación experimental.
En este sentido, las humanidades, lejos de ser un lujo prescindible, son fundamentales para proporcionar una visión más integral de la realidad y liberar la conciencia de una concepción reduccionista del ser humano como mero homo œconomicus. Su presencia en la universidad es esencial para comprender y cuestionar los sistemas conceptuales que han moldeado nuestra sociedad.
La verdadera universidad es un espacio de libertad intelectual y de diálogo abierto entre diversas disciplinas y perspectivas. Es un lugar donde se cultiva el pensamiento riguroso y se promueve la creatividad para abordar los complejos desafíos de nuestro tiempo.
Por esta razón, precisamente, la contratación de personal académico debe guiarse por criterios de excelencia y compromiso con esta misión, no por favores políticos o consideraciones ajenas al ámbito académico.
Además, la universidad tiene un papel crucial en la formación ética y cívica de los futuros profesionales. Debe promover valores como la justicia social, la solidaridad y la responsabilidad hacia el bien común. La educación universitaria no puede limitarse a la capacitación técnica, sino que debe aspirar a formar personas íntegras, capaces de contribuir positivamente a la sociedad en todas sus dimensiones.
Todo esto hace más evidente el escándalo que genera una universidad que asume criterios de mercado, de amiguismo o que se vuelve pagadora de favores, políticos o de cualquier naturaleza.
Debemos reafirmar la naturaleza única de la universidad como un espacio dedicado a la búsqueda desinteresada de la verdad y al servicio del desarrollo humano en todas sus dimensiones. Permitir que criterios meramente económicos o intereses particulares dicten su funcionamiento, como en el caso de salarios exorbitantes, injustificados académicamente, es traicionar su esencia y su invaluable función social.
Es hora de que la sociedad en su conjunto reivindique y defienda esta concepción elevada de la universidad, vital para el progreso y el bienestar de todos.