
El sodio, otra oportunidad para Chile
Chile tiene las condiciones, tiene la experiencia, tiene el recurso. Lo que ahora se requiere es la voluntad, porque el futuro no cae del cielo. Se construye.
Leímos recientemente una noticia que llega desde China, que estimuló nuestra curiosidad y permanente ánimo de imaginar (y desear) lo mejor para la economía chilena y su crecimiento. De pasada, repitamos que sin crecimiento no hay políticas sociales que se sostengan.
¿Cuál fue la noticia leída? Resumidamente fue acerca de la empresa china CATL, líder mundial en fabricación de baterías, que presentó su nueva batería de iones de sodio, Naxtra, que asegura competir con el litio por su menor costo, mayor seguridad y buen desempeño en condiciones extremas. Con autonomías que podrían llegar hasta los 500 km en vehículos eléctricos, con solo 5 minutos de carga, la batería ya está lista para su comercialización.
La empresa afirma que los iones de sodio podrían eventualmente ocupar la mitad de la participación de mercado que actualmente está dominada por baterías de litio. El anuncio, realizado en el Día Tecnológico en Shanghái, provocó una caída en las acciones de SQM, reflejando el impacto potencial de esta innovación en el mercado global del litio.
Hay momentos en que un país tiene que elegir si quiere seguir siendo espectador de los avances tecnológicos y económicos del mundo o si decide escribir su propia página. El litio fue una oportunidad y aún lo es. Pero hemos tardado demasiado en pasar de exportadores de salmuera a protagonistas de una nueva industria. Hoy, mientras se sigue discutiendo y cuestionando el modelo para el litio, aparece otro elemento en el horizonte: el sodio.
El común sodio, ese que asociamos con la sal de mesa, pero que hoy se perfila como el componente clave de una nueva generación de baterías. Más barato, más abundante y más seguro que el litio. Ideal para almacenar energía, para consolidar el acceso a tecnologías limpias, para reconfigurar la producción mundial de materias primas esenciales en la batalla por un ambiente más limpio. China es el principal productor de sodio, junto a Rusia, India y Francia. ¿Y Chile?
Chile no produce sodio metálico, pero tiene todo para entrar en esta carrera. Cuenta con sales de sodio en sus salares del norte, tiene experiencia en procesos químicos para extraerlo de manera menos costosa de esas sales, sabe de minería no metálica. Tiene universidades, ingenieros, técnicos, y una historia de saber hacer las cosas bien cuando se alinean el Estado, la empresa y las comunidades.
Lo vimos hace poco con el acuerdo entre Codelco y SQM, una señal clara de que la colaboración público-privada no solo es posible, sino deseable. Ese acuerdo no resolvió todos los debates –como es natural en democracia–, pero marcó un camino: el Estado no como mero regulador ni como operador único, sino como socio estratégico, que asegura soberanía, produce valor agregado y construye futuro junto al sector privado. Algo que puede ser mayor bienestar para todos, gracias a la presencia del Estado en ese futuro.
Esa misma lógica debe aplicarse ahora al sodio. No porque debamos repetir todo lo hecho en el litio, sino porque esta vez podemos actuar más temprano. Podemos pensar una política nacional de almacenamiento de energía que incluya baterías de sodio. Podemos facilitar la inversión en plantas piloto (reduciendo la lentocracia en los permisos ambientales), fomentar la investigación aplicada. Podemos, por primera vez, anticiparnos al mercado en lugar de llegar tarde a regularlo.
El mundo está buscando fuentes más sustentables y accesibles de energía. Las baterías de sodio no vienen a reemplazar el litio, sino a complementarlo, a abrir nuevas rutas, especialmente en transporte de corto alcance y almacenamiento de energías renovables. Si Chile se mueve a tiempo, puede ser más que un proveedor de materia prima. Puede ser un actor con voz propia, con tecnología, con más empleos dignos y con mayor solidez económica.
Pero para eso se requiere decisión política. Se necesita un Estado activo, con visión de largo plazo, que entienda que desarrollo no es sinónimo de puro extractivismo. Se necesita un sector privado dispuesto a innovar y a compartir riesgos, con creciente visión social. Se necesita instalar un clima de confianza entre el mundo público, la ciencia y la industria. Y se necesita una ciudadanía y políticos que empujen, como partes de este nuevo desafío.
Chile tiene las condiciones, tiene la experiencia, tiene el recurso. Lo que ahora se requiere es la voluntad, porque el futuro no cae del cielo. Se construye.
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