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León XIV: ¿avanza o retrocede la Iglesia católica? Opinión EFE

León XIV: ¿avanza o retrocede la Iglesia católica?

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Jorge Costadoat Carrasco
Por : Jorge Costadoat Carrasco Sacerdote Jesuita, Centro Teológico Manuel Larraín.
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En sus primeras palabras, León XIV insistió en la paz. Que un papa estadounidense repita esta palabra evoca inevitablemente a Estados Unidos y a Donald Trump, quien, a pesar de declarar que quiere poner fin a las guerras, siembra el mundo de insultos, mentiras y acciones beligerantes.


El mundo católico ha recibido con buena disposición al nuevo papa, aunque también con algo de curiosidad. ¿Quién es? ¿Seguirá el rumbo que Francisco quiso imprimir a la Iglesia católica? ¿Por qué eligió tal vestimenta? ¿Se alinea con quienes fueron críticos del papa Bergoglio?

La pregunta que casi todos se hacen es si el nuevo papa representa un paso adelante o un retroceso en la bimilenaria historia de la Iglesia, siempre necesitada de reformas que hagan posible anunciar el Evangelio de modo comprensible y renovador para las nuevas generaciones.

León XIV, sucesor de Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, es también un papa del Concilio Vaticano II (1962-1965). No hay en él señales de un retorno a la Iglesia preconciliar. Su misión, por tanto, será continuar el proceso de aggiornamento —reforma y actualización— iniciado por Juan XXIII, quien convocó el Concilio. León XIV no tendría por qué apartarse del caminar de Francisco. Probablemente retomará algunos de sus énfasis con mayor impulso en ciertos aspectos, con menos en otros y, quién sabe, si llegará a frenar o incluso revertir algún punto.

Este aggiornamento, si quiere ser verdaderamente cristiano, no puede reducirse a imponer una tradición religiosa de manera colonialista o proselitista. Debe traducirse en una evangelización que dé vida al mundo contemporáneo, que lo interpele proféticamente frente a los grandes poderes que oprimen a personas y pueblos, y que ofrezca esperanza a generaciones que miran el futuro con inquietud apocalíptica.

En otras palabras, la tarea de León no será “enterrar el talento”, sino “ponerlo en juego”, como hizo el Maestro, que entregó su vida para que irrumpiera el Reino de Dios. La misión de la Iglesia debe ser siempre el motor de su conversión y de sus reformas.

¿Cuáles son los signos de los tiempos que León ha de seguir discerniendo, como han intentado hacerlo sus predecesores desde el Concilio? En sus primeras palabras, León XIV insistió en la paz. Que un papa estadounidense repita esta palabra evoca inevitablemente a Estados Unidos y a Donald Trump, quien, a pesar de declarar que quiere poner fin a las guerras, siembra el mundo de insultos, mentiras y acciones beligerantes.

Otros signos de los tiempos ante los cuales la Iglesia aún responde con lentitud son la revolución sexual iniciada en los años sesenta, la emancipación de la mujer, las grandes desigualdades socioeconómicas, las migraciones, la aceleración de la vida por el desarrollo científico y técnico y, quizás el más grave de todos, el peligro de un colapso ecológico, social y medioambiental que amenaza con la sexta extinción masiva de la vida en la Tierra.

Frente a estos y otros desafíos que afectan a toda la humanidad, la Iglesia debe cambiar su modo de pensar y de organizarse; debe incrustarse en las diversas regiones del planeta y realizar los ajustes estructurales necesarios.

¿Qué necesita cambiar hoy la Iglesia? El papa Francisco tendió los rieles. Impulsó la sinodalidad, es decir, un modo de ser Iglesia —llamada por el Concilio Vaticano II “Pueblo de Dios”— que pone como relación fundamental la que existe entre los bautizados. El Concilio quiso ejecutar una desjerarquización de la Iglesia que, sin embargo, ha encontrado fuertes resistencias durante más de sesenta años. Es evidente que la sinodalidad ese “caminar juntos” fraterno ha sido resistida por buena parte del clero. Esta es una de las mayores tensiones internas.

El clericalismo, como señaló muchas veces Francisco, es una “perversión”: el uso abusivo de la investidura sagrada de los presbíteros en detrimento del laicado, que ha sumido a la Iglesia en una de las crisis de credibilidad más graves de los últimos siglos, por los numerosos abusos algunos delictivos y encubiertos cometidos por sacerdotes.

De forma análoga, urge hoy una descentralización en la Iglesia. Persiste una fuerte tensión cultural entre las iglesias regionales (latinoamericanas, africanas, asiáticas, etc.) y Roma. Se hace necesario desromanizar la Iglesia católica. La tradición es decir, la transmisión viva y creativa del Evangelio es lo contrario del tradicionalismo, que, en este caso, consistiría en seguir exportando al resto del mundo costumbres, doctrinas e instituciones que fueron útiles en otros tiempos, pero que hoy traicionan el dinamismo pentecostal de aquella primera Iglesia, que fue profundamente innovadora.

Nadie tiene una bola de cristal para prever lo que viene. Deseamos lo mejor a León XIV. El cristianismo es una tradición que ha fecundado con sus mejores valores al menos en nuestra región latinoamericana la vida de los pueblos, enfrentando proféticamente, aunque no siempre con la fuerza necesaria, las enormes injusticias que han marcado nuestra historia. Este cristianismo sigue moviendo a mayorías de personas a salir a ganarse el pan cada día, a formar una familia, a levantar una casa y a dar gracias a un Dios que jamás las abandona.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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