
Los indiferentes, amenaza silenciosa a la democracia
La pregunta que surge es si la clase política chilena está preparada para enfrentar el desafío que a que nos enfrentan los indiferentes.
La reciente publicación del boletín del Centro de Estudios Públicos (CEP), titulada “Chile indiferente: cuando todo da lo mismo” y escrita por Aldo Mascareño, ofrece una radiografía inquietante del estado actual de la democracia en Chile. Según los datos de la Encuesta CEP N°93 (marzo-abril 2025), solo un 44,2% de los chilenos considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, mientras que un 33,5% declara que le da lo mismo vivir en democracia o bajo un régimen autoritario. Este último grupo, denominado “los indiferentes”, ha crecido sostenidamente desde 2017, desplazando incluso a quienes expresan una preferencia por gobiernos autoritarios en ciertas circunstancias.
Es lo que en Italia se llamó –y aún se usa– el “qualunquismo”, literalmente el cualquerismo (si se me permite esta traducción). O sea, cualquier cosa me da lo mismo, o la no muy reciente tontera del “no estoy ni ahí”, como demostración de rebeldía ciudadana.
El crecimiento de los indiferentes no es un fenómeno aislado ni espontáneo, ni tampoco exclusividad nacional. Hay una serie de factores que han erosionado la confianza ciudadana en la democracia: dos procesos constitucionales fallidos, un gobierno que prometió barrer con “los últimos 30 años” sin ofrecer resultados concretos, el aumento de la delincuencia y el crimen organizado, una inmigración descontrolada en el norte del país y perspectivas económicas sombrías que se arrastran desde 2014 .
A estos elementos se suma una percepción generalizada de que las instituciones democráticas no han sido capaces de responder con eficacia a las demandas ciudadanas. La falta de identificación con el eje izquierda/derecha, la desafección hacia los partidos políticos y el desprestigio del Congreso Nacional y partidos políticos son síntomas de una democracia que, para muchos, ha dejado de ser significativa.
Frente a este panorama, es imperativo identificar responsabilidades; no se trata de condenar a nadie en particular. Es la clase política chilena, en su conjunto, la ha fallado en ofrecer respuestas coherentes y efectivas a los desafíos del país. La incapacidad para construir consensos, la proliferación de discursos populistas y la falta de liderazgo han contribuido a la desafección ciudadana.
Sin ser dramáticos, la elección presidencial de noviembre de 2025 se presenta como una verdadera encrucijada. Por una parte existe el riesgo de que la campaña nos inunde de eslóganes vacíos y promesas irrealizables, también es una oportunidad para reabrir el debate sobre el valor de la democracia y la necesidad de fortalecerla. Y sobre todo, cómo evitar su deterioro y eventual colapso. Para ello, es fundamental que los candidatos y partidos políticos se comprometan a contrastar ideas de manera límpida, sin atajos estratégicos, evitando caer en la demagogia y recordando las lecciones del pasado reciente: el estallido social de 2019, el fracaso de los dos procesos constituyentes y la irrupción de movimientos como el Partido de la Gente, que capitalizaron el descontento sin ofrecer soluciones sostenibles.
Superar la creciente indiferencia hacia la democracia requiere de un esfuerzo conjunto y sostenido. Algunas estrategias clave podrían incluir una reforma institucional, modernizando las instituciones democráticas para que sean, simplemente, más eficientes; extender la educación cívica y democrática entre los jóvenes estudiantes que dentro de poco ejercerán ciudadanía plena; transparencia y rendición de cuentas: Implementando mecanismos que aseguren la transparencia en la gestión pública y la rendición de cuentas por parte de los líderes políticos. Y ¿por qué no? Introducir una reforma que permita revocar, justificadamente, los mandatos que los electores otorgan a legisladores y autoridades, cuando estos falten en probidad y efectividad en su gestión. Ese mecanismo existe en varios países, en EE.UU. y en países cercanos como Perú y Ecuador.
La pregunta que surge es si la clase política chilena está preparada para enfrentar el desafío que a que nos enfrentan los indiferentes. La historia reciente muestra una tendencia a la polarización y al cortoplacismo, yendo de paliativo en paliativo. Sin embargo, la gravedad de la situación exige un cambio de actitud. Es momento de que los líderes políticos asuman su responsabilidad y trabajen en conjunto para revitalizar la democracia chilena. Repito: el debate presidencial es una buena ocasión, es cuando la atención ciudadana a la política está en fase creciente.
Como bien advierte Mascareño, si la democracia no logra convocar a los ciudadanos, otros lo harán. La historia nos enseña que esos otros, muchas veces, no traen consigo libertad ni justicia. Y que cuesta mucho desprenderse de ellos.
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