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Presidenciables sin pueblo, pueblo sin presidenciables Opinión AgenciaUno

Presidenciables sin pueblo, pueblo sin presidenciables

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Jorge Fábrega Lacoa
Por : Jorge Fábrega Lacoa Doctor en Políticas Públicas (U.Chicago), académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo y Director de Tendencias Sociales en Datavoz.
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En el contexto actual, lo que los ciudadanos parecen desear no es alguien que prometa refundarlo todo, ni alguien que administre la inercia. Quieren que las cosas funcionen, que alguien los escuche sin condescendencia, que tome en serio sus preocupaciones sin convertirlas en eslóganes.


Cuando en Chile se pregunta por quién debería ser la próxima presidenta o presidente, la respuesta más común no es un nombre, sino una negación: ninguno, no sabe o no contesta. Ese “ninguno”, no es un fenómeno enteramente nuevo. Desde 2010, las elecciones en Chile muestran un patrón claro: gana alguien que represente el rechazo al gobierno de turno. Así cayeron la centroizquierda el 2010, la centroderecha el 2014, después fue el turno de una nueva versión de la centro-izquierda más inclinada hacia la izquierda el 2018, y luego el 2022, ambas corrientes principales fueron superadas por una nueva generación de políticos.

En cada ocasión, el electorado prefirió abrazar alguna de las alternativas a la mano. Pero eso no es todo, entre medio, dos propuestas constitucionales, diametralmente opuestas en su contenido, también fracasaron por las mismas razones: no convencieron, pero frente a ellas no había otra alternativa que retroceder hacia el status quo, el que tampoco generaba entusiasmo. En resumen, por al menos quince años, la ciudadanía chilena ha estado consistentemente por el rechazo.

Ese patrón no es simplemente un juego de alternancia democrática. Es la expresión de una ciudadanía que no encuentra respuestas en la política tradicional, pero que tampoco las encuentra del todo fuera de ella. La encuesta CEP más reciente lo confirma: más de la mitad de las personas consultadas aún no sabe por quién votar, y sigue aumentando el escepticismo frente al postulado que la democracia sea la forma preferible de gobierno: un tercio declara que les da lo mismo.

Sin embargo, hay un matiz nuevo que complejiza este cuadro. Si bien las personas siguen buscando alternativas fuera del repertorio tradicional, ya no están tan dispuestas a apostar por lo absolutamente inédito. La experiencia de la actual administración ha dejado una marca. Durante todo el período presidencial, la desaprobación ha bordeado de forma sistemática el 70%. Una y otra vez, el juicio ciudadano apunta a lo mismo: “otra cosa es con guitarra”. Es decir, la novedad sin capacidad de gestión no sirve. Y por eso la exigencia ha aumentado: Ya no basta con ser distinto o nuevo, también hay que ser competente.

Ese es el dilema: se quiere algo distinto, pero que funcione. Que no pertenezca a la élite política de siempre, pero que sepa lo que hace. Que no repita fórmulas fracasadas, pero que tenga un plan claro. Que no venga con mochilas, pero que venga con herramientas. En definitiva, que no haya tocado esa guitarra, pero sí haya arrancado sonidos nítidos en otras. Ese perfil —el del gestor con frescura, el del outsider con oficio— todavía no aparece con nitidez en las encuestas ni en el espacio público. Pero si alguien logra encarnar esa idea, aunque sea parcialmente, tiene un potencial de crecimiento importante en una campaña a la que le queda mucho tiempo.

En un escenario donde la mayoría vota por quien rechaza menos, más que por quien entusiasma más, todo está abierto incluso si las personas han manifestado preferencia por algún candidato. Por ejemplo, en un reciente GPS Ciudadano de Datavoz se incluía la pregunta por mención espontánea de preferencias presidenciales y, acto seguido, a quién apoyaría si su candidato o candidata preferido no estuviera en la papeleta o no pasara al ballotage y las respuestas muestran una amplia dispersión: El votante con o sin preferencias definidas está a la espera. No necesariamente de una revelación, pero sí de una alternativa que sintonice con sus decepciones sin repetir sus frustraciones.

En el contexto actual, lo que los ciudadanos parecen desear no es alguien que prometa refundarlo todo, ni alguien que administre la inercia. Quieren que las cosas funcionen, que alguien los escuche sin condescendencia, que tome en serio sus preocupaciones sin convertirlas en eslóganes. Por ahora, ni los presidenciables logran convocar al pueblo, ni el pueblo encuentra en ellos un camino que seguir. Tal vez por eso, sistemáticamente gana “ninguno”. Porque el pueblo sigue esperando un nombre que no llegue simplemente a reemplazar lo que ya está, sino alguien que venga con los pergaminos de saber hacer y, voilà, que haga.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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