
Comentarios a los desafíos de la política exterior chilena en la era Trump
El proteccionismo de Trump es un llamado de atención para modificar el modelo económico chileno y su forma de inserción en el mercado mundial, priorizando la integración regional y la diversificación comercial.
Mis amigos del Grupo de Análisis y Seguimiento de la Política Exterior de Chile (GASPE) han realizado una rigurosa caracterización de la geopolítica y del comercio mundial que nace con la presencia de Trump en el liderazgo de EE.UU. La comparto y coincido con sus sugerencias para que en nuestro país tengamos una política internacional que “acumule poder propio” y una “diplomacia comercial sólida”.
Como son mis amigos, creo necesario complementar el análisis del GASPE, revisando lo que ha sido la política exterior en los años de la transición. Porque no podemos eludir que el escaso poder y la fragilidad de la política exterior de nuestro país encuentran antecedentes en décadas pasadas. Por cierto, la agresividad política y la incertidumbre comercial introducida por Trump en el mundo hacen más evidentes nuestras debilidades y exigen mayores esfuerzos en la defensa de los intereses nacionales.
Hemos cometido errores diplomáticos y en la política comercial que no podemos ocultar, y son esos errores los que hoy nos pasan la cuenta y nos dejan en mala posición para responder ante la nueva realidad mundial.
Empecemos con la diplomacia comercial
La inserción económica internacional ha sido un componente sustantivo del “modelo chileno”. La política exterior ha privilegiado los intereses comerciales por sobre los asuntos diplomáticos, lo que confirma que el accionar externo es una extensión de las realidades internas que mueven a los países. En efecto, en Chile la economía, los economistas y el poder empresarial, han sido dominantes en la vida pública nacional y ello se ha reproducido en las relaciones exteriores.
La apertura indiscriminada (sin regulación) de la economía al mundo ha seguido durante la transición la misma lógica de liberalización del mercado interno, que se instaló bajo el régimen de Pinochet; vale decir, una disminución radical de las barreras al comercio exterior y la facilitación de los flujos de inversión.
Con el retorno de la democracia, la apertura económica continuó, pero utilizó como instrumento privilegiado para ello los Tratados de Libre Comercio (TLC).
Los TLC no tuvieron regulación alguna. Se promovió la libertad indiscriminada de bienes, servicios, así como la libertad financiera y de las inversiones extranjeras directas, las que se dirigieron libremente a lo más fácil: la extracción de materias primas. Tampoco los TLC sirvieron para una transferencia de tecnología, como logró el Gobierno chino en su relación con las multinacionales.
Entonces, la política de relaciones económicas internacionales de las últimas décadas ha sido funcional a la lógica neoliberal imperante, ya que la dirigencia política no se propuso una estrategia de diversificación productiva de la economía. El laissez faire, laissez passer fue la consigna.
El Estado, subordinado a los mercados, no hizo esfuerzo alguno por orientar la economía en favor de determinadas actividades industriales. Así las cosas, se impuso el rentismo extractivista y financiero, tanto en la economía interna como en la política de relaciones económicas internacionales.
La apertura indiscriminada al mundo eliminó toda protección a los bienes, servicios, inversión y a los flujos del capital financiero. Esto se hizo primero de forma unilateral y luego a través de los TLC. Por cierto, se abrieron nuevos mercados de importación al comercio de bienes y servicios, pero se cerraron las puertas a la indispensable diversificación productiva-exportadora, que exige el desarrollo.
En consecuencia, el argumento de que los TLC ofrecían una seguridad jurídica y que eran inviolables resultó una completa falacia. Ahora, con Trump, se cierran las puertas al comercio libre y, por tanto, nos vemos obligados a recuperar el camino perdido de la industrialización.
Y en las relaciones con América Latina
Durante los dos primeros años de los gobiernos de la Concertación, nuestro país recuperó sus tradicionales vínculos con los vecinos. Pero muy rápidamente adoptó la decisión de priorizar relaciones con el norte desarrollado y luego promover negocios con China, la potente economía asiática.
El énfasis obsesivo por incorporarnos al NAFTA o materializar un TLC con los Estados Unidos desplazó la prioridad latinoamericana que había consagrado el programa de la Concertación. Los asuntos económicos comienzan a predominar por sobre la política en el ámbito internacional. El entendimiento con los Estados Unidos y los países desarrollados colocan en un segundo plano los temas vecinales. La tesis de “Adiós a América Latina”, originaria de la derecha, y respaldada por el entonces ministro de Hacienda, Alejandro Foxley, adquirió preponderancia.
A partir de ese momento se inició un camino de deterioro de las relaciones con el entorno regional. Y no existió la capacidad para combinar con inteligencia y pragmatismo la apertura económica al mundo con los asuntos vecinales.
La Concertación convirtió la política exterior en tratados de libre comercio, privilegiando los negocios de las empresas globalizadas antes que los intereses nacionales. En vez de cooperar con sus vecinos, respetar sus realidades económicas y políticas, se alejó de ellos.
Los TLC con los países industrializados, convertidos en prioridad de la política exterior, cerraron puertas a relaciones fluidas con el entorno regional y nuestro país se quedó aislado en la región. Las difíciles relaciones con Brasil, Argentina, Perú, Bolivia y Venezuela encuentran su origen en esa concepción internacional que valoró la inserción económica en el mundo industrializado y dejó en un segundo plano la relación con los vecinos.
El aislamiento de Chile presenta algunos hitos relevantes, que lo colocaron en mala posición en la región. El apoyo del expresidente Lagos al golpe de Estado contra el presidente Chávez; el retiro de las negociaciones con Mercosur, para optar por el TLC con Estados Unidos; el apoyo decidido al fracasado ALCA, contra los intereses de Brasil y Argentina, proyecto que terminó en un fracaso; el manifiesto distanciamiento con los gobiernos nacional-populares de Correa, Chávez, Kirchner y Morales, muy evidente durante la Cancillería encabezada por Alejandro Foxley; y las difíciles negociaciones limítrofes en el mar territorial con Perú, a lo que se agregó un distanciamiento con el Gobierno de Correa, a propósito de la controversia con Perú.
En suma, la política exterior de Chile ha servido para consolidar el modelo exportador de recursos naturales, sin efectivos avances en la diversificación exportadora. Al mismo tiempo, esa política no ha sido útil para fortalecer las relaciones diplomáticas con los países vecinos, la que se ha caracterizado por persistentes conflictos con varios países de Sudamérica, tanto durante los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría como en los dos gobiernos de Piñera.
El establishment chileno se obnubiló con el discurso autocomplaciente del éxito económico chileno y de la apertura negociada al mundo, mirando en menos a todos aquellos países de la región que intentaban políticas económicas e internacionales distintas a la chilena.
Perdimos así la oportunidad, que reclaman los amigos del GASPE, de integrarnos a la región con “esfuerzos convergentes en función de problemas comunes, facilitación del comercio y fortalecimiento de las perspectivas de cooperación y desarrollo”. Esto ahora será más difícil de concretar. Pero habrá que intentarlo.
Compartimos con el GASPE que nuestro país debe impulsar una diplomacia comercial sólida, que ayude a industrializar el país. Y, al mismo tiempo, que debemos superar el déficit latinoamericanista, poniendo a la región como primera prioridad. Ojalá ello se logre y quizás el proteccionismo de Donald Trump nos empuje.
El proteccionismo de Trump es un llamado de atención para modificar el modelo económico chileno y su forma de inserción en el mercado mundial, priorizando la integración regional y la diversificación comercial. Las condiciones de posibilidad para los cambios están presentes.
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