
Las religiones en el Día del Medio Ambiente
Se necesita forjar alianzas inter y extrarreligiosas, para promover cambios personales, en esferas legitimadas éticamente, que nos lleven a inaugurar una nueva forma de comprendernos en nuestra “casa común”.
Los datos de la última encuesta CEP son decepcionantes en relación con el interés de los chilenos por el medioambiente. El tema se ubica entre los colistas, en el puesto 14 de los 17 que la encuesta presenta como aquellos que preocupan más a los chilenos. Paradójicamente, el mismo estudio revela que “la situación medioambiental de su comuna” es el aspecto de la vida con que la población se muestra más insatisfecha.
Los datos sugieren que, más que una pérdida de preocupación por el medioambiente, son otros los temas que parecen más urgentes. Algo así ha ocurrido en el ámbito internacional: el incremento de conflictos bélicos en todo el mundo, la inestabilidad política que campea en diversos puntos del globo y los vaivenes de la economía mundial “se han tomado la agenda”.
Más complejo se torna el escenario para las políticas climáticas ante el diagnóstico de que existe una resistencia de la economía para asumir la crisis. Recientemente, André Corrêa do Lago, el presidente de la próxima COP30, a realizarse en la ciudad brasileña de Belém, declaró en una entrevista al diario británico The Guardian que el mundo se enfrenta a un negacionismo del aparato económico frente al cambio climático. Este negacionismo consistiría en el escepticismo de que medidas económicas para atacarlo son buenas tanto para las personas como para las propias economías.
Estas circunstancias hacen urgente redoblar los esfuerzos por evitar que este tema pierda la urgencia que realmente posee. El incremento de la temperatura del planeta –en caso de seguir las mismas políticas actualmente en curso– sería de 2.7 ºC de aquí al 2100, según Climate Action Tracker 2023. Esto es una abismante distancia respecto de los 1.5 ºC que se propuso el Acuerdo de París. Urge que los actores públicos llamen la atención sobre esta realidad. Las religiones –en tanto actores sociales– no debieran permanecer en silencio.
Si bien la adhesión a una religión ha disminuido en la población, hoy casi 6 de cada 10 chilenos (58%, indica la Encuesta Bicentenario UC 2024) declaran pertenecer a la religión católica o evangélica. Pese a que algunos estudios señalan que la adhesión religiosa tiene una influencia marginal con respecto al cambio climático en el país, su voz tiene el potencial de interpelar a un porcentaje significativo de la ciudadanía nacional. De hecho, al menos teóricamente, las religiones proponen marcos éticos de vida, que se plasman en modos de vivir el día a día.
El papa Francisco fue lúcido al darse cuenta del rol moral que puede tener la religión frente a estos temas. Laudato Si’ –encíclica sobre el medioambiente que este 2025 cumple 10 años– fue un impulso para que la COP21 de París terminara con un Acuerdo que hoy es la hoja de ruta en los esfuerzos internacionales por enfrentar la crisis medioambiental. Luego, con la exhortación Laudate Deum (2023), interpeló a los líderes del globo solo un par de meses antes de la COP28 en Dubái, para tomar acciones más decididas en la materia.
Las religiones disponen de mecanismos validados institucionalmente por siglos que animan a los creyentes a vivir de acuerdo a los principios que sostienen. Es importante recalcar que esto no se trata de una mera imposición, sino de un corpus al que –teóricamente– se adhiere por convicción personal.
El rol de las religiones en la práctica cotidiana de vida se hace más vital cuando pareciera que los esfuerzos personales, familiares o incluso macrosociales no van a ser decisivos en el freno del calentamiento global. Frente a una perspectiva exclusivamente utilitarista, las religiones pueden darnos un fundamento que opere más allá de ese plano.
El mundo necesita encontrar otro modo de relacionarse con el medioambiente. No será (solo) la tecnología ni tampoco la política lo que generará este cambio de perspectiva. Tampoco solo la religión. Se necesita forjar alianzas inter y extrarreligiosas, para promover cambios personales, en esferas legitimadas éticamente, que nos lleven a inaugurar una nueva forma de comprendernos en nuestra “casa común”.
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