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Boric, el legado de Boric Opinión AgenciaUno

Boric, el legado de Boric

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Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile y exsubsecretario de Defensa, FFAA y Guerra.
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El Presidente Boric aún no llega a los cuarenta y tiene cuerda para rato. Un dato interesante es que su nivel de aprobación crece en el exterior. Pertenece a una izquierda “post Guerra Fría”, que no trae heridas ni mochilas de la fase histórica previa.


El proceso político chileno se encamina al desenlace electoral, luego de las primarias oficialistas del próximo 29 de junio la neblina empezará a despejarse. Posteriormente, asistiremos a otro desenlace: cuáles de las diversas candidaturas independientes lograrán reunir las 30 mil firmas necesarias para su inscripción. Pero no es lo único, pues la oposición de derecha tiene hoy tres candidaturas. ¿Llegarán todas a la primera vuelta?

Todo lo anterior habla bien de Chile y de los chilenos que, en democracia, elegimos nuestro destino conforme a la institucionalidad que nos hemos dado. Hoy existen mecanismos aceptados por la mayoría para elegir nuestras autoridades y dirimir nuestras diferencias. Por cierto, también tenemos síntomas graves: discursos de odio, exclusiones cuasifundamentalistas, y sobre todo, una gran desconfianza de buena parte de los gobernados con los gobernantes. Son síntomas de alerta que deben ser considerados para darles la debida respuesta.

Gobierno rumbo a la historia

Puede sonar altisonante, pero todos los gobiernos pasan a la historia, algunos con más impacto que otros, pero todos van conformando capítulos de nuestro acontecer. La actual administración ha iniciado su fase terminal y la inquietud por su legado se empieza a agitar. ¿Cuál será el principal impacto que esta administración dejará luego de sus cuatro años? ¿Cómo será recordado? ¿Qué proyectará para el futuro?

Si quisiéramos ensayar una periodización, es claro que la administración Boric tiene tres fases muy definidas. La primera, que va desde su instalación hasta la derrota del proyecto constituyente en septiembre del 2022. Mucho se ha escrito sobre este periodo y en lo personal opino que el principal error político del nuevo Gobierno fue considerar que su mayoría en segunda vuelta compartía a plenitud su visión del país, y subvalorar el apoyo de quienes votaron por el entonces candidato Boric para impedir el triunfo de José Antonio Kast y lo que representaba.

Eran los tiempos de un innegable vanguardismo en las filas, en especial del Frente Amplio, que impedía conformar una alianza de gobierno más sólida, los tiempos de los anillos de poder y la superioridad moral. De alguna manera, el ánimo de Plaza Italia seguía latiendo. Por cierto, tampoco ayudó la falta de experiencia en varios puestos claves del aparato estatal, pero en esto la crítica puede extenderse a personeros del llamado Socialismo Democrático que conformaron el primer equipo.

La segunda fase, que buscó estabilizar la conducción del país, fue la más extendida, porque abarcó desde el cambio de gabinete en septiembre del 2022 hasta marzo del 2025. En esa fecha abandonó el Gobierno su figura icónica, la entonces ministra del Interior y hoy precandidata presidencial, Carolina Tohá. Más tarde, ese movimiento se reforzó con la renuncia de la ministra del Trabajo, Jeannette Jara, para competir en las primarias del oficialismo.

En esta fase, el Gobierno debió enfrentar una situación que se venía forjando en años anteriores, pero que irrumpió y dominó la coyuntura: el deterioro de la seguridad ciudadana, unido esto al estancamiento de la economía. Ambos procesos combinados generan un malestar ciudadano que no solo se dirige hacia las autoridades, sino que también refuerza la desconfianza en las instituciones y las elites, tendencia ya enunciada en gobiernos anteriores y reforzada por los casos de corrupción conocidos.

Agreguemos que en materia de seguridad los énfasis tanto de este Gobierno como los del anterior no fueron capaces de provocar un punto de quiebre. Así como la administración Piñera-Chadwick apostó a que lo fundamental era “proteger la infraestructura crítica” (en una confusión conceptual que quedó consagrada en la Constitución), el impulso del Gobierno actual durante buena parte tuvo como eje el aprobar un ramillete de leyes, algunas necesarias, otras no tanto, pero muchas muy opinables en su primera versión.

Constatemos que el Tren de Aragua y sus similares no han atacado ninguna instalación propia de la infraestructura crítica, porque su objetivo es controlar territorio y extorsionar a la población, junto con atentar contra sus bienes. Por ello, mientras las autoridades esgrimen logros legislativos como la creación de organismos, la población percibe un día a día cada vez más amenazante.

Sumemos la instalación de dos Estados de Emergencia sin definición de objetivo final deseado y medidas de excepción que llegaron para quedarse, luego de más de tres años.

En otras materias, esta administración ha tenido logros. El control de la inflación es uno de los más importantes, pero no ha sido acompañado de un programa de reactivación económica que permita superar la contracción de la demanda global.

Los logros sociales son importantes, empezando por la reforma previsional, que ayuda especialmente a los más postergados. Queda pendiente crear mecanismos que incentiven a los sectores medios, que cotizan religiosamente en las aseguradoras privadas. También se logró el royalty minero y, no menor, unos Juegos Panamericanos que reiteraron el potencial del deporte nacional, unido a capacidad de gestión, aunque el impulso no alcanzó para detener la bancarrota de la Roja, tema amargo para el sentir nacional. Ojo, que allí la responsabilidad no es de La Moneda, sino de las autoridades de un fútbol gobernado por sociedades anónimas y que no logra erradicar las barras bravas ni la violencia en los estadios.

En suma, la segunda fase ha logrado estabilizar precios, ponerles realismo a varias políticas públicas, pero obviamente subsisten desafíos que vienen desde hace tiempo. Por cierto, no era el programa de la primera vuelta y tiene razón la tesis de que el país logró salir de esa batahola que mezcló pandemia, frenazo económico, estallido social y superar dos proyectos constitucionales que compartían fundamentalismos de signos opuestos.

Como fruto no deseado se profundizaron algunas deficiencias del sistema: hoy tenemos más de dos docenas de partidos políticos, en un proceso de fragmentación política que sigue las aguas peruanas, lo que hace más difícil la conformación de mayorías, pero a cambio propicia el “pirquineo”, terreno fértil para las agendas personales, el cuoteo y los operadores diestros para la cocina. El aparato estatal crece, pero no necesariamente se fortalece; ya tenemos 25 ministerios, sin contar con las empresas estatales y los organismos autónomos.

¿Y el legado?

El inicio de la tercera fase, la terminal, coincide con la disputa electoral y pone de relieve el tema del legado. Es también el momento en que la ciudadanía opina en la encuesta más importante, en aquella que decide su futuro.

El futuro incierto de la política, la fragmentación ya señalada, unida a la desconfianza ciudadana, impiden ver con meridiana claridad el futuro cercano, pero tenemos algunos datos claros.

El primero es que, a cinco meses de la primera vuelta presidencial, no hay ningún candidato que se acerque al 40% o más, a diferencia de la mayoría de las elecciones anteriores, cuando Frei, Lagos, Bachelet y Piñera a estas alturas ya lograban un importante apoyo ciudadano. Como se dice en mi pueblo, está flaca la caballada.

Lo segundo es el declive de los partidos políticos, o por lo menos de algunos. Cuidado, lo primero que se viene a la cabeza es pensar en los, llamémoslo así, “partidos tradicionales”, pero el fenómeno también abarca a algunos más noveles. Quizás el más importante es el propio Frente Amplio, cuyos diferentes partidos fundadores debieron fusionarse para poder enfrentar de mejor forma los nuevos tiempos. Por cierto, no es que vaya a desaparecer, pero perdió la centralidad que tuvo hace poco.

Otro dato duro de la realidad presente y futura es la importante aprobación que ostenta el Presidente. Oscila entre el 25 y el 30%, en las duras y en las maduras. El Presidente tiene un nivel de aprobación superior al Gobierno y a la coalición oficialista. Se puede contraargumentar que esa cifra es casi la mitad de lo que obtuvo en su elección, pero así y todo es una base de apoyo que no tiene ningún partido ni ninguna coalición dentro del oficialismo.

Si le agregamos la variable generacional, el Presidente Boric aún no llega a los cuarenta y tiene cuerda para rato. Un dato interesante es que su nivel de aprobación crece en el exterior. Pertenece a una izquierda “post Guerra Fría”, que no trae heridas ni mochilas de la fase histórica previa. Tiene calle, pero no tiene “monte”, como diría un viejo guerrillero. No supo de los rigores de la clandestinidad ni tuvo escuadrones de la muerte tras de sí; qué bueno por él y por su generación.

Boric 2026 se incorporará a una izquierda latinoamericana (y en parte occidental) donde languidecen varios liderazgos, pero la colina no está vacía. En México, Claudia Sheinbaum mantiene firme las riendas del poder; Brasil, por su parte, recupera su posicionamiento global de la mano experimentada de Lula; y en Uruguay gobierna Yamandú, en una sociedad y un régimen que ya quisiéramos por su nivel de tolerancia, progresismo y modernidad, por cierto, al alero ético del legado de Pepe Mujica.

Cuando el Presidente Gabriel Boric salga de La Moneda, ingresará a ese mundo y allí se desplegará. Por todo eso, opino que Boric será el legado de Boric.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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