Publicidad
¿Y ahora? Opinión

¿Y ahora?

Publicidad
Fredy Cancino
Por : Fredy Cancino profesor de historia
Ver Más

Este resultado, naturalmente, tendrá consecuencias en el interior de la coalición gobernante.


Una mujer comunista lidera ahora a la izquierda chilena. Con más del 60% de los votos, Jeannette Jara —exministra del Trabajo y militante del Partido Comunista— se impuso con holgura en las primarias del pacto oficialista, duplicando la votación obtenida por Carolina Tohá, figura emblemática del Socialismo Democrático. Participaron alrededor de 1,4 millones de personas, una cifra modesta si se considera el padrón de más de 15 millones que en noviembre (voto obligatorio) elegirán al próximo(a) presidente de Chile. Más allá de la contundencia del resultado, el dato estructural es otro: el socialismo se enfrenta hoy al desafío de repensar su identidad, su proyecto y su viabilidad electoral, todo ello bajo el liderazgo de una candidata que representa una sensibilidad distinta a la que históricamente predominó en la izquierda democrática chilena.

¿Cuáles han sido las causas que explican este resultado absolutamente inesperado?

Dejaremos una respuesta más prolija a los analistas –serios o aficionados– que por largo tiempo ocuparán tinta en explicar las razones del triunfo de Jeannette Jara. Pero incluso sin agotar las explicaciones, vale la pena detenerse en dos factores que, desde mi punto de vista (confieso que interesada), resultan decisivos para entender este sorprendente desenlace.

La primera es lo que podríamos llamar la “descomunistización” del discurso de la candidata Jara durante los días finales de campaña. Consciente del peso simbólico que arrastra la sigla PC en amplios sectores del electorado, la candidata tomó distancia explícita de algunas posturas tradicionales de su partido, en contraste puntual con Carmona, el presidente de su partido: se desmarcó de la defensa de Cuba y de los regímenes autoritarios, rechazó la idea de una nueva constituyente y proyectó una imagen más técnica y dialogante que ideológica. Esa distancia no fue solo un recurso retórico: fue estratégica. Y resultó eficaz para ampliar su base más allá de las filas del Partido Comunista, tocando incluso a sectores moderados que encontraron en ella una figura menos ideologizada que la izquierda pura y dura.

No es un matiz menor. Tal como ha advertido el analista Carlos Peña en su última columna (El Mercurio, 29 junio), la candidatura de Jara parecía originalmente concebida como la expresión coherente de un proyecto político orgánico del Partido Comunista, una plataforma que no solo busca avanzar en derechos sociales, sino también en un cambio institucional profundo, inspirado en actuales experiencia latinoamericanas. Ese proyecto implicaba una visión refundacional del país, en la que el orden constitucional vigente sería apenas una estación de paso hacia una transformación estructural. No se trataba solo de avanzar hacia una nueva Constitución —tesis que Jara explícitamente descartó como no prioritaria—, sino de instalar un modo de comprender el poder, la economía y la democracia desde claves contrarias al reformismo que ha marcado al socialismo chileno desde los años noventa.

La segunda clave del fenómeno podría llamarse —sin ironía— una “bacheletización” espontánea, pero también ideada. Jara homenajeó expresamente a la expresidenta Michelle Bachelet en su discurso de victoria la noche del domingo, apelando a una memoria afectiva de la izquierda que aún conserva poder de movilización. No es solo un guiño, hay en su estilo, en su tono y en su gestualidad, algo que evoca a Bachelet: desde la simpatía amable –también hacia sus contrincantes, como se pudo ver en los debates en TV– hasta el lenguaje inclusivo y el talante maternal. Esa operación simbólica le permitió reforzar una imagen de cercanía, contención y moderación, sin dejar de representar a la izquierda. Un giro pragmático, pero también intuitivo, que la posicionó como figura transicional entre el PC histórico y una sensibilidad social más amplia.

Este resultado, naturalmente, tendrá consecuencias en el interior de la coalición gobernante. El Frente Amplio, reducido a un papel menor, seguirá su rumbo de nave un poco a la deriva, presionado por sus aliados mayores. Por el otro lado, significa un fuerte remezón (sin llegar a terremoto destructor) en el Socialismo Democrático, y en particular en el Partido Socialista, que cargará con el mayor costo simbólico y político de la derrota de Carolina Tohá. 

En primer lugar, habrá que honrar el compromiso adoptado en la primaria: Jara es ahora la candidata del oficialismo, y es comprensible –incluso saludable para el prestigio de la política– que las primeras reacciones del PS hayan sido de respaldo partidario (a pesar del comprensible desaliento de sus militantes), apelando a la unidad del sector y al cumplimiento de la palabra empeñada. Las declaraciones de Tohá y de la directiva socialista han ido en esa línea, con tono respetuoso y constructivo.

Pero optar por la candidatura de Jara no excluye, sino que exige, una tarea largamente postergada: la de revisar, actualizar y afirmar la identidad del socialismo democrático, no como socio subordinado en un pacto instrumental, sino como fuerza política con proyecto propio, vocación social y horizonte estratégico definido. En tiempos de fragmentación ideológica es precisamente desde una izquierda moderna, realista y reformista donde puede encontrarse un punto de anclaje capaz de contener —y eventualmente recuperar— a ese electorado de centro y centroizquierda que hoy observa con inquietud el escenario. Un discurso moderado, con propuestas claras y lenguaje ciudadano puede evitar fugas hacia opciones conservadoras como la que representa Evelyn Matthei, quien ha sabido capitalizar el vacío dejado por una centroizquierda titubeante y que, a no dudar, habrá celebrado la misma noche de las primarias.

Este nuevo escenario, más allá de su inmediatez electoral, abre también una oportunidad: proseguir el proyecto que Carolina Tohá delineó en campaña, uno que rescata lo mejor de la experiencia concertacionista —su capacidad de gobernabilidad, su sentido institucional, su foco en las políticas públicas—, pero también consciente de sus límites, de sus deudas y de las nuevas exigencias sociales. Esa línea, que no reniega del pasado pero no se queda en él, puede ser la base de una nueva propuesta para los años que vienen.

Finalmente, si algo permite este momento, es una reflexión sincera y autocrítica que levante el ánimo, no desde la nostalgia ni el repliegue, sino desde la posibilidad cierta de redefinir el papel del socialismo en un Chile y en el mundo que cambia y que también atemoriza. El golpe de realidad que implicó estas primarias puede ser el punto de partida de una renovación necesaria, profunda y audaz, en la que el Socialismo Democrático —y especialmente el PS— vuelva a hablar con voz propia, sin renunciar al compromiso de unidad, pero sin diluir su capital histórico y su protagonismo en el futuro próximo.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad