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La Democracia Cristiana no será alternativa mirando solo al retrovisor Opinión

La Democracia Cristiana no será alternativa mirando solo al retrovisor

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La historia inspira, pero no reemplaza al juicio político presente. Hoy, más que reafirmar lealtades con bloques, el deber cristiano y patriótico es abrir caminos nuevos para una democracia robusta, una sociedad segura y un país decente. La DC del siglo XXI necesita más audacia que nostalgia.


En medio de una ciudadanía cansada del ruido político, del avance de la delincuencia y de una institucionalidad debilitada, la Democracia Cristiana tiene una responsabilidad histórica que no se puede resolver mirando solo al retrovisor. Los valores del humanismo cristiano siguen siendo vigentes, pero su expresión política debe responder a los signos de este tiempo, no de principios del siglo pasado.

Frente a quienes sostienen que “el centro no existe” y que el deber moral de la DC es cerrarse en una alianza progresista sin matices, creo necesario responder desde una lectura más comprometida con el Chile actual. No es posible continuar refiriéndonos al país de los años 30 o 60 como si los desafíos sociales y políticos de entonces fueran los mismos que enfrentamos hoy.

El principal desafío de Chile no es la pobreza que marcó buena parte del siglo XX. Con todo lo que falta, el país ha superado las cifras de pobreza extrema gracias a políticas públicas continuas y a un esfuerzo sostenido de la sociedad. Pretender que la injusticia social actual es idéntica a la de los tiempos de Frei Montalva o Tomic es ignorar el Chile que tenemos y el que viene.

El verdadero desafío de este tiempo es el debilitamiento de la democracia. Y esto se expresa en fenómenos concretos: la creciente corrupción en instituciones públicas y privadas; el desprestigio de la política y los partidos; y una delincuencia violenta que amenaza la convivencia en barrios, poblaciones y ciudades. No reconocer esto es hacerle un flaco favor a la ciudadanía y al legado democratacristiano.

Sostener que el imperativo moral del momento exige únicamente cerrar filas con lo que se denomina “progresismo” resulta, cuando menos, insuficiente. No podemos seguir definiéndonos solo por oposición a la derecha. La verdadera pregunta es: ¿qué propone hoy la Democracia Cristiana para fortalecer la democracia en tiempos de descrédito, polarización y violencia?

En lugar de anclarnos en una identidad construida hace más ochenta años, necesitamos un proyecto político que reconozca:

  • Que el centro político sí existe, y que es más necesario que nunca como espacio de diálogo, moderación, encuentro y propuestas responsables.
  • Que el orden público, la seguridad y la ética pública no son banderas de la derecha, sino condiciones mínimas para una democracia saludable.
  • Que los valores del humanismo cristiano no se reducen a consignas históricas, sino que deben traducirse hoy en reformas institucionales, en una política libre de corrupción, y en propuestas concretas para recuperar la confianza ciudadana.

La Democracia Cristiana debe liderar una transformación ética y democrática en el país, no como apéndice de bloques ideológicos, sino como voz propia que vuelva a interpretar a las grandes mayorías, en especial a ese Chile silencioso, trabajador y esperanzado, que hoy se siente desamparado.

La historia inspira, pero no reemplaza al juicio político presente. Hoy, más que reafirmar lealtades con bloques, el deber cristiano y patriótico es abrir caminos nuevos para una democracia robusta, una sociedad segura y un país decente.

La DC del siglo XXI necesita más audacia que nostalgia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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