
La ideología sigue viva, pero no como la conocíamos
¿Quiere decir esto que las elecciones son simplemente una contienda entre la izquierda y la derecha? Obviamente que no.
“La gente ya no vota por ideología, sino que solo se guía por emociones”, se suele escuchar en los análisis posprimarias oficialistas. Lo que importa, dicen muchos, no son las viejas ideas de “la izquierda” o “la derecha”, sino que la simpatía, la identificación, las historias de Instagram, el relato sobre los orígenes, y suma y sigue.
Sin embargo, los dos candidatos que lideran las encuestas son, vaya sorpresa, ¡una comunista y un republicano! Y en todas las últimas elecciones hemos tenido un fenómeno similar, es decir, a la izquierda y a la derecha en segunda vuelta. Si la ideología murió, y si el voto solo responde a vaivenes emocionales: ¿cómo se explica estar en presencia de la elección más ideológica de los últimos años?
La respuesta es evidente: la ideología sigue más viva que nunca, aunque ha cambiado la forma en que se expresa. Si en el siglo XX la ideología se asociaba a una clase social y a partidos políticos, hoy pertenece a la subjetividad, es decir, forma parte de la identidad de cada persona. La ideología, en otras palabras, es una identidad social: una parte sustancial de cómo cada persona se ve a sí misma y de cómo percibe el mundo.
Usemos el concepto de “feminismo” para ilustrar cómo funcionan las identidades sociales. Por ejemplo, sabemos que las personas reaccionan de forma diferente ante la palabra “feminismo”. Para algunos, ser feminista es sinónimo de igualdad, justicia y progreso; para otros, en cambio, evoca confrontación, exageración o incluso amenaza. Estas reacciones no dependen necesariamente de un debate sobre políticas públicas, sino de la identidad desde la cual cada quien interpreta la realidad. Son respuestas que reflejan una forma moral de entender y ver el mundo.
¿Quiere decir esto que las elecciones son simplemente una contienda entre la izquierda y la derecha? Obviamente que no. Desde siempre, el carisma, la cercanía y la credibilidad han sido atributos relevantes, que hacen que un candidato sume apoyos desde distintos mundos. Más importante aún, una nueva dimensión ideológica ha emergido en Chile y el mundo: el pueblo versus la elite o, si se quiere, populismo versus establishment.
Por lo general, esta dimensión –que suele ser bastante débil en contenidos– no tiene vida propia, sino que coexiste con la izquierda y la derecha. Es fácil posicionar a los actuales líderes políticos si combinamos ambas variables: Tohá (izquierda establishment), Jara (izquierda antiestablishment), Matthei (derecha establishment), Parisi (derecha antiestablishment). El caso de Kast es discutible, pues si bien representó un desafío a la derecha tradicional, sus posiciones son consistentes con un establishment conservador más que con la derecha populista.
Estas dos dimensiones son las que mejor explican el actual escenario electoral. Por esto, las candidaturas y/o partidos “de centro” (Mayne-Nicholls, Amarillos) están condenados al fracaso, porque no tienen ninguna base electoral. Esto aplica a quienes se identifican puramente como antiestablishment, sin una base ideológica detrás. También explica el débil apoyo de partidos que se posicionan en ejes que no le hacen sentido al electorado –como la derecha liberal–.
La ideología, entonces, sigue viva y coleando, y no va a desaparecer en el futuro próximo, pues está anclada en raíces sociológicas mucho más profundas de lo que se suele creer.
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