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Vocación en fuga: ¿por qué hay tan poco interés en las carreras de pedagogía en Chile? Opinión

Vocación en fuga: ¿por qué hay tan poco interés en las carreras de pedagogía en Chile?

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Francisca Beroíza Valenzuela
Por : Francisca Beroíza Valenzuela Doctora en Educación. Investigadora Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, COES.
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Exigir estándares de ingreso es razonable, esperable e indiscutible. La formación docente debe ser rigurosa y de excelencia. Pero no basta con seleccionar bien a quienes ingresan si luego el sistema no los retiene.


La pregunta es incómoda, pero inevitable. Cada año, las cifras de matrícula en carreras de pedagogía continúan disminuyendo, y aumenta la deserción profesional docente. Entre 2018 y 2022, la matrícula de primer año en programas regulares de pedagogía cayó un 43,3%, mientras que el número de programas disminuyó en un 17,9 %.

Si bien entre 2022 y 2024 se observó una recuperación del 46,6% en la matrícula, la oferta de programas siguió reduciéndose en un 14,1% (Ministerio de Educación, 2024). A ello se suma la alta deserción de quienes egresan: cerca del 20% de los docentes noveles abandona la profesión durante sus primeros cinco años de ejercicio (PNUD, 2023).

Actualmente se debate en torno a la Ley 20.903, que crea el Sistema de Desarrollo Profesional Docente y establece criterios específicos para el ingreso a las carreras de Pedagogía. Sin embargo, surge la pregunta: ¿flexibilizar estos requisitos es realmente la mejor solución al problema de la baja matrícula?

Según lo estipulado para el proceso de admisión 2025, las universidades solo podrán matricular a quienes cumplan con al menos uno de los siguientes requisitos:

  1. Haber rendido la prueba de admisión universitaria y obtener un rendimiento igual o superior al percentil 60, considerando el promedio de las pruebas obligatorias. 
  2. Tener un promedio de notas de enseñanza media que los ubique dentro del 20% superior de su establecimiento.
  3. Obtener al menos el percentil 50 en la prueba de admisión y pertenecer al 40% superior del ranking de su generación.
  4. Haber aprobado un Programa de Atracción de Talento Pedagógico y rendir la prueba de admisión.
  5. Haber aprobado un Programa de Acceso a Pedagogía y estar inscrito en el Registro Nacional de la Discapacidad (en este caso, no se exige rendir la prueba).

A simple vista, todo parece razonable. El objetivo declarado de esta política es establecer estándares académicos para quienes ingresan a la formación docente, lo cual es, sin duda, un requisito mínimo indispensable. Eliminar estos criterios o flexibilizarlos implicaría privilegiar la cantidad por sobre la calidad. Asimismo, centrar la discusión únicamente en ese aspecto resulta una respuesta simplista frente a un problema mucho más complejo.

Vocación versus condiciones reales

Detrás de la baja demanda y la alta deserción en las carreras de pedagogía subyacen causas más profundas. Una de las más relevantes es el desprestigio social de la profesión docente, arrastrado por décadas y alimentado por una narrativa que reduce la enseñanza a una opción de último recurso, como si quienes enseñan lo hicieran por no haber tenido “mejores alternativas”.

Esta visión distorsiona la realidad. Enseñar es, en esencia, una de las labores más altruistas y complejas. Nadie comprende mejor los procesos de aprendizaje, desarrollo y evaluación que quienes han elegido la educación como su campo profesional, dedicando su trayectoria a estudiar la formación del ser humano.

A este problema estructural se suma la existencia de salarios iniciales poco competitivos, lo que desincentiva aún más el ingreso y la permanencia en el sistema.

De igual manera, las condiciones de trabajo en muchas escuelas están lejos de ser “adecuadas”: sobrecarga administrativa, violencia escolar, falta de recursos y escaso acompañamiento institucional. En contextos de alta vulnerabilidad, estos factores se intensifican, generando desgaste emocional crónico, desmotivación y la fuga de docentes jóvenes. 

¿Qué tipo de sistema educativo estamos construyendo?

La pregunta no es solo retórica. Si al ingreso exigimos mérito, excelencia y vocación, pero una vez dentro ofrecemos jornadas extenuantes, salarios insuficientes, ambientes hostiles y escaso reconocimiento, el mensaje implícito es claro: el sistema espera mucho de los futuros docentes, pero les ofrece muy poco a cambio. A ninguna profesión le parecería seductor un puesto laboral así. 

A eso se suma una dimensión de género ineludible: pedagogía sigue siendo elegida mayoritariamente por mujeres, reproduciendo así una lógica sesgada, donde se naturaliza que los trabajos feminizados sean menos valorados, peor remunerados y más exigidos emocionalmente. 

Exigir estándares de ingreso es razonable, esperable e indiscutible. La formación docente debe ser rigurosa y de excelencia. Pero no basta con seleccionar bien a quienes ingresan si luego el sistema no los retiene.

La vocación, esa palabra tan romantizada en los discursos oficiales, no es una fuente de agua inagotable. Se cultiva o se agota, según las condiciones que la rodean. Se debe apostar por mejorar las trayectorias docentes, las que se inician desde el ingreso en la educación superior y continúan durante todo el ciclo profesional. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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