
“Los inocentes al poder”: crítica al libro de Daniel Mansuy sobre el Frente Amplio
Mansuy afirma que Boric tiene una pulsión performativa irresistible por mostrar su inocencia, basado en la tesis implícita de que ello es posible porque el mundo es transparente y, por tanto, que su inocencia puede aparecer diáfanamente en la escena pública.
El último libro de Daniel Mansuy, Los inocentes al poder. Crónica de una generación, introduce un giro dramático en lo que ha sido la crítica que él y la oposición en general han hecho al gobierno del Presidente Gabriel Boric: ya no se trata de una administración de jóvenes que llegaron a aprender al gobierno.
El argumento, que sin duda tuvo fundamento –aunque con necesarios matices– en el primer gabinete y particularmente en los primeros seis meses de gobierno, no resulta sostenible al analizar los tres años siguientes del mismo: en primer lugar por constituir una gestión exitosa en varios ámbitos, pese a las grandes dificultades de nuestra compleja democracia –estabilización macroeconómica, importantes avances en la institucionalidad en el campo de la seguridad y el combate al crimen organizado, aprobación de una reforma previsional luego de 10 años de estancamiento, bases para un nuevo modelo de desarrollo, fin del copago en salud, jornada de 40 horas, para nombrar solo algunas–.
Segundo, tampoco en términos comparativos, si ha de creerse el negativo análisis que hace Mansuy, a lo largo de su libro, de los dos gobiernos de Sebastián Piñera. De ahí que el autor levanta una nueva tesis: el gobierno de Boric representó la llegada de los inocentes.
El intento de explicar la trayectoria política de Boric y el FA desde un enfoque sicologista resulta desencaminado y poco explicativo, que no calza ni con la crónica que realiza ni con la interpretación de la trayectoria intelectual del FA con base en la revisión de varios textos de antiguos militantes y adherentes de dicha organización (que es quizás lo más interesante de su trabajo).
La tesis de la “inocencia” y el presunto rechazo de la mediación política
En sus dos primeros capítulos, el autor desarrolla la tesis de la inocencia. Con base principalmente en la conocida conferencia de prensa que dio el Presidente con ocasión del caso Monsalve, que nadie evalúa positivamente, Mansuy afirma que Boric tiene una pulsión performativa irresistible por mostrar su inocencia, basado en la tesis implícita de que ello es posible porque el mundo es transparente y, por tanto, que su inocencia puede aparecer diáfanamente en la escena pública.
El lector se preguntará qué tiene que ver este planteamiento con el análisis de la trayectoria política del Presidente y del FA. Mansuy recoge la tesis de que, al asumir el gobierno, Boric se olvidó de sus posturas antisistémicas y sus planteamientos programáticos y, en lugar de explicar el giro, adopta un tono moralizante, pues lo importante no es ya cumplir el programa sino preservar su identidad, preservar su pureza en lugar de transformar el mundo.
Para Mansuy, Boric y su generación “como era obvio (pues en su programa solo contenía propuestas irrealizables que no abordaban el ‘cómo’), ha cumplido prácticamente nada del programa prometido; tampoco ha ofrecido una explicación del desajuste”. Es más, dice Mansuy, suelen molestarse cuando son interrogados al respecto.
La explicación es muy simple: un inocente, por definición, “no sabe ser responsable”. Este modo de comportamiento, según el autor, aparece ya en los años 2011 y 2012, con ocasión de las movilizaciones estudiantiles contra el lucro, cuando rechazaron el diálogo con el gobierno de Piñera, e incluso en el marco del Congreso Nacional, argumentando que esta instancia estaba viciada: en el fondo, dice Mansuy, “buscaban descalificar cualquier mediación política para erigirse en depositarios de la legitimidad: no estaban dispuestos a aceptar los tiempos de la aburrida democracia representativa”.
Repensando el giro de Boric y el FA
Sería ingenuo pensar que la tesis del giro no tiene fundamento, también que hace falta más reflexión y elaboración política. Son numerosos los militantes del FA que ven con desazón el desempeño del actual gobierno. Se trata, sin embargo, de un giro necesario, derivado de la necesidad de superar la tradición intelectual predominante, que no daba cuenta de la centralidad de la democracia representativa en la vida política nacional ni había experimentado la dificultad de gobernar en los tiempos de la democracia compleja (Innerarity): un escenario geopolítico caracterizado por la puesta en cuestión del sistema internacional y un mundo económico, tecnológico y social en rápida transformación, que obliga a todas las doctrinas políticas a una fuerte renovación. En tal sentido, más bien cabe destacar la capacidad del Presidente Boric de haber conducido a su partido y a la coalición por estas aguas turbulentas.
Aunque resulta paradójico, Mansuy utiliza los argumentos críticos de quienes se opusieron al curso que toma lo que sería el FA a partir del 2016 para fundamentar sus tesis. Ello es crucial para que el libro no valore suficientemente la dirección que toma el FA y que le permitirá iniciar la construcción de una nueva izquierda en el país.
El primer hito de este proceso lo constituye la salida de Boric de la Izquierda Autónoma (IA) liderada por Carlos Ruiz, para quien el objetivo básico del autonomismo era desarrollar procesos de construcción popular alternativos, en la perspectiva de levantar un proceso social fuera de la política institucional.
Mansuy retoma también la afirmación de Andrés Fielbaum, que agregaba que los procesos electorales deben subordinarse a la lucha social, como si la actividad política consistiera en una secuencia de acciones (primero la acción en la sociedad, luego la acción política) o procesos separados que no se refuerzan mutuamente.
Boric en cambio afirmó, ya en 2016, que era tiempo de construir un movimiento político amplio que tradujera las movilizaciones sociales de los últimos años en fuerza política. Que Boric y no sus contradictores de la IA tenía razón, lo demuestra el éxito de esta política, que se tradujo en que Beatriz Sánchez en 2017 estuviera a punto de pasar a la segunda vuelta presidencial y que el FA (al cual la propia IA termina plegándose) lograra más de 20 diputados.
El segundo hito está constituido por el rol crucial que Boric, Atria, Revolución Democrática y el Partido Liberal jugaron en la construcción de una salida institucional, y en el marco de la democracia representativa, al estallido social. Esta decisión es fundamental, pues retoma el eje de la renovación socialista de los 80, esto es, la centralidad de la democracia representativa y el distanciamiento de lo que se llamó el socialismo realmente existente.
Ello contradecía lo que había sostenido Ruiz en el 2011 y en el 2019 seguía siendo predominante en el propio FA –cabe recordar que Convergencia Social pasó a Boric al tribunal de disciplina por firmar a título personal el Acuerdo por la Paz– y en el PC: “La forma general de la democracia representativa es en sí misma el gran muro ideológico que evita que las masas populares desarrollen cualquier proyecto alternativo como tipo diferente de sociedad, como tipo alternativo de sociedad”, dice Mansuy.
El tercer hito, que constituye una consecuencia directa de lo anterior, es la decisión del FA de levantar una candidatura frente a Daniel Jadue, que no había hecho misterio alguno de su ortodoxia marxista leninista. Un triunfo de este sector habría afectado gravemente las posibilidades de la renovación de la izquierda, ayudado a un eventual triunfo de Kast el 2021 e imposibilitando la experiencia gubernamental que ha hecho posible fortalecer los sectores renovadores del PC, lo que se tradujo en la nominación de Jeannette Jara como candidata de esa organización a las primarias de la coalición progresista.
El cuarto hito es el que se genera a partir de la derrota del primer proyecto de nueva Constitución, que representa, contrariamente a lo que sostiene Mansuy, la valorización de la política y el rol mediador fundamental de los partidos en la representación política, elaboración, coordinación e integración de los intereses ciudadanos que los movimientos sociales tienden a representar en sus dimensiones particulares.
Se toma conciencia además de que la gestión gubernamental no puede ser solo impugnadora, sino que debe hacerse cargo de los problemas que la ciudadanía democrática considera como fundamentales. En el campo económico ello había quedado en evidencia al inicio del gobierno, con el nombramiento de Mario Marcel como ministro de Hacienda y jefe del equipo económico.
Con los cambios de gabinete en septiembre del 2022 y al principio del 2023, aparece un Ejecutivo que toma en sus manos el conjunto de la administración en un gobierno que ejercía el Presidente con el apoyo de una amplia coalición. En este contexto, es crucial la condena general de las violaciones de los DD.HH. y del carácter dictatorial de regímenes como el de Venezuela y Cuba.
El quinto hito es que, a diferencia de la derecha, la coalición progresista logra organizar una primaria presidencial, que constituye una expresión de la convergencia del sector, lo que se expresó además en que sean dos de sus ministras las que compiten en ella y en la cual triunfa Jara, protagonista fundamental de la reforma previsional, que dejó en evidencia una nueva forma de hacer política basada en un diálogo transversal. Es el estilo de gestión gubernamental (incorporando los cambios necesarios) y la firme adhesión a la democracia lo que se busca proyectar.
Ello expresa, además, que los sectores renovados ganan posiciones decisivas en el último reducto marxista leninista del país (aun cuando la práctica política real del PC tiene poco que ver con ello). Es en todo caso indispensable una mayor compatibilización entre esa práctica y esa definición doctrinaria.
La evaluación de Mansuy de los dos gobiernos de la derecha
Existe bastante consenso entre los analistas, los historiadores y la ciudadanía en general en que los dos gobiernos de Piñera tuvieron grandes dificultades y no fueron exitosos en asegurar la gobernabilidad del país, pero la crítica de Mansuy es devastadora. Ello, en circunstancias que la derecha estaba relativamente unida. Un eventual nuevo gobierno de la derecha, profundamente dividida y afectada por peleas intestinas, aparece desde el punto de vista de la gobernabilidad muy poco auspicioso. En este sentido, en relación con Piñera, Mansuy sostiene:
1) Respecto del diagnóstico en que se basaba su programa gubernamental, “en la derecha había algunas tesis dispersas, pero dialogaban poco con las nuevas dinámicas: el sector no supo leer a una sociedad que estaba cambiando a gran velocidad”. Además, agrega Mansuy que cundía una confianza plena en las posibilidades de la técnica y cita a Gonzalo Arenas, quien, refiriéndose al gabinete que estructurara Piñera, señala: “La vieja tradición de la centroderecha chilena, en torno al desprecio de la política, se hacía presente una vez más”.
2) Respecto del ejercicio gubernamental señala que “fuera de eso (la reconstrucción y el rescate de los mineros), el gobierno tuvo poca iniciativa política”.
3) Frente a las movilizaciones estudiantiles: “La dinámica (de la movilización estudiantil) producía choques con la policía y sucesivos desmanes que, a su vez, desencadenaban una nueva espiral de enfrentamiento. Durante meses, el gobierno no supo salir de ese círculo infernal; y, de hecho, con esas reglas del juego estaba condenado a pedalear en el aire, al menos mientras los estudiantes conservaran grados elevados de respaldo social”.
Sostiene también que, “como si esto fuera poco (se refiere a la instalación de un cuestionamiento profundo del modelo), el gobierno perdió todo control sobre la agenda, pero también perdió conexión con el país, o al menos así fue percibida la situación”. Ese año 2011, marcó el fin del gobierno de Sebastián Piñera tal como él lo había imaginado.
Mansuy retoma la incapacidad de la derecha de asegurar gobernabilidad, al analizar el estallido: “Es cierto que el gobierno entendía poco y nada, pero la ventaja de las izquierdas era tan solo coyuntural; y a la larga, no se tradujo en una mayor capacidad de hermenéutica ni política. El desfonde del gobierno ocultó el desfonde, no menos profundo, de las izquierdas”.
“Nadie comprendía muy bien lo que estaba ocurriendo, aunque el gobierno tenía imperiosa necesidad de restablecer cuanto antes el orden público. Buscando darle un cauce a la situación, el presidente Piñera realizó una intervención televisiva el domingo por la noche y pronunció una frase que le traería muchas dificultades: Estamos en guerra contra un enemigo poderoso”. Y luego agrega, en una nota en la misma página: “El jefe de la Defensa, general Javier Iturriaga, leyó mejor el escenario al señalar que él no estaba en guerra con nadie”. Gonzalo Blumel, dice Mansuy, lo reconoce con hidalguía: “El general había mostrado más oficio que todos nosotros juntos”.
“El escenario era en extremo delicado. El gobierno carecía de herramientas para conducir la crisis, no lograba controlar el orden público y perdía apoyo entre sus partidarios”. Frente a la idea de un acuerdo nacional para salir de la crisis, Mansuy señala: “El gobierno no tenía cómo mantener el orden y, al mismo tiempo, debía recuperar la interlocución política para conservar algún poder. En aquellos meses (año 2021), golpear al gobierno –al gobierno y a todo lo que estuviera a su alrededor– era pura ganancia. Por lo demás debe decirse que la derecha aportaba con lo suyo: buena parte de los parlamentarios oficialistas abandonaron al gobierno en asuntos fundamentales. Sus partidos se enfrascaron en reyertas vanas y, para rematar el deterioro, el sector se dividió de cara al plebiscito de entrada, realizado en octubre del 2020”.
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