
El cambio geopolítico de una nueva economía basada en hidrógeno verde
El costo es alto, pero el precio de la inacción, medido en inestabilidad geopolítica y degradación ambiental, es infinitamente mayor. No se trata simplemente de una transición energética; es un giro estratégico hacia un futuro más seguro y sostenible, forjado e impulsado por las crisis actuales.
El aire crepita no solo con estática, sino con la palpable tensión de la incertidumbre global. Desde la devastación continua en Ucrania, la fosilización de la política pública de Estados Unidos hasta las hostilidades latentes en Medio Oriente, el mundo observa conteniendo la respiración. Esta volatilidad geopolítica ha conmocionado a los mercados energéticos del mundo, exponiendo la frágil dependencia que tenemos de los combustibles fósiles que ata a las naciones a regiones volátiles. Los precios del petróleo fluctúan vertiginosamente, las cadenas de suministro se tambalean bajo presión y el espectro de la escasez energética se cierne sobre ellas.
Sin embargo, en medio de esta crisis cada vez más profunda, una fuerza poderosa y silenciosa cobra impulso: el hidrógeno verde. Esta modesta molécula, producida mediante la descomposición del agua con electricidad renovable, ofrece no solo un futuro energético más limpio, sino un salvavidas estratégico en un mundo que anhela la estabilidad.
El hidrógeno verde se erige como un faro de independencia, prometiendo romper las cadenas históricas de la petropolítica.
En primer lugar, ofrece una seguridad energética incomparable, permitiendo a las naciones generar combustible a nivel nacional a partir de abundantes recursos eólicos y solares, liberándolas de líneas de suministro distantes y plagadas de conflictos.
En segundo lugar, su producción impulsa inherentemente la descarbonización, una contribución crucial para mitigar la creciente crisis climática, alineando la política energética con el imperativo ambiental. IRENA proyecta que el hidrógeno verde podría reducir el 12% de las emisiones globales de GEI para 2050.
En tercer lugar, es un vector energético notablemente versátil, capaz de impulsar sectores difíciles de reducir, como la industria pesada (acero, cemento), el transporte marítimo de larga distancia y la aviación, sectores donde la electrificación por sí sola es insuficiente.
En cuarto lugar, la floreciente industria del hidrógeno verde es un crisol para el crecimiento económico y la creación de empleo, ya que estimula la innovación y fomenta nuevas cadenas de suministro, desde la fabricación de electrolizadores hasta la ingeniería especializada.
Por último, actúa como un facilitador crucial para la estabilidad de la red, convirtiendo el excedente de electricidad renovable en energía almacenable, abordando así los desafíos de la intermitencia de la energía eólica y solar.
Sin embargo, el camino está plagado de desafíos. El principal obstáculo sigue siendo su elevado costo de producción, que actualmente oscila entre 3 y 8 euros por kilogramo, significativamente superior al del hidrógeno de origen fósil. Se requiere una construcción masiva de infraestructuras (nuevos oleoductos, instalaciones de almacenamiento y terminales de exportación), lo que exige una inversión colosal y años de planificación. También preocupa la intensidad energética de la electrólisis y los riesgos de seguridad inherentes debido a la inflamabilidad del hidrógeno.
A pesar de estos riesgos, la necesidad imperiosa del hidrógeno verde en la crisis actual es innegable. Este cambia el paradigma energético global, reduciendo la influencia geopolítica de los productores de combustibles fósiles y amortiguando la volatilidad de los precios. Al acelerar las inversiones en hidrógeno verde –cuyo mercado se prevé que alcance casi los 200 mil millones de dólares para 2034, con una tasa de crecimiento anual compuesta superior al 40%–, no solo invertimos en energía limpia, sino en un mundo más resiliente y menos precario.
El costo es alto, pero el precio de la inacción, medido en inestabilidad geopolítica y degradación ambiental, es infinitamente mayor. No se trata simplemente de una transición energética; es un giro estratégico hacia un futuro más seguro y sostenible, forjado e impulsado por las crisis actuales.
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